Un lugar para casarse

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Me encuentro en mi habitación con los pies apoyados en la pared, en serio que odio mi habitación. Esta pintada de azul con corazones de color blanco; todas mis cosas están dispersas por aquí y allí, los libros en el estante desordenados, en el suelo se encuentran cosas como mi Ipod y mochila, el closet es mucho para mí y para mi ropa, al verlo te causa la sensación de que no hay nada en el, aunque he ocultado entre la ropa una caja con recuerdos de todo tipo: fotografías, escritos, notas...Lo más importante una vieja cámara que recibí a los 12 años en donde escondo recuerdos, pruebas y parte de mi persona, cosas que no quiero recordar jamás. Me levanto y tomo una camisa súper rosa con unos jeans, me visto, arreglo y peino mi cabello con los dedos asegurándome de no parecer una pordiosera.

Abby está en la universidad y pues... Se supone que yo tendría que estar en el instituto si no nos hubieran dado el día libre. Saco dinero de la gaveta de emergencias y lo guardo en mi cartera, es evidente que si pretendo salir lleve dinero, salgo de la casa y cierro con llave mientras camino en busca de un taxi.

Estoy frente a la casa de Christian tocando el timbre por tercera vez a pesar de que es de mal gusto insistir tanto, voy por el cuarto cuando la puerta se abre dejando a la vista a Lucy, la chica de limpieza, no sé porque si son cinco personas no limpian ellos mismo, bueno, por otro lado no me imagino a Oliver a Max y mucho menos a Christian con un trapeador y un balde limpiando el piso.

— ¡Hola, Lucy! —Sonrío, ella y yo nos llevamos bien—, ¿puedo pasar?

Me devuelve el saludo y se hace a un lado—. Supongo que no habrá problema —entro y la acompaño por las escaleras—, si vienes por Christian te informo que está dormido.

—Sí, lo sé —resoplo al llegar a la puerta—. Duerme las veintisiete horas del día.

Se ríe y vuelve a la cocina donde me imagino que está limpiando las repisas. Fuerzo la puerta como me enseño y entro cerrándola detrás de mí. Christian duerme boca abajo por lo que cambio de táctica en cuanto a cómo despertarlo, me pongo enfrente de la cama y me dejo caer en su espalda, escucho un gruñido de protesta y antes de que me suelte una maldición —anormal en él— le lanzo mi cabello a la cara, resopla y hunde la cara en la almohada.

—Fue mala idea enseñarte a forzar mi puerta —se queja en voz baja—. Eres muy quisquillosa.

— ¡Cállate que tú me adoras! —Me acuesto a su lado—. ¿Sabes que te quiero verdad?

— ¡No voy a salir a ningún lado! —Se gira dándome la espalda—, hoy ando con Clinofilia.

Le quito el edredón y me pongo de pie en el colchón. —Dijiste que no desaprovechara mi vida solo durmiendo —comienzo a saltar encima de la cama por más inmaduro que sea—, ¿lo olvidaste?

— ¡Exacto! Dije que tú no lo hicieras —me observa con diversión—. No que yo no lo hiciera.

—Si no me acompañas invitare entonces a Max —digo con tranquilidad sabiendo que va a ceder— tú decides. Se sienta en la cama y se cubre la cara con las manos.

— ¿A dónde quieres ir? —Se frota los ojos.

—No sé —estoy cansada de saltar así que me detengo— esperaba que lo eligieras tu.

—Llegas a mi casa a las nueve de la mañana, ¿y no sabes a donde ir o que hacer? —Reprocha con ironía—, no vuelvo a ceder contigo.

— ¡Tú me adoras y punto! —Apoyo la cabeza en su hombro— ¿A dónde podemos ir en este pueblucho?

Medita mi pregunta —escuché de una mujer que tiene un jardín magnífico no muy lejos de aquí —se dirige al baño luego de tomar una muda de ropa—. ¿Te gustan las flores, cierto?

Mil Palabras Por Decir Where stories live. Discover now