Parte sin título 15

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Regina se quedó sola en la estancia. Miró alrededor, sintiéndose extraña. Todo le parecía tan familiar, y al mismo tiempo desconocido. Se asomó a la ventana, y se quedó observando el gran jardín que se extendía a los pies del imponente castillo. Se quedó así durante un rato, perdida en sus pensamientos. Intentaba, de todas las maneras posibles, recordar qué había sucedido tras aquel famoso último recuerdo, en vano.

Cansada de pensar, se alejó finalmente de la ventana, y salió de la habitación. La reina le había dicho que podía explorar el castillo, así que lo aprovechó para salir de la estancia. Sonrió al guardia que encontró en el camino que, sin darse cuenta de ello, la condujo al jardín del castillo. Un gran manzano captó su atención, y se sentó bajo él, aliviada, de algún modo, por la cercanía del árbol.

Emma abrió los ojos de golpe. Se precipitó fuera de la estancia, alcanzado al primer guardia que encontró.

«¡Thomas! ¡Thomas, debes hacer una cosa muy importante!» exclamó, jadeante «Reúne a todos los guardias y trasládales esta orden: si veis a Regina, fingid que no sabéis quién es»

El hombre la miró sorprendido, el miedo en sus ojos desorbitados.

«Ma...Majestad, nos castigará...»

Emma rio mientras recobraba el aliento.

«No, no, tranquilo. No os sucederá nada, no tenéis que preocuparos. Haces como os digo»

El hombre aún dudó, pero al final se inclinó, y corrió para obedecer la orden. La reina se apoyó en la pared, suspirando, exhausta. Cerró los ojos, para intentar poner en orden sus ideas, para comprender qué hacer. Si intentaba hacerle volver la memoria, Regina sufriría, de nuevo. Sin embargo, aunque esta podría ser la ocasión para que la mujer fuera finalmente libre del pasado y feliz, dejarla en aquel estado, mentirle, privarla de la verdad era inaceptable.

Se pasó una mano por sus cabellos. Esta se quedó encajada en la madeja en la que se había convertido durante el largo viaje a pie hasta ahí. Se olisqueó una axila, y frunció la nariz. No era para asombrarse si Regina no la había tomado como una reina. Se separó de la pared y se dirigió hacia los baños.

Regina se estiró hacia una rama, recogiendo de esta una manzana. No se resistió y le dio un mordisco, y el dulce jugo le invadió la boca. La imagen de sí misma, vestida con un largo vestido negro descotado, la golpeó como una bofetada en pleno rostro. La cabeza comenzó a girarle vertiginosamente, y se le cayó la manzana de la mano. Después, rápidamente, como había comenzado, todo acabo.

«¿Qué diablos era eso?» susurró asustada y confusa. Se alzó, apoyándose en el árbol, aún temblorosa sobre sus piernas. No le venía a la mente ninguna explicación lógica para lo que acababa apenas de suceder.

Turbada, se precipitó al interior del castillo, buscando el camino para llegar a sus aposentos. Durante el trayecto, notó las miradas aterrorizadas de los guardias mientras pasaba por su lado, y la confusión creció en ella.

Avanzó lentamente, como constreñida por la opresora sensación de tener que recordar algo.

Estaba a punto de llegar a sus aposentos cuando encontró a la reina en el corredor. Se inclinó súbitamente, sin pensarlo.

«Vuestra alteza» la saludó

La rubia se sobresaltó al verla allí: distraída como estaba en sus pensamientos, estuvo a punto de chocar con ella.

«¡Regina!» exclamó, sonriendo un instante más tarde. Miró alrededor, intuyendo de donde venía «¿Habéis visitado los jardines?»

La mujer la miró atemorizada.

The Queen and her slaveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora