Escena VIII

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Escena VIII

Abril se apresuró a terminar el cereal con leche y pera picada, en lo que su madre le preparaba la torta de jamón que comería en el receso. Era la tercera semana de agosto, así que iniciaba el nuevo ciclo escolar y la chica estaba emocionada porque, si todo iba bien y con la ayuda del medicamento que tomaba todos los días, este año sería su último de primaria.

Se terminó el cereal tomándose la leche restante de un trago, luego fue a su habitación a arreglar la mochila, guardando su lonche y dándose los últimos retoques, para después salir, preparada.

—¡Estoy lista! —le anunció a su progenitora, emocionada.

—Entonces vamos —le dijo su madre tomando su bolso, sonriendo por el entusiasmo de su hija. En eso, tocaron la puerta—. Ah, allí está Emilio. Justo a tiempo.

Abril corrió a abrirle a su amigo y vecino, quien dio un bostezo lleno de pereza, portando una expresión llena de tedio.

—Emi, ¿listo para la escuela? —le preguntó, sonriente.

—Pues ya qué. —Fue la hosca respuesta de él; luego miró a la madre de su amiga y la saludó, cortés—. Buenos días, señora. Gracias por llevarme a la escuela todos los días.

—Buenos días y no hay de qué. Vamos a donde mismo de cualquier manera, así que no me cuesta nada hacerles ese favor a tus abuelos. —La mujer sonrió, amable—. Bueno, mejor vámonos yendo si no queremos llegar tarde. Suban al carro.

Los chicos hicieron caso y se montaron al automóvil, andando por las calles de la ciudad, hasta que en cuestión de algunos minutos, llegaron a la institución educativa. El auto se estacionó casi frente a la puerta.

—Tengan cuidado al volver a casa —les recordó la madre, pues aunque ella los llevaba a la escuela, no podía ir a recogerlos por su trabajo de medio tiempo.

—Okey. Adiós, mami —se despidió Abril dándole un beso en la mejilla, bajándose del vehículo.

—Adiós, señora. Gracias otra vez. —Emilio también se bajó del auto.

Con esto, los dos cruzaron la entrada principal, dispuestos a comenzar el día.

—Ouh, no es justo que no estemos en el mismo salón, Emi —se lamentó la chica, dirigiéndose a su respectiva aula—. Habría estado genial que nos hubiese tocado en el mismo, ¿a que sí?

—Sueñas —gruñó él.

—¡Malo! Eres muy, muy malo —recriminó la otra, pero no siguió haciéndolo porque llegó a su sala correspondiente—. Ah, ¿este es el mío? ¿Dónde estarás tú?

Emilio señaló el salón adyacente al de ella.

—¡Seremos vecinos también en la escuela, Emi! ¿No es genial? Es como si el destino quisiera que estuviéramos juntos siempre.

Abril sonrió, juntando sus manos, mucho más entusiasmada que antes.

—Maldito sea el destino. Y es Emilio, no Emi. Me voy.

Y sin decir más caminó a su aula.

—Ten una buena mañana. ¡Nos vemos en el recreo! —le gritó Abril, sacudiendo su brazo en despedida.

Después de eso, miró nuevamente su salón, se dio unas palmaditas en las mejillas para espabilarse por completo, inhaló y exhaló para darse valor y con la resolución a tope, se adentró a la pieza, dispuesta a empezar un buen año y llevarse bien con todos sus nuevos compañeros.

—¡Buenos días! —saludó enérgica, mostrando la mejor de sus sonrisas.

Algunos de los alumnos presentes, guardaron silencio un momento de sus conversaciones, mirándola con curiosidad malsana, antes de que entre ellos empezaran a murmurar cosas, riendo divertidos, para después ignorarla por completo y no responder el saludo.

No necesitamos decirlo #RaekenAwards17Where stories live. Discover now