XX. DESPIERTO.

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Efectivamente, Yoongi podría considerarse como un completo exonerado de las clases de Jimin. Era miércoles y tenía los resultados del examen en la mano. Se estaba conteniendo de bruscamente para no tachar un cero y hacer que ese maldito cien se convirtiera en un nefasto y sin valor diez.

Dejaría de ver a Jimin, de todas formas, no le hablaría si no fuera por esas clases extra. Si le dijera «oye, aprobé el examen», Jimin se iría con una sonrisa de tres metros por donde vino y allí se quedaría todo, en una amistad que cómo muy bien empezó, terminó.

Apretó el borde izquierdo de la hoja con impotencia. No podía dejar que ocurriera. Jimin comenzaría a dirigirle la palabra a Jungkook al no tener obstáculos y finalmente, él se quedaría en el olvido. Luego los vería pasar a su lado de la mano, haciendo como si Yoongi no estuviese allí y chuponeándose los labios, justo como Hoseok lo hacía. Pero...¿por qué le molestaba? A Yoongi no le gustaba ese intento de magdalena fallida y con buena retaguardia. Jimin podía hacer lo que quisiera cuando quisiera y no era tema suyo; punto.

Joder. Si no hubiera respondido las propuestas inconscientemente sería otro día normal en su vida en el que pasaba la tarde admirando a Jimin y simulando prestar atención a lo que decía. Yoongi no podría vivir en paz sin esas tardes, se negaba rotundamente.

No pensó en las consecuencias, en que si por algún motivo pasara la prueba se podía estar despidiendo del de pelos rosas y sonrisa torpe.

—Te fue bien, Min—comentó ambiguo el profesor Kim mientras recogía los exámenes—. Junto con Jungkook, fuiste el puntaje más alto de la clase. Aunque me duela, debo felicitarte.

¿Qué se creía? Maldito afeminado. Lo único que Yoongi quería era hacerlo añicos de la forma más tediosa y menos pulcra que hubiera imaginado. Pero claro, matar a alguien aún no era legal y eso era un bache en sus neumáticos gastados.

Kim tiró del examen en su mano pero Yoongi no quería entregárselo, así que se convirtió en una lucha por la posesión del papel a rayas.

—¡Dámelo, niño loco!—exigió el mayor.

Yoongi dejó deslizar el papel sobre las yemas refunfuñando y se dedicó a fulminarlo con la mirada durante lo restante de la hora de clase.

Cuando tocó la campana, el montón de sus compañeros salieron apretándose uno con el otro contra el marco de la puerta. Los únicos que quedaban eran Jungkook (quien miraba por la ventana con aires de melancolía), su detestable profesor juntando cosas del escritorio mientras le dedicaba pequeñas miradas rencorosas a Yoongi y él.

Kim traspasó la puerta del aula cargando con todas sus mierdas y, tres segundos exactos después, volvió la cabeza llamando la atención de Yoongi con un chasquido.

—Hazme un favor y encárgate de decirle a Park que las clases de apoyo ya no son requeridas, ¿puedes?

Y sin esperar un asentimiento por parte de su alumno, desapareció. Seguramente habría ido a la sala de profesores, donde el profesor de Inglés aguardaba por él apoyado junto a la máquina de café Nespresso. Allí comenzarían a coquetearse en algún extraño y mezclado idioma y terminarían con un broche de oro en el baño de los profesores haciendo quién sabe qué asquerosa cosa. Al menos, eso era lo que murmuraban sus enfermas compañeras de aula.
Yoongi simulaba no poder escucharlas pero vaya que esas chicas estaban desesperadas.

«¿Cómo tú por Jimin o menos?».

Él no lo estaba. No comprendía porque a su mente le encantaba fastidiarlo de esa manera tan frecuentemente. No sólo su cabeza, sino que también su corazón se unía al juego. Se movía de forma extraña y exasperante cada vez que estaba en un momento incómodo con Jimin. Y qué nadie le venga con que estaba en la etapa en las que sus hormonas se alborotaban y las abejitas quieren meter su miel en el hueco de otra.

LA LOCURA DE MIN YOONGIWhere stories live. Discover now