Capítulo XXXII.

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Capítulo treinta y dos: Nathaniel – Ella te abandonó

El ruido de los autos atravesando la avenida era lo único que podía escucharse. La radio estaba encendida, pero no podía prestarle menos atención. En ese momento deseé que Amelia estuviera conmigo para poder entender todo lo que hablaban en ese ruso tan golpeado. El francés y el latín no me servían para nada.

Decidí apagarla y mejoré la temperatura de la calefacción. Afuera, en Moscú, estábamos a menos dos grados y yo no estaba acostumbrado a estar a tan bajas temperaturas.

El apartamento ahora estaba sumergido en un silencio que me agobiaba. Agradecía que la madre de Mae no estuviera presente. Se había tomado unas vacaciones en el Caribe que sólo su hija podía pagarle. Entonces sólo estaba yo, el radiador que se había convertido en mi amigo fiel, y un montón de cobijas y chamarras abrigadoras. Deseaba con ansias que llegara el día para irnos a Berlín. Mae y su equipo estaban dándole los toques finales a la coreografía.

Ella me había pedido que fuera a sus ensayos, pero antes habíamos acordado que, mientras menos tiempo pasáramos juntos, sería lo mejor. Yo utilizaría ese viaje como distracción mientras ella hacía su trabajo. La verdad, no tenía muchas ganas de compartir seis meses a lado de la mujer que pudo haber sido mi esposa. En definitiva, era lo que menos deseaba.

Escuché el tintineo de las llaves y poco después la puerta principal se abrió. Mae apareció con el cabello mojado y lentes de sol —a pesar de que no había ni un rayo de luz afuera. Se quitó las botas negras y suspiró cuando pudo deshacerse de la bufanda que aprisionaba su cuello.

—Hola, Nate —me saludó con una bonita sonrisa—. ¿Cómo estás?

—Con frío —respondí tajante. Ella se rio y corrió para lanzarse al sofá, justo a mi lado. Tomó una de las mantas y se cubrió los pies con ella—. ¿Qué tal te fue?

—Estuvo... cansado. Pero vale cada minuto, te lo juro.

Sus ojos brillaban mientras hablaba sobre lo mucho que había disfrutado ese ensayo. Movía las manos para explicar diferentes situaciones y no dejaba de sonreír.

¿Cómo hubiera podido separarla de lo que ella más amaba en la vida?

—Quisiera prometerte que el clima será diferente en Berlín o en Ámsterdam, pero al parecer está haciendo mucho frío en todos lados. Lo siento.

—No tienes la culpa de nada, Mae —ésa vez, fui yo quien se rio—. Tú no controlas el clima.

—Lo digo porque el plan era que tú... salieras a conocer las ciudades a las que iremos, no que te quedaras adentro todo el tiempo —ocultó el labio superior detrás de sus dientes, viéndose graciosa.

—Lo haré, créeme. Nada impedirá que conozca siquiera la Catedral de San Basilio o...

—El teatro Bólshoi —interrumpió.

—Sí. —Respondí perplejo. Yo estaba por mencionar el Mausoleo de Lenin, pero su manera de hablarme me dejó sin palabras—. Sí, exacto.

—¡Oh! También sé que te encantan los museos, Nate. Podríamos... podrías ir al Museo Pushkin.

Me ahorré la infinidad de comentarios que se me ocurrieron cuando ella dijo que podríamos ir. El trato era no convivir, maldita sea. Sólo viajaríamos juntos; Mae por trabajo, yo por diversión.

—Podría ir —recalqué. Ella asintió en silencio.

—Síp, bueno... De verdad espero que te guste.

De amores y senadoresWhere stories live. Discover now