cincuenta y seis.

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Abandonamos los aposentos de Setan y regresamos al pasillo

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Abandonamos los aposentos de Setan y regresamos al pasillo. Aún mantenía mis sombras rodeando el cuerpo de Briseida como sutil recordatorio de lo que sucedería si trataba de jugárnosla, pero mi doncella parecía haber abandonado toda idea de escapar y permanecía encogida sobre sí misma con aspecto apesadumbrado; Elara no perdía cada oportunidad para lanzarle sus habituales miradas fulminantes mientras cargaba con Setan, algo que no terminaba de hacerla sentir cómoda.

Deshicimos el camino desde el dormitorio hacia la biblioteca en el más absoluto silencio. A veces espiaba por encima del hombro para comprobar que mi tía mantuviera su promesa implícita de ayudar a Setan, quien tenía serias dificultades para caminar después de haber estado privado de su parte de demonio gracias a las cadenas que usó en otra ocasión para retener a Barnabas en aquella celda.

Me sobresalté cuando, en aquella ocasión, me topé con la mirada del Señor de los Demonios clavada en mí. Sus iris estaban recuperando su antiguo fuego, demostrando que su parte de demonio estaba recuperando el control, el espacio que se había obligado a ceder de manera forzosa.

Elara siseó, haciendo que Setan rompiera el contacto visual y tensara la mandíbula con descontento.


Las dispares reacciones de Belphegor y Nigrum al vernos aparecer en semejante compañía no se hicieron esperar; ambos habían aguardado pacientemente en la biblioteca, en aquel rincón que había visto en una de las perlas de la memoria de Setan, en el recuerdo donde había sospechado que mi tía, en realidad, podría ser mi madre. Mi verdadera madre.

—Procura que no escape —le pedí a Belphegor, señalando con la cabeza a Briseida.

La mujer se mostró dudosa, quizá reconociéndola del tiempo que pasó bajo el servicio de Barnabas, antes de ocupar mi lugar y encantar las muñecas de mi doncella con dos serpientes de aspecto peligroso. Briseida agachó la cabeza y pude intuir que su mirada se quedaba clavada en los dos animales, que no dudarían un segundo en hincarle sus venenosos colmillos si Belphegor intuía que pretendía huir.

Tras dejar bajo custodia a mi doncella, acudí a Elara para ayudarle a cargar con el cuerpo de Setan. Pasé su brazo por mis hombros para que mi tía no tuviera que llevar todo el peso del demonio ella sola; escuché cómo el Señor de los Demonios contenía el aliento cuando mi costado entró en contacto con el suyo. Temí que, bajo la ropa, hubiera más heridas de las que cubrían su rostro.

Nigrum observaba al pupilo de su señora con una expresión preocupada.

Elara dejó escapar un grito ahogado al mismo tiempo que Setan se desplomaba entre nosotras, agotado. Las rodillas me temblaron cuando el peso muerto del Señor de los Demonios se sostuvo precariamente entre los brazos de mi tía y los míos; el pánico se enroscó en mi estómago al ver los ojos cerrados de Setan. La palidez de su rostro.

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