XXVI. UN ADIÓS.

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El reloj del pasillo señalaba las ocho y media de la mañana cuando Jimin cayó rendido en el hombro del pelinegro. El pequeño estaba demasiado cansado para percatarse de que se había dormido. Esto de no andar comiendo lo suficiente le estaba trayendo consecuencias.

Yoongi sentía la cara demolida, como si fuese un muñeco de porcelana estrellado contra el suelo. Así se sentía, no solamente por fuera. Hecho pedazos. Quería que alguien lo barriese y tirara a la basura; donde debía estar.

Tantas cosas pasaban por su cabeza. Incontables pensamientos y para su desgracia; ninguno era bueno. Ninguna de aquellas miles palabras que se plasmaban tal cual televisión por su conciencia tenía qué ver con la vida y volver a abrir los ojos a la mañana siguiente.

—Quieto—exigió Jungkook de nuevo, pero ésta vez lo suficientemente alto para que Yoongi obedeciera en silencio e hiciera un mohín con los labios sin siquiera percatarse. Jungkook dibujó una sonrisa enternecida y siguió limpiando la herida por encima de la ceja derecha del más bajo.

Apoyado en sus cuclillas, podía apreciar a su compañero de clase sentado en la banca, repleto de moretones que le adornaban la cara. Jungkook jamás habría pensado que Yoongi era de ese tipo de chicos: de los que usan los puños y gritan fuerte. Él creía que era un tipo callado y reservado, al que le gustaba escuchar música de chicas pre-pubertas con sus auriculares a todo volumen, sin preocuparse de que los demás se enterasen de sus extrañas peculiaridades.

Ese chico era misterioso y hacía que la curiosidad en él picara con un asombroso resplendor, sin embargo, por primera vez, le era dificil acercarse.
Yoongi cargaba con un aura impermeable que advertía que si no mantenías a distancia, algo malo podía ocurrirle a tu familia ó, incluso a tu perro.

Mediante los meses de clase avanzaban, Yoongi sólo hizo incrementar la curiosidad en él, pero aun así, Jungkook mantenía distancia. La necesaria para no parecer un desesperado por atención.

—No puedo creer que la enfermería se haya llenado—dijo Jungkook, acercando un vaso de agua fría y una aspirina para bajar la inflamación a la mano de Yoongi.

—Es invierno, supongo que es lo normal—concluyó Yoongi. Tragó en seco el medicamento y bebió el agua, sin dejar una minúscula gota. La pastilla sabía más amarga que la que solía tomar, no estaba acostumbrado a un sabor tan nefasto. Prefería lo dulce y pequeño, también de textura suave, justo como Jimin.

Yoongi volvió la cabeza en dirección al que dormitaba a su lado, con respiración lenta y silenciosa. La único que iba a extrañar de la Tierra sería él. ¿Qué se sentirá no ver su sonrisa por las tardes, ó escuchar su risueña voz cuando éste se encontraba desbordando felicidad?

—Es un desastre—comentó Jungkook, observando los papeles con sus caras, esparcidos por todo lo que podía llamarse pasillo. 

Yoongi se limitó a asentir con la cabeza, sin darle mucha importancia. No quería explotar en ese momento, lo dejaría para más tarde. Ahora que tenía a Jimin a su lado, sintió que era todo lo que necesitaba. Luego se encargaría de sus asuntos.

—Él parecía estar preocupado—señaló a Jimin, desde su lugar.

Yoongi observó al pequeño reposando en su hombro. Grabaría esa escena en su memoria hasta la hora en que llégase La Parca con una oz recién pulida, ella reflejaría la cara de fascinación de Yoongi antes de su muerte.

—Ya no tendrá por qué estarlo...—se encogió de hombros. Jimin se quejó con un murmullo casi sordo.

Jungkook enarcó una ceja, no había entendido a qué se refería y por su espalda comenzaba a abrirse paso una sensación de escalofrío aterrador.

LA LOCURA DE MIN YOONGIOnde histórias criam vida. Descubra agora