IV

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Le gustó que pareciera impactado en algún sentido con aquella última pregunta, y hubiera fruncido el entrecejo de esa manera, llamando a sus neuronas a un profundo acto de sinapsis, en una reflexión acelerada.

Su mano al volante descansaba relajada sobre él, el velocímetro había marcado de manera constante la misma velocidad desde hacía una fracción de hora.

Tenía la vista clavada al punto donde el horizonte se conformaba por el cielo cocido a la carretera con una línea fina salpicada de marrones, verdes opacos, y azules. Ese punto que había capturado en una fotografía, pero que se veía diferente, a pesar de que fuera el mismo.

—Mi abuela – respondió finalmente, aclarando su garganta tras el paso de las palabras.

—¿Ah, sí? ¿Por qué? –

—Es la única cuerda de la familia – Soltó una risita, ella le propinó un pequeño empujón que profesaba un: "¡En serio!", acompañado de una carcajada.

—Lo digo en serio. Es la única capaz de poner algo de orden cuando todos se ponen a gritarse unos a otros.

—Entonces ella es algo así como... ¿la pacificadora? –

—Podríamos llamarlo así, parece adecuado. – Willem volvió a reír. – Pero con una mirada de furia italiana que habría logrado que "El Padrino" se hiciera en sus pantalones.

Diana estalló en carcajadas de pronto, sin poder evitarlo, inclinando la cabeza hasta casi chocarse contra la guantera.

—Tu familia suena interesante – dijo, una vez que consiguió volver a tener el control de sí misma. Willem sonrió con la mitad de la boca.

—Yo no hubiera usado una palabra tan... adorable. Pero creo que lo es, de una forma casi insoportable.

—La mía es bastante pequeña – comentó Diana, acurrucándose un poco en el asiento. – Sólo somos mi mamá, mi tía y yo. Mi papá se fue cuando era muy niña, así que no lo recuerdo tanto.

—¿No lo suficiente como para extrañarlo? – indagó él.

—Creo que la idea de un padre es lo que extrañé en algún momento, esas idealizaciones del hombre que te enseñará a andar en bicicleta o te llevará a tomar un helado, pero mi mamá y mi tía cubrieron todo eso de alguna manera. –

—¿Entonces no le guardas rencor? –

—¿A mi padre? – Ella alzó las cejas - No, antes un poco, pero ya no. No tendría sentido, además; no remediría nada, supongo. Estoy muy agradecida de lo que tengo.

Él hizo una mueca.

—No creas que yo no lo estoy... sobre mi familia. – dijo – Son buenas personas, se apoyan. Se unen para ayudarse.

—¿Y tus padres? – 

Willem suspiró ligeramente.

—Mi padre... algo racista, pero lo suficiente educado como para no decir nada fuera de casa. Mi madre es demasiado buena, a veces más de lo que debería.

Hizo una pausa, torciendo un poco la boca.

—Son buenos. Ambos. Incluso mi padre cuando no está maldiciendo alguna etnia —

Diana lo miró con curiosidad.

—¿Y por qué... por qué decidiste alejarte de todo eso? -

Las esquinas de sus ojos parecieron caer por un minúsculo instante, con cierto peso, de comisuras también perdiendo fuerza. Su mano libre se rascó la parte posterior de su cabeza, donde el cabello castaño oscuro se volvía más corto, y los lunares salpicaban el principio de su cuello

— Por la universidad estuve fuera de casa por mucho tiempo, y cuando volví, sólo quise irme otra vez.

—¿Fue como si sintieras que... que ya no pertenecías ahí? –

—Como si ya no perteneciera ahí –

Buscó, pero sus ojos no contenían inflexión alguna. La expresión en su semblante se volvió indescifrable.

Ella fijó la vista en las puntas de sus pies, temiendo haberle incomodado, haber rebuscado en una herida, o haberle agregado una pregunta a sus incertidumbres. Deseó, de alguna forma, poder decirle que había llegado a sentirse así también, y que estaba segura de que no muy lejos, encontraría lo que estaba buscando. Esperó unos segundos, y tomó valor.

—Espero que puedas encontrar tú lugar alguna vez.

La media sonrisa volvió a aparecer en aquel rostro, esta vez genuina, pero más suave, un poco más sutil.

—Estoy en eso.

Pero sin prisa, sin rumbo, dijo, porque prefería no tener uno.

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Muchas gracias por llegar aquí

EpifaníaTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon