VII. DOS MESES.

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Hoy se cumplían dos meses del rompimiento con su mejor amigo.

La idea aún no le entraba en la cabeza.

Dos meses en los que Hoseok no le dirigía la palabra, ni siquiera lo intentaba. Y Yoongi simplemente se concentraba en evitar mirarlo cuando pasaba con aquél chico alto, y por supuesto, de la mano.

Dos meses desde que Yoongi no hizo más que empeorar en todos los aspectos de su vida. No hablaba con absolutamente nadie más que con el chico nuevo cuando le preguntaba la hora (¿es que Yoongi tenía cara de reloj de mano?), y sus notas no hacían más que bajar igual que su autoestima, aunque el desprecio por su madre sí iba en aumento. Ella solo iba a ducharse a la casa y si se encontraba de buen humor, compraba comida. Yoongi se las empañaba bastante bien en ese aspecto: Su vecino tenía un manzanero en el frente y si no notaba que le faltaban dos cada día, seguiría siendo su fuente de alimento hasta que se largase a quién sabe donde.

Caminar solo a la parada de autobús se convirtió en su rutina habitual.
Era increíble que fuera viernes y debía ir con la Dra. Stone otra vez.

Por las fechas en que Hoseok lo abandonó, la doctora creyó que sería útil verlo dos veces por semana. Según ella, lo notaba más cerrado y debían trabajar en ello.

De alguna manera todo se resumió a esa pregunta estúpida una vez más:

 —Y dime Yoongi...—la anciana se cruzó de piernas sobre aquella silla rechinante—. ¿Cómo te fue hoy?

Joder, cómo odiaba esas tres palabras. Nunca sabía cómo respondérselas.

—Bien—terminó diciendo. Lo hacía sentir un completo idiota el hecho de estar sentado sobre esa ancha silla gris. Hacía tiempo de no sentarse en esa cosa. Ese tipo de interrogaciones realmente lo ponían un tanto nervioso y más cuando su psiquiatra no parecía tan estúpida como la creía, evuelta de matices tristes en aquella sala especial, la cuál raramente usaba la mujer. Una gris y fría habitación. Muy parecida a su cuarto.

—Te noto un poco tenso—comentó.

—Para nada.

La vieja sonrió haciendo desaparecer los ojos entre sus feas arrugas y comenzó a escribir en la pequeña mesa que tenía a su costado.

—Dale esto a tu madre, ¿sí?—le tendió un papel doblado—. Nos vemos el miércoles.

Ni siquiera se molestó en corregirla.
Simplemente se puso de pie y salió con apuro de ese lugar.

Cuando se encontró afuera del consultorio, esperando el autobús, pudo dar un gran suspiro de alivio.

—Vieja de mierda—bufó.

Revolvió el bolsillo de su chaqueta negra y sacó el papel que le había dado la anciana.

Era una receta de auto-medicación. Se trataba de más dosis de anti-depresivos.

Yoongi miró a los costados, arrugó el papel con una sonrisa de oreja a oreja y de una patada, lo tiró lejos (tanto como pudo, ser atlético no era lo suyo).

Últimamente, parecía que lo único que hacía el mundo era recordarle lo patética y horrible que era su vida.

Incluso podía imaginarse el regaño que su madre le daría cuando se enterase que tiró la receta del medicamento por parte de la psiquiatra. ¡Cómo era capáz de tener las bolas de gritarle siendo que ella no hacía nada por él!

Optó por caminar a casa ese día y volvió a verlo allí, sentado en la puerta.

El maullido lo aturdió un segundo, sin embargo, lo dejó pasar tal como solía.

Ese gato lo odiaba, incluso le mordía la mano si intentaba acariciarlo, pero no tenía más que su compañía y creía que el gato estaba igual de solo que él.

A veces tenía sueños donde moría y su cadáver pasaba días en la cocina junto al gato, que no hacía más que mirarlo fijamente a sus ojos sin vida.
Un sueño bastante suave comparado a los anteriores que ni él mismo entendía.

—Ah, joder, me volviste a morder, hijo de puta.

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LA LOCURA DE MIN YOONGIWhere stories live. Discover now