uno.

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Cerré la puerta de mi dormitorio con brusquedad, con las crueles palabras de mi tía resonando en mis oídos

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Cerré la puerta de mi dormitorio con brusquedad, con las crueles palabras de mi tía resonando en mis oídos. Sentía un dolor sordo en el pecho, un cosquilleo por todo mi cuerpo y la rabia rugiendo en mis venas; las duras palabras de Elara fueron sustituidas por un molesto pitido mientras me dejaba caer sobre el asiento que había frente a mi tocador.

Me miré al espejo, contemplándome en él. Tenía las mejillas sonrosadas y la mandíbula apretada debido a la furia de lo sucedido durante la cena, los ojos también parecían haber tenido un brillo propio; mis ansias de devolverle el golpe a mi tía seguían rondando por mi cabeza, intentando cobrar forma. Sus ataques y comentarios envenenados habían empeorado cuando había cumplido los quince años, cuando mi aspecto había comenzado a cambiar; desde que tenía uso de razón, mi relación con la hermana de mi madre siempre había sido igual de... tensa. Extraña.

Nunca había comprendido los motivos que tenía Elara para odiarme de ese modo, como tampoco entendía por qué mi madre no se daba cuenta del daño que me causaba su hermana con su trato hacia mí.

Sin embargo, mis padres se habían volcado en mis cuidados... en darme todo su cariño para intentar suplir el odio de mi tía. Y yo les estaba agradecida por ello; además, me había jurado que no caería en las trampas de Elara, aunque esta noche había fracasado estrepitosamente en ello.

Tendría que haber sabido que aquella noche, mi tía utilizaría toda su artillería para hacerme pasar un infierno. Bien era cierto que era mi primera vez en el Día del Tributo y que mis posibilidades eran mucho mayores que todas aquellas chicas que ya habían participado en años anteriores; pero decidí aferrarme a la defensa de mi madre, en el hecho de que había multitud de jóvenes que iban a ser ofrecidas al Señor de los Demonios.

Confiaba en mis posibilidades.

Confiaba en no salir elegida.

Y estaba deseando que llegara —y terminara— el día para poder estar de regreso en casa, disfrutando de la mueca de la tía Elara cuando comprobara que no había sido elegida; entonces podría regodearme libremente de la decepción que embargaría a la hermana de mi madre y sonreiría. Sonreiría con ganas.

Sentí un escalofrío recorriéndome todo mi cuerpo, un instintivo aviso de mi cuerpo que me informaba que no estaba sola. Mi habitación estaba iluminada por las lámparas de aceite que tenía dispuestas por todos los rincones, evitando que hubiera zonas en sombras; era una costumbre que había cogido cuando era niña y Elara creyó divertido encerrarme en uno de los cuartos más oscuros de la casa, fingiendo que estábamos jugando al escondite.

Temblé de pies a cabeza al sumergirme en aquellos recuerdos, que mantenía apartados de mi mente siempre... hasta ahora. Cuando había bajado la guardia y la caja donde los contenía encerrados se había abierto, desparramándolos todos por mi mente. Haciéndome revivir aquellas angustiosas horas que había pasado sola y encerrada en aquella habitación, aferrada al picaporte de la puerta mientras me hacía daño en las palmas a causa de la fuerza que había puesto en sujetarlo.

Queen of ShadowsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora