VII

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Había lucecitas navideñas en los postes, y enredadas en los toldos de los puestos, titilando conforme el crepúsculo avanzaba, y el sol perdía fuerza transformando el cielo en uno turquesa opaco. Willem reía, entrecerrando los ojos, formándosele pequeños pliegues a los costados de su piel, con las carcajadas brotando desde lo más profundo de su estómago. Ella se detuvo a mirarlo de reojo, con las mejillas acaloradas por haber estado riendo también. La incredulidad le dio paso a la sorpresa en el espacio de su pecho, y se permitió una sonrisa suave, con una chispa en los ojos, sin saberlo.

El rumor de la música se asentó de fondo, el ir y venir de la gente le agregó las voces, el llanto de una niña a la que se le había caído su peluche.

La feria estaba en su apogeo, en la cima de su propia existencia. Los puesteros ofrecían sus productos con palabras elocuentes, había carteles de colores, llamadores de ángeles moviéndose de un lado a otro, un pintor con los dedos sobre un lienzo.

Diana cerró los ojos, cuando necesitaron recuperar el aliento, y sintió la brisa fría chocar contra su rostro, en una caricia dulce, con aroma a caramelo y humedad. Inhaló profundamente, llenando sus pulmones, hasta que estuvo segura de que lo había registrado en su interior, y lo dejó ir con un suspiro. Quería recordarlo todo.

Él la miró entonces con una media sonrisa. La esperó, contemplando cada gota ínfima de vida en su rostro, la felicidad en ella, que sintió dentro de él. Se veía tan apacible, tan pura. Ella tenía esa inocencia en la punta de la nariz, en sus cabellos castaños claros hasta la mitad de la espalda, en aquellas graciosas ondas. Dulzura, en su boca, en la forma de su labio inferior.

Se habían detenido. Diana tenía su mano reposando sobre la cerca de troncos, sus pestañas curvadas hacia arriba, sus mejillas estaban salpicadas de rubor.

La Canon entre las manos de Willem la retrató en un instante, sin previo aviso, haciéndola reaccionar en cuanto el sonido del disparo llegó a sus oídos, para mirarlo con estupor que se transformó en una sonrisa divertida. Él bajó la cámara,correspondiendo a su sonrisa, de aquella manera que le era inherente, con carisma, como si fuera capaz de comprarle a su dueño la luna simplemente con dirigir sus ojos en una mirada segura, confiada, pero tan natural, que no podía más que recaer en ella, y sentirse tranquila. Segura. A salvo.    

El joven le dijo algo sobre que las espontáneas eran las mejores, y que hubiera sido catastrófico perder aquel momento. Una completa infamia. Ella sólo respondió: está bien. Está bien.

Continuaron caminando, hasta que él se detuvo en un puesto de algodón de azúcar, y compró uno para cada uno, sumergiéndose así en una nueva charla, con el azúcar deshaciéndoseles en la boca, con pasos cortos, esquivando transeúntes.

Willem le contó acerca de su madre, de su trabajo en una panadería y de cómo hacía el mejor budín de naranja del mundo. Diana le contó de la suya, de sus conversaciones interminables en la hora de la merienda, de cómo solía relatarle historias de su juventud y que a menudo había deseado tener las aventuras que ella había vivido.

Jugaron a arrojar una pelota de trapo intentando derribar unas latas encimadas en forma de pirámide en uno de los puestos, entre risas. Él lanzó una exclamación de asombro cuando ella tomó impulso, y después de sólo un intento, logró desplomar la pila completa, dándole con la pelota justo en el centro. 

—Eres buena — le dijo, una vez que hubieran ganado, y él logró derribar la pirámide tras su tercer intento.

Se dieron la mano, felicitándose por la victoria. El puestero les entregó un par de llaveros de peluche en forma de pequeños animales. Diana tomó el conejo, y Willem el elefante. Este último hizo una graciosa reverencia hacia ella antes de marcharse, y ante su risa, colocó las manos detrás de sus hombros, para llevarla por delante de él.

El contraste de su altura con lo menuda que era ella resultaba reconfortante, el calor que sus manos le imprimieron subió hacia las mejillas de Diana cuando fue capaz de notarlo, perdiéndose por un momento de lo que él le estaba diciendo, algo sobre el puestero, sobre su bigote pelirrojo.

No pudo contener la carcajada en cuanto capturó el sentido de la burla, una que trató de apagar llevándose su mano a la boca, al tiempo que el aliento de Willem le hacía cosquillas sobre su cabello, al haberse inclinado para que no lo oyeran. Y también reía, otra vez, ambos reían.

Al final del recorrido, donde el camino de tierra comenzaba a transformarse de nuevo en hierba, encontraron una vieja rueda de carro de más de un metro de alto, apoyada sobre un depósito de paredes de madera descoloridas y techo de chapa, enredada en lucecitas débiles que parecían estar apagándose poco a poco. 

Diana sujetó el brazo de Willem en cuanto la notó, inconscientemente, y le indicó aquella imagen con el dedo.

—Es hermosa – expresó, sin pensar en el prejuicio, en lo que él pudiera pensar por un comentario tan entusiasta.

—Lo es – Willem sonó honesto, como cada vez que algo salía de su boca. – Y la luz es perfecta.

Tomó la cámara, que descansaba a su costado, en una tira de cuero que cruzaba por su pecho, y le quitó la protección al lente. Le dirigió una mirada a la muchacha, curvando las comisuras de sus labios levemente.

—¿Quieres intentarlo? – animó, su voz sonando inesperadamente dulce.

—¿En serio? – Diana lo miró sorprendida, abriendo los ojos.

Willem se rió con suavidad, acaparando cada detalle de aquella expresión, la ternura que expedía de ella y que era incapaz de ignorar, junto a otra cantidad de cosas.

—En serio – aseguró, y le dio la cámara, pasándole la correa por los hombros.

En cuanto Diana la tuvo entre sus manos, le indicó cómo hacerlo, parándose a su lado.

—Mira a través del visor. En el diafragma, antes del lente, está el zoom. Está en un modo sencillo, no tienes que preocuparte por otros calibres. Cuando quieras tomarla, presiona el disparador a la mitad y luego completamente.

Había colocado sus dedos encima de los de ella, explicándole el movimiento de rosca de los anillos de enfoque, y ahora había retrocedido un paso, dándole el espacio. Diana levantó la cámara, para mirar por ella, con timidez, temiendo que sus dedos estuvieran pegajosos, que pudiera girar de más el zoom. Tomó una, pero decidió desecharla enseguida.

Le echó un vistazo a la rueda otra vez, con cuidado, deseando absorber esa magia para poder transmitirla. Lo extrañamente bello, el toque vintage, de casualidad bonita.

Los ojos de Willem estaban sobre ella, siguiendo cada gesto, pero no fue capaz de notarlos.
Tomó aliento, apaciguando su propio pulso. Entonces sacó la foto. Él se acercó una vez que ella buscó el resultado en la galería, y lo contempló a través de la pantalla. Sus labios se curvaron hacia arriba.

—Nada mal – dijo – Encantadora.

El comienzo de la noche se materializaba a su alrededor, las luces adquirieron fuerza, y resplandecieron en el principio de la oscuridad del cielo.
Willem le indicó a Diana que se parara junto a la rueda y comenzó a calibrar un par de detalles técnicos de los que ella casi nada sabía.

Por impulso, los ojos de la muchacha se desviaron hacia lo que la rodeaba, buscando asimilar las maravillas. Él le había dicho que a menudo entendía mejor las cosas cuando se detenía a apreciar dónde estaba, que podía descubrir la belleza, el sentido de todo.

Vida, eso era lo que había estado sonando en su cabeza. El querer sentirse viva.

Había estado esperando recordar cómo se sentía, esa emoción en el fondo del pecho. Al mirar las luces, al descubrir los kilómetros que llevaba en la piel, en el instante en el que olvidó las horas y recuperó la visión de la cámara, apuntándola directamente, se encontró sintiéndolo, de verdad, otra vez.
Una sonrisa nació de su boca, justo antes de que el flash la encandilara y fuera capaz de darse cuenta de que realmente, después de mucho tiempo, se sentía muy feliz. Ahí, en ese momento, con las chispas frente a sus ojos, con esa voz grave pronunciando un cumplido, fue de verdad feliz. 

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La siguiente es mi parte favorita, y no puedo esperar para poder compartirla. 

Gracias por llegar hasta aquí :)

EpifaníaWhere stories live. Discover now