Capítulo XXXIII.

934 81 6
                                    

Capítulo treinta y tres: Amelia – Confía en mí


El tiempo pasó muy rápido. Abel y yo habíamos cambiado a modo nómada en cuanto descubrimos que Calum estaba buscándome y que no pararía hasta encontrarme. Nos quedamos en Vermont, pero viajamos desde Windsor hasta Orange, Addison y Rutland.

Habían pasado casi dos meses y nos encontrábamos en Windham. Rentamos un pequeño espacio en un hostal y apenas dormíamos allí. Pasábamos todo el día recorriendo los lugares que nos ofrecía dicho condado. Me había dolido tener que dejar el trabajo en la cafetería, porque después de todo había encontrado un empleo en el que me acomodaba. Lamentablemente, tuvimos que irnos. Abel hacía el papel de plomero o de cualquier auxiliar que la gente cercana a nosotros necesitara. Así conseguíamos algo de dinero extra y podíamos pasar desapercibidos. Aunque, era obvio, que muchas personas nos reconocían gracias a la televisión o a los diversos anuncios en el periódico. Pero pronto dejamos de ser noticia y supuse que mi familia ya no estaba buscándome. Mis padres me conocían. Así había sido mi escapada a Europa.

—Son casi dos meses, ¿sabes lo que eso significa? —Hablé. Abel se encargaba de cocinar nuestro almuerzo del día.

—¿Que tengo demasiada paciencia y que es increíble que pueda tolerarte tanto tiempo? —Soltó con una risita. Conocía sus bromas, pero sabía que, muy internamente, él hablaba en serio.

—Significa que Nate sigue estando con Mae en quién-sabe-dónde.

—Supéralo.

A Abel le molestaba con justa razón que yo continuara cuestionándome qué era de Nathaniel y su viaje misterioso con su ex novia. No podía evitarlo. Mi mente seguía estancada en que Nate la detestaba y que por nada del mundo se iría con ella, pero finalmente lo había hecho. Ya estaba. Había leído hacía unos días en Escándalo Americano que fueron vistos en alguna bonita villa en Roma. Me había rehusado a seguir con mi lectura pues no quería saber más nada.

Después de todo, y aunque me doliera y me costara mucho trabajo admitirlo, Mae seguía siendo especial en la vida de Nate. Habían compartido tanto, estuvieron por casarse... Pero ella no lo dejó porque no lo amara. Eso me carcomía, me lastimaba. Sus sentimientos hacia ella tal vez seguían siendo los mismos pero él había decidido ocultarlos.

—No puedo superarlo, lo siento —me aferré a los bordes de mi camiseta larga blanca y empecé a morder mi labio inferior con ansiedad. Abel dejó poco después un plato frente a mí sobre la mesa, el cual consistía en un delgado filete de pescado acompañado de una ensalada de lechuga, espinacas y zanahoria—. Gracias.

—Amy, quisiera... que dejaras de pensar en él durante un momento. Date cuenta de dónde estás... y con quién.

—Yo sé perfectamente...

—Te estás aferrando a un pasado que tal vez no regresará.

—Gracias —canturreé con sarcasmo. Mastiqué mi primer bocado con una sonrisa genuina.

—Tú dijiste que lo olvidarías mientras estuviéramos aquí. Mientras estuviéramos juntos.

Parpadeé varias veces sin mencionar palabra. Abel se veía bastante decidido a continuar con esa conversación que siempre se tornaba incómoda.

Yo había dicho muchas cosas una de las tantas noches lluviosas que pasamos en Addison. Acaricié su cabello, lo besé un par de veces y mencioné aquello, pero a la mañana siguiente me arrepentí. Abel y yo no podíamos estar juntos. Él amaba a Gia, tendrían un bebé; y yo amaba a Nathaniel, sabía que teníamos un buen futuro por delante, pero mientras las noticias avanzaban y su relación con Mae empezó a confundirme, entonces ya no supe de qué se trataba.

De amores y senadoresWhere stories live. Discover now