Capítulo XXXVIII.

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Capítulo treinta y ocho: Amelia – Un perro atropellado

Eran las seis de la mañana cuando me desperté por el agudo dolor que sentía en el vientre. Me habían dicho que sería normal tener ciertas molestias después del accidente, por lo que no hacía mucho caso.

Me incorporé para encender la lámpara de la mesita de noche. Mis medicamentos ya estaban listos junto a un vaso de agua que Nate dejaba cada noche para facilitarme el trabajo.

Agradeciéndole mentalmente, tragué las cápsulas de analgésicos y me dispuse a ponerme de pie de una vez. Ya no podría conciliar el sueño.

Recelosa, me detuve antes de abrir la puerta de mi habitación. Había movimiento del otro lado, en el pasillo, lo cual era extraño porque, si mis padres se levantaban muy temprano, aún faltaban un par de horas para eso. Ni en sueños Lily o Nate estarían despiertos...

Al ver que el picaporte de mi puerta comenzaba a girar, caminé hacia atrás, casi hasta dejar caer mi trasero sobre la cama. Me tropecé con un zapato, por lo que perdí el equilibrio y no me di cuenta de quién había entrado a mi recámara hasta que regresé la vista al inquilino.

—Quentin —articularon mis labios antes de que yo pudiera procesarlo. No lo evité, así que mis brazos rodearon de inmediato su cuello para abrazarlo con fuerza—. ¿Q-qué haces aquí? ¿En dónde te metiste todo este tiempo? —Aspiré fuertemente su aroma para volver a impregnarlo en mi memoria. Sentía que había pasado una eternidad.

—No pude regresar antes, Amy, cuánto lo siento —él se aferró a mi cuerpo y acarició mi cabello con una de sus manos—. ¿Cómo estás? ¿Te desperté? —Ocupó sus brazos para alejarme un poco y observarme de hito en hito.

—Tranquilo, estaba por ducharme... Estoy bien, no te preocupes. Lo peor ya pasó, creo —solté sin muchas ganas—. Dime en dónde te metiste, por favor... —con mi mano derecha, tomé la suya y lo guie para que se sentara a mi lado en la orilla de la cama—. Y dime la verdad.

—Pasé unas vacaciones increíbles en Bali con Gavin y su prometida, ¿la recuerdas?

¿Vacaciones? ¿Bali? Un torbellino de preguntas amenazaba con flagelar mi cabeza.

En vez de atacarlo con más interrogantes, me puse a pensar en Gavin y Lauren. Quentin, Lily y yo nos habíamos tomado un par de semanas de fuga yéndonos a un pueblito remoto en Portland, Oregón. Ahí fue donde los conocimos: una pareja disfuncional de mejores amigos en donde ambos estaban totalmente enamorados uno del otro pero eran demasiado imbéciles para darse cuenta de eso.

Yo fui perdiendo contacto con ellos, pero Quentin nunca dejó de lado a Gavin. Nuestros padres, al ser diplomáticos, tenían una especie de relación estrecha y, así lo quisieran o no, se veían con frecuencia, y terminaron siendo muy buenos amigos.

—¿Su prometida... Lauren?

—Sí, por fin dieron el siguiente paso, ¿qué te parece?

Pues tenía muchas cosas que opinar, pero me callé porque, definitivamente, vivíamos en situaciones muy diferentes. Por más gusto que me diera que ellos decidieran juntar sus vidas, una parte de mi cerebro me impedía sentir felicidad o regocijo. Parecía que me habían extirpado el sentido del humor.

—Es... es una increíble noticia, Quen. Enhorabuena por ambos.

—Sí —sonrió.

—¿Y... esa es tu excusa para desaparecer tanto tiempo?

Los ojos de mi hermano me suplicaban disculpas. Sabía que me estaba mintiendo. Lo conocía, por dios, es mi hermano y compartí el vientre con él durante nueve meses. ¿Qué podía ocultarme este pedazo de calumniador?

De amores y senadoresWhere stories live. Discover now