Escena XI

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Escena XI

Abril estaba en el comedor de su casa. Intentaba hacer los cuestionarios de repaso que le habían dado a la clase para los venideros exámenes del primer bimestre, que serían la próxima semana. Su madre estaba en su estudio, organizando un trabajo que su patrón le encargó para mañana y por eso no la podía ayudar; aunque en realidad, Abril quería resolverlos ella y ya después que su madre la ayudara a estudiar. Sin embargo, no podía concentrarse del todo; leía el libro de Historia, respondía una o dos preguntas, y luego garabateaba en los bordes del cuaderno y del libro algunos bocetos de la Fruit Band.

Eso hacía precisamente ahora.

—Y luego Abi dirá que los príncipes azules sí existen —susurró para sí misma, en lo que escribía el diálogo para la fresa del grupo. Sonrió, satisfecha con su trabajo, hasta que recordó que no era lo que debía estar haciendo—. Ouh, no, lo hice otra vez. No puedo distraerme así. Vamos, Abril, concentración.

Se dio unas palmaditas en las mejillas para espabilarse y luego retomó su actividad, sus ojos llenos de determinación y el lápiz en la mano. Leyó tres párrafos más y su mente empezó a divagar otra vez.

«Me pregunto cómo estarán los demás con las pruebas que vienen. Apuesto a que también están estudiando mucho». Sonrió al recordar a sus amigos. «No creo que sea tan malo para Abi y Beky, pero seguro que César tiene que estudiar duro como yo... ¡Exacto! Como yo. Estudiar, estudiar».

Sacudió la cabeza para despejar los pensamientos y volvió a dirigir su mirada a las letras. Cinco minutos después.

«Me pregunto si Emi también estará estudiando. Seguramente no, es tan listo. Aunque puede que sí. No puede saberlo todo con sólo las clases, ¿o sí?».

Golpeó la mesa con el borrador del lápiz, ansiosa, antes de levantarse e ir a la sala para tomar el teléfono y marcar un número. Esperó a que atendieran.

—¿Diga? —respondió la monótona voz de su amigo.

—¡Emi! ¿Qué tal? —saludó ella, con exceso de entusiasmo.

—¿Qué quieres? —interrogó él, malhumorado.

—Ouh, sólo llamaba para saber cómo estabas.

—Nos vimos hace rato, ¿cómo crees que sigo desde entonces?

—Ah... Pues... ¿Bien?

—¿No deberías estar estudiando para el examen que viene?

—¡Ya lo sé que tengo que estudiar! —se defendió, frustrada—. ¿Por qué me llamaste, Emi? Me distraes.

—¡Tú fuiste la que me llamó a mí! —rebatió, fastidiado—. Y tú te distrajiste sola.

—Ya lo sé —confesó ahora, desesperada—. Emi, no me puedo concentrar y no quiero reprobar otra vez. ¿Qué hago?

—¿Cómo quieres que lo sepa? —se exasperó el niño.

—¡Ah! Ya sé. ¿Por qué no voy a tu casa y me ayudas? Quizás puedas evitar que me distraiga.

—Olvídalo. —Fue su cortante respuesta.

—Pero... —lloriqueó, agobiada.

—No puedes venir. Voy a salir. Me voy.

—Espera...

No esperó; le colgó. Abril miró el aparato con profundo pesar; ahora debía encontrar otra manera de no distraerse.

—¿Hija? —Su madre hizo acto de presencia—. ¿Qué haces? ¿No estabas haciendo tarea?

—Perdón —se disculpó, colgando el teléfono y yendo de nuevo al comedor—. Pensé que podía pedirle ayuda a Emi.

No necesitamos decirlo #RaekenAwards17Where stories live. Discover now