Escena II

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Escena II

Al llegar a su barrio, Abril se dirigió a la tienda de abarrotes más cercana a su casa.

—¡Buenas! —saludó sonriente a la señora que atendía.

—Ah, muy buenas a ti, linda —respondió la doña, amable, conociéndola porque era una cliente habitual.

Abril se dirigió al ancho congelador que exhibía algunos helados y paletas de la misma marca del aparato. Su mirada brillante buscó aquello que deseaba comprar y cuando no lo encontró, respingó con dramatismo.

—¡No! No hay, ¿por qué? —Inclinó el rostro hasta que su frente tocó el frío vidrio, haciendo que se empañara con su calor corporal y respiración—. No hay Danoninos congelados.

—Anda, ¿ya se han acabado? —dijo la dueña—. Cielos, sí que se venden con este calor tan feo.

—Ouh, quería comprarle uno a Emi —susurró la chica frunciendo el ceño y haciendo un puchero de decepción, por demás triste de que sus planes se arruinaran.

—Espera un poco, linda. Creo que tengo alguno reservado en mi congelador —le dijo la mujer al verla tan decaída.

—¿En serio? —El semblante volvió a brillarle de emoción y empezó a dar salitos de alegría—. Gracias, gracias, gracias. ¡Muchas gracias!

—No prometo nada pero veré, así que tranquila allí, ¿sí?

Abril asintió con vitalidad y la señora desapareció tras una puerta. La chica se balanceó en su lugar de un lado a otro, atrás y adelante, e inspeccionó todo lo que había en el local; todo eso en lo que juntaba las manos y rogaba mentalmente de que sí hubiera Danoninos. Al poco rato, la señora hizo su aparición con cuatro elementos del dichoso postre.

—Suertuda tú, aquí están.

—¡Yey! —Abril levantó las manos por demás alegre—. Deme dos, por favor.

La señora asintió. La joven pagó lo indicado por ambos yogures y antes de salir, volvió a agradecerle a la señora con una gran sonrisa, despidiéndose moviendo la mano. Ahora sí, con su regalo en su poder, corrió por las calles hasta que llegó a la suya e incluso pasó por enfrente de su casa, pero como su destino no era su hogar, siguió de largo tres casas más hasta que se encontró frente a la morada de su amigo. Tocó la puerta por demás ansiosa, escuchó voces y entonces una señora en sus casi sesentas le abrió.

—¡Buenas tardes, doña Ignacia! —la saludó Abril con cortesía y sin dejar de sonreír.

—Hola, mija. ¿Cómo te fue con tus amigos? Adelante pasa.

—Gracias y me fue muy bien, gracias.

—Me alegro. Si buscas a Emilio, está donde lo dejaste esta mañana. Siéntete en casa, mija.

—Sí, gracias. Con permiso.

Abril se dirigió a la sala de estar, donde efectivamente se encontraba su amigo en el mismo sitio, echado a lo largo del gran sofá, en lo que jugaba Super Smash Bros en la consola, siendo abanicado por el aire del ventilador que se ubicaba justo a un lado de él. La castaña se acercó a él lo más sigilosamente posible, hasta que quedó detrás del brazo del sillón en el que recostaba su cabeza de cabellos claros cual arena de playa, luego se inclinó sobre él ofreciéndole la mejor de sus sonrisas.

—¡Ya vine, Emi!

Emilio dejó de prestar atención a la pantalla por nos instantes, para enfocarla en la recién llegada, su ceño fruncido por la concentración del juego se arrugó todavía más, antes de redirigir sus ojos grises-azulados a la televisión, la que era ligeramente tapada por el cabello de ella, que caía al costado por la gravedad dada su posición.

No necesitamos decirlo #RaekenAwards17Where stories live. Discover now