Capítulo XI.

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Capítulo once: Nathaniel – Domado

—Sólo viniste para molestarme.

Jerome levantó ambas cejas con incredulidad y luego soltó una carcajada tan estruendosa que, cuando terminó, se llevó una mano al estómago por el dolor que le había dado.

—Soy tu hermano mayor, claro que sólo vine para molestarte —respondió con sorna. Caminó unos dos pasos hacia el escritorio y se cruzó de brazos—. Deja de quejarte, pareces una niña.

—También viniste para meterte a la cama con mi ex novia.

—Yo jamás haría eso.

—No lo sé.

Conocía a mi hermano y por eso lo decía. Había dejado de tener tantos amigos porque tuvo algo que ver con las novias de todos.

Si podía compartir los gérmenes de sus amigos, podía compartir los míos sin un ápice de vergüenza.

Jerome se acomodó las mangas de la camisa a la altura de los codos y resopló, manteniendo la mirada en la ventana de la oficina. En Washington D.C. era un día nublado y daban ganas de quedarse encerrado en casa viendo televisión.

—Me daría asco, Nate. Pero dime... ¿en dónde está tu novia?

—No es de tu incumbencia.

—Ni tú lo sabes —volvió a reír. Comenzaba a pensar que le causaba demasiada gracia el verme tan hostil.

—¿Puedo pedirte un favor? —Retiré la vista de la pantalla del ordenador y suspiré.

—El que quieras.

—Lárgate.

—No estás trabajando en nada importante...

—No, no sólo de mi oficina. Regresa a California o a donde estabas, no me importa. Sólo déjame en paz.

—Pensé que querías pasar un tiempo conmigo, por eso vine. Creí que estábamos unidos, que me extrañabas, porque yo te extraño, Nate —para mi mala suerte, todas sus palabras se sintieron genuinas—. Y ahora estás corriéndome.

—Estás siendo insoportable. Vi cuando fuiste detrás de Amelia a preguntarle quién sabe qué cuando estábamos cenando, no creíste absolutamente nada de lo que dije y ahora estás aquí vigilando mi trabajo. No es el Jerome al que extrañaba, eres... diferente. Broadway te ha cambiado.

Jerome frunció el entrecejo y asintió lentamente con la cabeza.

Me dolía decirle todo eso porque era sangre de mi sangre. Jerome era mi hermano mayor, lo adoraba y siempre me hacía falta, pero las cosas dejaron de ser las mismas en cuanto decidió cumplir su sueño como director de teatro musical.

No lo culpaba, eso era lo que él quería hacer y nadie iba a quitárselo. Era el precio que había que pagar por pertenecer a ese mundo. Yo también era insufrible... pero a cierto nivel.

—No me voy a ir —tomó asiento en el sillón provenzal y se recargó totalmente en el respaldo—. Tú no estás bien, tienes algo... Algo te molesta.

—Sí, ¡tú!

—Desde que llegué te ves abatido. Es el trabajo o quizás es Amy.

—Amy no tiene nada que ver.

Fue como si, literalmente, la realidad me hubiera golpeado sin piedad en el rostro. Sí, desde que ella se apareció en mi vida yo cambié, pero no creí que fuera para mal. Nuestra situación se había visto complicada gracias a que el mundo es demasiado pequeño y resultó ser una íntima conocida de Calum.

De amores y senadoresWhere stories live. Discover now