Akabane Karma (2)

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Después de siete años de relación, tu novio Karma decidió proponerte matrimonio. La felicidad que inundó tu alma era tanta que por una vez le cumpliste todos sus caprichos. Ambos estaban contentos por la boda. El chico te dejo los preparativos a ti. Quería que fuese de la manera que tu quisieras.

Durante dos meses te levantaste temprano para empezar a planear junto con los encargados que contrataste. El pelirrojo sonreía cada vez que te veía emocionada por la idea. Tus mejillas siempre terminaban rojas por su mirada tan dulce. Y de una u otra forma lograba sacarte risas aunque no quisieras. En tu interior decías que habías escogido a el hombre perfecto para tu vida.

¿Por qué lloras entonces?

El día tu boda, te veías hermosa con aquel vestido blanco. Cualquier hombre que te viera le darían ganas se casarse. Imaginabas a Karma vestido de traje con el pelo hacia atrás. Te reías por dentro por tener una gran imaginación. Pero, ¿quien puede culparte?. Eres una novia ilusionada y feliz.

Pegado al espejo había una nota. La tomaste en tus manos y la leíste con sumo cuidado.

«Mi bella (T/N), perdona por decírtelo de esta forma. No me casaré contigo. Espero me perdones por esto. Te amo. Eso no es mentira».

Akabane Karma.

Tus lágrimas brotaban de tus ojos como un arroyo. Querías que todo fuese una broma de mal gusto como las que solía hacer. Querías que viniera con aquella sonrisa burlona y te golpeara la cabeza por ser tan ingenua. Te tiraste al piso en llanto sin importarte que te lastimarás las rodillas. Aquel vestido blanco se había ensuciado del maquillaje que tanto odiabas ponerte. Tu corazón dolía como nunca. Por un momento creíste que te iba a dar paro cardíaco.

«Ah... Solo es dolor y decepción mezclados con una horrible sensación de impotencia».

Con el vestido aún puesto, caminaste hacia el pasillo por donde pasarías con Karma y tiraste al aire aquella nota. Luego de eso te diste la media vuelta y regresaste a casa. Odias el alcohol. Pero por un día, fue la mejor compañía que pudiste haber tenido.

A la mañana siguiente te despertaste en ropa interior alrededor de montones de botellas de cerveza. La cabeza te dolía como si un caballo hubiese caminado sobre ella y el maquillaje lo tenias escurrido en todo el rostro. Caminaste hacia el baño, y entraste a la tina llena de agua. Dirigiste la mirada hacia el techo y de poco a poco cerraste los ojos para descansar un poco.

«Debí hacer caso cuando me dijeron que era mala idea».

Dejaste tu trabajo y empezaste a trabajar como escritora. Habías publicado dos obras. Una de ellas se llamaba: «Las alegrías de la reina de rojo» y la otra era: «El mal de amores del lobo blanco».

Para poder despejar tu mente y escribir nuevamente, viajaste hacia una isla en el oeste de Estados Unidos. Según decían su playa era tranquila y el aire de esta emanaba soledad. El lugar perfecto para ti. Sin mencionar que habían pocas visitas.

Al llegar a la isla, te hospedaste en un hotel y te sentaste a la orilla de la playa. De la mochila que cargabas sacaste un cuaderno y un lápiz. Empezaste a escribir lo primero que se te vino a la mente. El sonido de las olas y el viento que de vez en cuando sacudía tu cabello, te reconfortaban. Era como si la playa misma estuviese consolándote.

Respiraste hondo y miraste aquel cielo despejado. Continuaste escribiendo sin prestar atención a tu alrededor. Estabas tan inspirada y concentrada que si llegaban terroristas a la isla, no te darías cuenta.

─ ¿Puedo sentarme, señorita?

─ Seguro. ─ Respondiste sin despegar la mirada de tu cuaderno.

Sentías la mirada aquella persona que estaba a tu lado, pero no te importó. El sol estaba a punto de oponerse y aun continuabas allí. Lo más sorprendente era que aquella persona seguía a tu lado.

─ ¿No piensa irse? ─ Preguntaste de espaldas a el guardando tus cosas.

─ Podría voltear a verme, señorita.

Ese cabello rojo, esa sonrisa burlonamente serena. Tus ojos se abrieron como platos al verlo una vez más pero luego las lágrimas aparecieron y te paraste de golpe. Le lanzaste las rocas que estaban a tu alrededor y con tus pies y manos, lanzabas tierra.

─ ¡Te odio! ─ Te detuviste y lo miraste a los ojos repitiendo lo mucho que te desagradaba.

─ Perdón... ─ Fue lo único que escuchaste de su boca.

Corriste y regresaste al hotel encerrándote en tu habitación. El chico suspiro y luego vio el cuaderno que habías dejado. Al leer su contenido, se río un poco y se tumbo en el suelo rascándose la nuca.

En la noche escuchaste el timbre de la puerta sonar varias veces, y con pereza abriste la puerta. Frunciste el ceño y volteaste la mirada.

─ Cualquiera que leyera esto sabría que aún sientes mariposas en el estómago cuando me ves o piensas en mi. ─ En sus manos tenía el cuaderno en que habías estado escribiendo hace un rato.

─ Regresamelo.

El chico entró a la fuerza a tu habitación y se sentó en el sofá. No había cambiado nada en lo absoluto. Suspiraste resignada y te sentaste frente a él esperando una respuesta.

El pelirrojo se arrodilló ante ti y beso tu mano. En su rostro se denotaba tristeza. Empezó a quitarse la camisa y viste en su espalda tu cara tatuada.

─ Un día antes de la boda, me tatué tu rostro en mi espalda. Creí que tal vez así te tendría siempre conmigo pero no fue suficiente...

Sin mas palabras el chico te beso lentamente, y sin mostrar resistencia lo aceptaste. Al igual que el día que te propuso matrimonio, sus ojos tenían un brillo especial. Con tu rostro sonrojado y a punto de llorar, Karma colocó en tu dedo el anillo de compromiso que debió darte hace un año.

─ Tendrás que esforzarte más esta vez.

El chico sólo se río ante tu comentario y se recostó en tu regazo mientras contemplaba tu rostro.

One Shots (Anime)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora