Capítulo XXXVI.

946 74 6
                                    

Capítulo treinta y seis: Amelia – Visitas inesperadas

En la habitación no podía hacer mucho, y menos con el dolor insoportable de espalda y de vientre bajo que me daba cada quince minutos. Apenas se podía controlar con los analgésicos y eso me enfadaba muchísimo. No podía moverme, para trasladarme ocupaban la silla de ruedas y para mí eso era humillante, lejos de ser cómodo. La única persona a la que le permitía pasearme por el hospital en ese estado era Roxanne. Lily me colmaba la paciencia, mi madre me miraba con mucha lástima y Timothy muchas veces no sabía qué hacer. Sentía que cada cosa que salía de su boca era incorrecta y por eso era muy incómoda la hora en la que él me cuidaba.

Aun así, apreciaba su presencia, pues no había mucha compañía masculina. Mis hermanos estaban quién sabe dónde, Calum ni siquiera había llamado (y, lo entendía. Lo traté como basura), y mi padre sólo se enfocaba en hacerme comentarios acerca de lo que tenía que hacer en el trabajo una vez que regresara.

Pero en el único trabajo que quería pensar era el de la cafetería. Pensaba en el olor del café y, con eso, me llegaban a la mente los recuerdos que perduraban de Abel. Me dolía saber que nunca más volvería a verlo, a olerlo, a escucharlo. Ya no haría sus comentarios sarcásticos acerca de mi vida ni de mi relación amorosa casi inexistente con Nate.

Oh, Nate, también lo echaba de menos, pero no quería volver a entrar de lleno y de golpe a su vida. Le había hecho daño, lo había herido, lo había abandonado... Y sabía que regresar, así como si nada, no era lo correcto.

Así como lo había hecho Mae, pero no tenía ganas de pensar en ella. Siempre fue dulce conmigo y no quería darle vueltas al asunto de que, probablemente, Nate y ella mantenían otra vez una relación estable.

El reloj de la pared marcaba las dos de la tarde. Alguien llamó a la puerta y creí que era la enfermera de turno para volver a darme mis sedantes, pero no.

Esa cabellera castaña y esos ojos chiquitos que todavía me sonreían, los reconocería donde fuera.

—Nate, qué sorpresa —intenté incorporarme un poco y apoyarme contra la almohada, pero me costó trabajo. Él se dio cuenta y caminó rápidamente hacia la camilla para ayudarme—. Gracias. Mmm, han pasado casi dos días desde que no vienes.

—Lo sé, discúlpame. Estuve ayudando a tu padre en algunos asuntos que son de tu incumbencia.

Nate lucía exactamente como lo recordaba antes de que todo esto sucediera. Utilizaba una camisa azul muy clara debajo de un chaleco café que iba a juego con su pantalón sastre. Ya no llevaba la barba que tenía cuando lo vi al despertar en el hospital.

—Traje a alguien que quiere hablar contigo.

Varios nombres me revolotearon por la cabeza. Podría ser Calum, Quentin, George o... incluso Declan.

Pronto, la puerta se abrió nuevamente dejando ver a un hombre de aproximadamente unos cincuenta, alto, y ojos marrones.

Se parecía a...

—Amy, quiero presentarte a Colin McGrath. Sé que no es el que esperabas, pero está cerca de serlo —me sonrió Nate—. Él es el padre de Calum.

—Hola, Amelia. Me da mucho gusto conocerte.

—Qué... Bueno, esto sí que es una sorpresa —le sonreí y estiré la mano para que él la tomara y la estrechara, cosa que hizo con rapidez y mucha amabilidad—. Hace tiempo que Calum me habló mucho sobre usted.

—¿En serio? Eso sí que me sorprende.

—Los dejaré solos un rato —Nate me acarició el cabello y, dudándolo un poco, besó mi frente—. Con permiso.

De amores y senadoresWhere stories live. Discover now