Capítulo XVI

211 26 17
                                    

—Abre los ojos —susurró Sasuke.

Ella obedeció, observando fijamente su alma desnuda en sus llameantes ojos onix, mientras se acercaba al borde, su cuerpo contrayéndose en una ola tras otra ola con una avariciosa satisfacción, su pasaje agarrándolo con fuerza en su interior. Ajustó sus muslos contra sus caderas, sus tobillos se cruzaron detrás de él, para poder sujetarlo dentro de ella para siempre.

Cuando las olas se desvanecieron ella se relajó, y él se retiró de encima de ella, luego rodó para quedar a su lado, todavía unidos, con su pierna por encima de su muslo. Él peinó su pelo hacia atrás, lejos de su rostro húmedo, besándola en la frente con rara solemnidad.

—Colócame como un sello sobre tu corazón, como un sello sobre tu brazo —citó él.

Inclinó su cabeza para mirarlo, desconcertada.

—Eso es una cita de Salomón. ¿Cómo la sabías?

—La oí en tus pensamientos. Colócame como un sello sobre tu cuerpo y corazón, Hinata. Eres mía y nunca pertenecerás a Kiba. Incluso si te casaras con él todavía serías mía. Nunca te dejaré ir.

Hinata inclinó su rostro, colocándolo contra su pecho, cerrando sus ojos e intentando impedir que entrara en su mente. Sus palabras no la confortaron o complacieron, aunque eran todo lo que había querido escuchar. Mientras el hambre del deseo se desvanecía de su sangre, la culpabilidad vino, dejando su estela.

Había faltado a su propia promesa, al menos la de salvar su virginidad para Kiba. Su cuerpo permanecía intacto, pero esta unión vivida en su mente, con tanta intensidad como si se hubiera llevado acabo en realidad. Kiba no iba a conseguir una novia pura el día de su boda.

Ella era una criatura repugnante y malvada, que disfrutaba apareándose con un demonio.

Su alma seguramente estaba condenada tres veces más por haberse enamorado de él al mismo tiempo.

¡Que el poder de Dios la ayudara, porque sabía ahora, que no podía ayudarse a sí misma!

.

.

.

La hermana Chiyo despertó temprano, cuando la primera luz tocaba el horizonte. No había dormido bien, nada bien en realidad. Tenía vagos recuerdos de pesadillas, pero por suerte revoloteaban lejos de su mente incluso cuando intentaba capturarlos.

Su vejiga estaba llena y su tripa estaba haciendo desagradables sonidos gorgojeantes; la cena no le había caído bien anoche y rogaba por salir. Se colocó un abrigo alrededor de los hombros cubiertos por una camisa y se apresuró al pasillo hacia la letrina.

Cuando llegó allí y abrió la puerta, sin embargo, se encontró con un espacio vacío en el lugar donde debería haber estado el retrete. Unas pocas y podridas vigas mostraban el sitio donde la madera había cedido.

Por suerte, alguien había dejado un orinal en el suelo, y Chiyo se agachó encima de ello con gran alivio.

Arrugó la nariz. No, la cena no le había caído nada bien.

Cuando hubo terminado, abrió la puerta del excusado una vez más y levantó el orinal.

.

.

.

Shikamaru, el capitán de la guardia, enviado por Kiba con el Padre Kabuto, bostezó y se rascó las nalgas, e hizo su camino alrededor del castillo. Había una maravillosa vista de las montañas y la salida del sol, y mientras hacía pis el sol de la mañana atrapó su corriente de orina, convirtiéndola en brillantes gotitas de oro.

Sueña conmigo.Where stories live. Discover now