Capítulo III.

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Moldavia Meridional.

Sasuke voló a través del paisaje claroscuro del Mundo Nocturno, sus matices reduciéndose a negros y grises, puntuados por explosiones de tonos pastel donde los humanos durmientes soñaban con escenas vivas. El paisaje estaba formado por aquellas mentes dormidas, y reflejaba su Mundo de Vigilia tal como un ondulante estanque reflejaba el cielo encima de él: una imagen que cambia con cada aliento del viento, distorsionándose, decolorándose, y volviendo otra vez en un destello brillante de claridad. En esta versión del Mundo Nocturno de la tierra, eran las criaturas de la noche las que tenían sustancia física, mientras la escena alrededor de ellos tenía toda la realidad de un sueño.

Pese a lo irreal del paisaje, era, sin embargo, rico en información sobre lo que pasaba en el Mundo de Vigilia de los hombres. Sasuke miró debajo de él buscando signos que le condujeran a Kiba. Solo pasaría el espacio de un suspiro antes de que los encontrara.

Vívidas líneas de rojos se deslizaban a través de las sombras grises de un valle, el rojo uniéndose y cruzando a lo largo de un pueblo donde una multitud de soldados montados asaltaban y violaban; y al ver que los aldeanos se resistían, los soldados los quemaban y empalaban. La violencia se repetía una y otra vez mientras Sasuke miraba, las soñadoras mentes de los aldeanos sobrevivientes luchaban por liberarse del horror del pasado.

Una brillante bandera se elevaba por encima de la violencia: una bandera roja con la silueta negra de un dragón que se retorcía sobre ella. Kiba Draco había estado aquí.

Los soldados del sueño se marcharon hacia norte, y Sasuke los siguió hasta que desaparecieron. Atravesó los campos enturbiados de batalla, marcados tanto por los cadáveres de soldados de Moldavia y Wallachian; sobre ciudades derribadas y acobardadas por el miedo; y al final, la última ciudad fortificada de Galatsi. Aquí, los sueños de los habitantes eran fracturados y frenéticos, en la versión del Mundo Nocturno, la ciudad resplandecía con explosiones de temeroso color. Nadie descansaba tranquilo aquí esta noche.

La bandera del dragón y un guerrero negro armado con una cresta de pluma roja, comenzaron a aparecer con más frecuencia en las estrechas calles mientras Sasuke avanzaba hacia el centro de la ciudad. La figura oscura parecía estar en todas partes a la vez: y lo estaba, ya que Kiba había invadido las mentes de los residentes de Galatsi tan firmemente como había invadido su ciudad y su país.

Sasuke se detuvo en un tejado embaldosado y extendió sus sentidos, escogiendo cuidadosamente su camino a través de las emociones sexuales de las mujeres que soñaban en la ciudad. Sus deseos interiores se elevaban como cien voces susurradas desde sus oscuras casas; susurros de amor y odio, de miedo y aborrecimiento, de deseo y resentimiento. Cualquiera fuese la emoción que ellos le murmuraban, en su base había un deseo sexual insatisfecho.

Una voz le gritó más fuerte que todas las demás: alguien herido y perdido, y aterrorizado hasta sus mismas entrañas. Era el susurro de una inocente que había sido tomada contra sus deseos. Lo había escuchado cien mil veces antes, a lo largo de los siglos, y tuvo la sospecha de que ese grito de desesperación era su camino hacia Kiba.

Siguió el rastro de las emociones a través de la ciudad y hacia una gran casa-esquina, con paredes de piedra cubiertas de estuco, las ventanas con sus cuatro paneles cerradas fuertemente durante la noche. Se deslizó fuera del plano del Mundo Nocturno y entró en el de los hombres, donde ahora todo era sólido y real, y era él el que no tenía sustancia. Se adhirió a la pared externa de una de las ventanas, en donde aún ardía el suave brillo de una vela y observó detenidamente el interior.

Kiba estaba dormido en la cama en la habitación, abrazando a una joven mujer rubia, su brazo y pierna atrapándola con fuerza mientras dormía. La muchacha -de no más de quince años, quizá más joven- tenía los párpados hinchados, enrojecidos de alguien que había llorado hasta quedarse dormido. Su boca se veía enrojecida e hinchada por los desacostumbrados besos, sus hombros encorvados como si un pequeño movimiento pudiera romper su relativa libertad del toque de Kiba.

Sueña conmigo.Where stories live. Discover now