VI

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Encontró una tienda de ropa de segunda mano, y entró en ella mientras Willem se dedicaba a tomarle fotos a aquellos edificios desde la ruta.

La simpleza se manifestó en cuanto acarició la primera prenda, y un novelesco olor a humedad se deprendió de ella, mezclado con naftalina. Había una melodía de los ochenta sonando de fondo, a través de los parlantes de una pequeña radio, y un desorden propio de feria americana.

Se hizo de todo su autocontrol en cuanto comenzó su búsqueda entre las hileras de percheros, siendo consciente del poco dinero con el que contaba, y compró lo que sabía que podría caber en su mochila, y lo que consideró que mejor aspecto tenía. Pantalones, blusas, un par de anteojos de sol de un exhibidor descolorido, junto a la caja registradora.

Consiguió también unas postales antiguas que guardó celosamente, esperando poder dárselas a Willem en algún momento. Sentía que necesitaba retribuirle de alguna forma por todo lo que había hecho, aunque no tuviera mucho con qué hacerlo.

Antes de marcharse, la muchacha que trabajaba allí le aseguró que había un hospedaje a medio kilómetro, poco antes de una gasolinera.

Al salir, encontró a Willem parado en la tienda continua, mirando una campera de cuero a través dela vidriera empolvada. Llevaba las manos en los bolsillos y una expresión tranquila. 

—Hola – lo saludó, deteniéndose a su lado. Él le sonrió – Es muy bonita – comentó, reparando en los detalles de las costuras, en los bolsillos discretos, en la sobriedad de su estilo. 

—Lo es – convino él, con la cabeza levemente ladeada, aun viendo la chaqueta – De sólo pensar en cuánto pagué por una de cuero símil me dan ganas de llorar —

Se rió un poco, y se volteó luego de un segundo, hacia ella, encontrándola con sus ojos.

—¿Pudiste hallar algo? –

—Sí, gracias a Dios. Ya no voy a tener que preocuparme por usar las mismas dos camisetas todos los días.

Diana volvió a mirar la campera, e hizo un mohín con la cabeza.

—¿Por qué no te la compras? – le sugirió dubitativa.

—Es una buena idea –

La respuesta inmediata de Willem le hizo reír. 

—¿Estabas esperando que te lo dijera? – inquirió. Él sonrió divertido.

—Necesitaba de una ligera persuasión –.

A continuación abrió la puerta del local, invitándola a pasar primero. Los alrededores estaban apacibles. Diana se abstuvo de acompañarlo, haciendo un pequeño gesto, sin saber por qué, y lo vio adentrarse tranquilamente, como si nada mereciera agitación alguna.

Permaneció frente a la vidriera, sus ojos lo interceptaron a un lado del mostrador, con sus dedos tamborileando en el borde. A través de las vitrinas, de los sobretodos colgados, lo miró, sin poder evitarlo, casi sin ser consciente. Esas facciones seguras, la expresión de su boca. Sus hombros, el azul de su camisa. Los bonitos hoyuelos cuando sonreía.

Se llamó a la tierra en cuanto él salió de la tienda con la bolsa en la mano y su contacto visual se hizo evidente. Media sonrisa, de nuevo, en esos labios. Media sonrisa.

Sintió sus latidos desbocarse por un instante, allí, sin que se hubiera movido ni un centímetro. Le sonrió también, con suavidad, e indicó la bolsa.

—¿Ahora eres feliz? – preguntó con gracia, sintiéndose de pronto débil, haciéndolo partícipe de alguna ironía.

Él respondió:

EpifaníaWhere stories live. Discover now