VIII

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Se dio una ducha en cuanto estuvo en su habitación, luego de un pequeño examen del espacio, los escasos muebles de apariencia raída, el empapelado aburrido, y la puerta de vidrio deslizable que daba al balcón que casi compartía con la habitación continua, la de Willem.

Había dejado sus cosas sobre la cama, reprimiendo el deseo de recostarse en ella, en sentir la suavidad mullida de los cobertores contra su espalda, y se dirigió al baño, donde se quitó todo vestigio de duda, toda mota de polvo o rastro de llovizna.

Luego de una hora, cuando ya casi era media noche, salió hacia el pasillo con ropa nueva y aroma a lavanda en el cabello.

Dudó un instante antes de entrar en la habitación de al lado, aun sabiendo que él la había dejado abierta como habían acordado antes de separarse, luego de asegurarle que la esperaría en el balcón para poder charlar. Tímidamente, se adentró en el ambiente, cerrando con cuidado la puerta detrás de sí.

El cuarto era como el suyo, de dos camas separadas de cobertores marrones, y un sillón de cuero sucia, donde se encontraba su equipaje, y el estuche de la cámara sobre una de las camas.

El acceso al balcón estaba abierto, con las cortinas corridas, moviéndose ligeramente. Caminó un par de pasos más adentro, y miró hacia allí, encontrándolo afuera, a pocos metros de ella, de espaldas, con los codos apoyados sobre la barandilla, y la mirada perdida.

Vio su espalda, la camisa a cuadros verdes y azules, a través de ella, las líneas de sus omóplatos.

Su voz salió tímida de entre sus labios, un hola que repercutió en el espacio, en la quietud de la noche de fluorescentes blancos, cuando se animó a salir también.

Willem se volteó, posando la mirada en ella. Su cabello húmedo se veía aún más oscuro, peinado hacia atrás. Le sonrió con discreción. Diana se acercó a él, el barandal estaba frío, las yemas de sus dedos lo rozaron apenas.

— Creo que estuve a punto de quedarme dormida en la ducha – comentó, mirando hacia abajo a la ruta, al pavimento.

Willem dejó escapar una risa leve, echándole un vistazo al cielo.

—El baño nunca resultó de esa forma conmigo...  —chasqueó la lengua, y volvió a mirarla. - ¿Quieres algo de tomar?

—No, gracias. Estoy bien –

—De acuerdo. Ya regreso. Veré lo que puedo encontrar para mí –

Se adentró en la habitación y volvió a salir luego de un minuto, con una botella de cerveza pequeña que ya había destapado, y se apoyó de espaldas sobre la barandilla esta vez, junto a ella.

Diana lanzó un suspiro, sus hombros descubiertos sintieron frío, el paso del rocío extendiéndose por sus brazos. Miró hacia arriba, los puntos infinitos brillando, rompiendo el manto negro.

—Es una noche hermosa – dijo.

Él no dijo nada. Se veía distante, perdido en algún otro lugar. Lo buscó de reojo, su semblante apagado, la línea recta de su boca. Había perdido la gracia, la chispa de sus ojos.    

***

 Willem pensaba con mucha fuerza, volviendo al mismo momento, una y otra vez. La había despedido por un rato en el pasillo, guardado las postales que ella le regaló en el bolso y que le habían robado una sonrisa; había dejado a un lado sus pertenencias, con cierta calma, pero no fue hasta que hubo cerrado la puerta y se encontró con el agua cayéndole por el cuello que comprendió un puñado de cosas. Era la primera vez en días que volvía a estar solo.

EpifaníaKde žijí příběhy. Začni objevovat