Capítulo XI.

255 32 11
                                    

La mano del demonio se estiró y tocó su frente. Se solidificó, haciéndose espantosamente real. Un chillido creciente de horror se alzó en el interior de Hinata, una histérica necesidad de agitarse y escapar. Quiso gritar; intentó gritar. No pudo.

El darse cuenta de ello hizo que su terror fuera peor, ya que sabía que el demonio tenía el control de ella.

Sasuke estaba esta vez sentado en cuclillas sobre sus muslos en lugar de sobre su pecho, mientras ella se sentaba rígida en la cama. No podía sentir su peso sobre ella, aunque sus propios miembros se sentían extrañamente pesados. Intentó moverlos y no pudo. Tampoco podía alejarse de su roce sobre la frente.

Sintió como si no pudiera respirar, como si necesitara jadear para respirar, pero que, al hacerlo, su pecho no se movería. El pánico la inundó, y el sueño que todavía nublaba su mente se decoloró, el príncipe vestido de blanco desapareció. Sasuke finalmente notó su atención y dejó caer la mano de su frente.

El aliento volvió a ella, y de repente se sintió como si pudiera moverse otra vez, si así lo deseaba. Comprendió que no estaba totalmente despierta; estaba, en cambio, en uno de aquellos trances en que había pasado prácticamente toda su vida. Por suerte, su estado de trance, que no era una verdadera vigilia, le permitía contener su miedo detrás de una pared.

El único modo de tratar con un enorme y desnudo hombre con alas de murciélago acuclillado sobre sus muslos era permanecer tan aparentemente tranquila como fuera posible, mostrar debilidad era ser aplastada.

—Por favor salga de encima de mis piernas —dijo Hinata tan calmadamente como pudo, intentando impedir que su voz rechinara o temblara.

—Sé que no estoy lastimándote.

—Por favor, aléjese.

Él se encogió y bajó de sus muslos.

—Muy bien.

Su parte histérica hizo una pausa dejando de hacer ruido, la buena voluntad de Sasuke de hacer lo que le rogaba alivió un poco su tensión. Soltó otro corto chillido de todos modos, como el ladrido de un perro emitiendo una advertencia, mientras es tranquilizado parcialmente; todavía estaba en guardia.

Sasuke movió sus alas, acomodándolas para que no interfirieran mientras se sentaba a la manera sastre sobre la cama, de cara a ella. La posición dejó sus genitales totalmente expuestos. Hinata parpadeó y desplazó su mirada hasta su cara.

Él era una criatura hermosa, con rasgos masculinos que eran casi demasiado perfectos. Su pelo negro y brillante colgaba sobre su frente en un fleco desordenado, y sus cejas era perfectos y suaves arcos sobre sus brillantes ojos con sus espesas y negras pestañas. Un indicio de sombra de barba teñía su mandíbula y barbilla, ubicadas sobre las curvas elegantes y sutiles de sus labios. Ella podía ver en sus rasgos insinuaciones tanto del guerrero como del príncipe rubio.

—Tengo muchas cosas que preguntarle.

Sasuke suspiró dramáticamente.

—Mujeres. ¿Siempre necesitan hablar, verdad?

Su exasperación era un acto, sin embargo, que buscaba cubrir la inquietud que se deslizaba por su espinazo. Estudió a Hinata mientras ella se sentaba en el último parpadeo de luz de la llama de la vela, su cara misteriosamente tranquila y compuesta. Él no sabía exactamente lo que estaba pasando detrás de aquella fachada encantadora, que tanto lo alarmaba del mismo modo que, perversamente, lo excitaba. Él tampoco había tenido el control completo durante el sueño: solo había sido capaz de seducirla hasta cierto grado, y a la velocidad en que ella deseaba ser seducida.

Le provocaba un placer inesperado enfrentar ingenios y voluntades con ella, usar sus mejores artimañas para engañar sus barreras, filtrándose en sus pensamientos y encontrando la receta exacta para su seducción. Ella era un desafío, y había pasado miles de años desde que él había afrontado cualquier desafío con una mujer humana.

Sueña conmigo.Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz