16. Sentimientos encontrados.

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Tenía dos opciones, la primera era correr los más rápido y evitarme una vergonzosa charla. O también tenía la opción de escuchar lo que él tenía que decirme sobre aquella fatídica noche, de la cuál, no recordaba absolutamente nada.

—Sé que quieres huir, así que hablaré antes de que patees mis bolas y huyas.

Elevé las cejas cruzándome de brazos, su mirada siguió mi movimiento hasta mis pechos y se quedaron ahí por unos pequeños segundos, segundos en los que mi mente se perdió ante el recuerdo de Leo haciendo constantemente lo mismo. No es que Leo fuera un pervertido, más bien lo consideraba una acción que le divertía porque hacía que me cabreara.

Tragué duro, antes de emitir un pequeño ruido que sonó como un gemido entre un susurro. Me dio su atención nuevamente. Sonrió y supe que él sabía más de lo poco que me había dicho en su habitación aquel fin de semana.

—Antes que nada, te diré que no tuvimos sexo —Abrí la boca, pero me calló al instante colocando su mano en mis labios—, tú me habías preguntado si habíamos dormido juntos, lo cual hicimos, puesto que yo no dormiría en el sofá. Pero entonces cuando te lo iba aclarar, enloqueciste de la nada. No pude explicarte y admito que era gracioso verte huir de mí por lo que pensabas que habíamos hecho...

Quité su mano de un manotazo, empujándolo con toda la fuerza que tuve.

—¡Eres un imbécil! ¡Un maldito! ¡¿Por qué apenas me lo estás diciendo?! ¡Te odio! ¡Imbécil! —Lo golpeé hasta que me sujetó por los brazos, procurando ocupar la suficiente fuerza para no lastimarme.

—Admito que no hice lo necesario para aclararlo —Alzó las cejas de manera interrogatoria— pero tú tampoco dejabas de huir, ¿Cuándo crees que hubiera podido decírtelo?

—Pero...

—Además estabas toda ebria, hablaste y hablaste por horas mientras llorabas y te quejabas, ¡Incluso vomitaste mis zapatos italianos que me envió mi abuelo de su viaje! —Intenté hablar, pero él no se callaba— ¡Y todavía que había preparado el desayuno, me gritas y huyes! Y además...

Sus ojos se abrieron mientras sostenía su rostro cerca de mí, sus labios junto a los míos, unidos en un suave beso. Uno que no sé de dónde había salidos pues sólo había tenido el impulso de hacerlo callar, cerró los ojos al igual que yo, colocó una mano en mi mejilla mientras la acariciaba lentamente y con la otra daba suaves masajes a mi espalda, a pesar de que era un beso lento, suave y corto. Lo había disfrutado de una manera extraña, me sentía... feliz.

Cuando nos separamos, con las respiraciones entrecortadas, lo miré fijamente. Su labio estaba levemente inflamado, el cabello revuelto y sus ojos estaban dilatados, lo notaba incluso ahora que el sol se empezaba a esconder. Negué cuando se intentó acercar nuevamente.

Entonces lo supe, tenía sentimientos por Ed, tal vez no era algo fuerte como el lazo que compartía con... pero era algo que comenzaba a forjarse con cada segundo que pasaba, la atracción, la tensión, las bromas y las sonrisas. Y en especial, éstos pocos besos que habíamos compartido. Me daba cuenta de que intentaba huir, el sentimiento de culpa se instalaba en lo más profundo de mí, y eso, era lo que me hacía retroceder, lo que me hacía huir.

Era lo que me frenaba de intentarlo, él se detuvo cuando lo alejé de mí, pude notar la confusión en sus ojos.

—No puedo seguir haciendo esto, Ed.

Di un paso atrás antes de que tomara mi brazo, lo miré sin saber que decir. Estaba tan confundida de mis sentimientos ahora, todo era un revoltijo en mi cabeza, aunque parecía lo correcto, no se sentía de esa manera.

—Tienes que saber que no soy él, Abby. Es hora de avanzar.

La indignación se apoderó de mí, sabía que ahora él estaba dolido de mi rechazo repentino, y aunque en realidad no había dicho nada malo, de hecho, había sido algo completamente cierto. No pude evitar sentirme herida, dolida y sobre todo indignada. Me solté bruscamente antes de retroceder unos pasos, fruncí las cejas con clara molestia y hablé, sin pensarlo.

—Sé que no eres él, y eso es lo que me duele. Porque me gustaría que lo fueras.

Solté aquellas palabras con dolor, remordimiento, tristeza, mis sentimientos eran un completo caos que no hacían más que confundirme más y más. Hice lo que debí haber hecho desde el comienzo; corrí lejos.

[=]

Mi noche no había ido mejor, Marck estaba peor que insoportable. Me monté en mi auto preparada para la carrera, Adam apareció en mi ventanilla con preocupación, levanté una ceja en protesta cuando empezó a hablar.

—No te ves de humor.

—Es porque no lo estoy.

Apreté los labios, cerrando la ventanilla. Ajusté el cinturón de seguridad, encendí el auto acelerando lo más que pude cuando la bandera roja cayó al suelo. Me enfoqué en la ruta sin perder de vista el retrovisor, giré dos calles más arriba del barrio, subí el puente y bajé. Perdiendo de vista por unos minutos el retrovisor. Tarde, dos coches se me adelantaron y cuando pensé que los alcanzaría era más que tarde, éstos ya habían pisado la meta.

No tuve tiempo de salir del coche por completo cuando Marck ya me había tomado del brazo para llevarme lejos de la multitud que fingían no vernos. En el camino Bridget apareció, negué rápidamente, pude ver fijamente como apretó los labios conteniéndose lo que tenía que decir, después salió corriendo. Y claramente sabía para donde se dirigiría.

Nick no haría nada, lo sabía bien. Esto había pasado para todos nosotros. Todos habíamos llegado al punto de hartar a Marck alguna vez para visitar el sótano.

Mientras Marck sólo yacía en silencio, apretando mi brazo de manera furiosa. Yo sólo hacía muecas de dolor silenciosas, evitando molestarlo más de lo que ya parecía. Caminamos por un largo pasillo para después bajar las escaleras, ahí se encontraba la puerta de madera más vieja que pude hacer visto alguna vez.

—Tres días, agua y pan una vez mañana y el último día sólo agua —Habló con voz gélida, y dura al par de hombres que custodiaban la puerta—. Te di privilegios que los demás no poseen, y tú los desperdicias. Tal vez ese es mi error, y doy demasiado a cambio de nada. Ahora te daré nada para que me des algo a cambio. —No me miró, pero sabía que hablaba conmigo.

Bajé la cabeza, era la verdad. Marck era un insensible, traficante, asesino, secuestrador y un completo bastardo. Pero a mí me daba algo que los demás no tenían, un poco de confianza y no tenía ni la mínima razón del porqué. Me sujetó de manera más fuerte el brazo cuando los dos hombres abrieron la puerta, el olor a humedad invadió mis fosas nasales inmediatamente.

Me empujó sin ningún remordimiento haciendo que cayera de rodillas, emití un pequeño sonido de queja, pues claro que había dolido. Sumándole el posible moretón que tendría en el brazo cuando amaneciera. Claro, si es que lograba ver el sol mañana.

El lugar era un pequeño cuarto viejo, había un par de sillas de madera viejas arrumbadas en el fondo. Un foco que posiblemente en cualquier momento se fundiría, del techo goteaba agua empapando parte del suelo. Las maderas crujían en la parte superior.

Las esquinas de toda la habitación contenían telarañas cubriendo todo el espacio. Sólo había una pequeña ventana, pero lastimosamente ésta tenía barrotes junto a un par de cadenas y un enorme candado. Y esa era la única salida, además de la obvia. Pude localizar a lo lejos el colchón empapado en una esquina de agua, claramente ya no era blanco.

Con un poco de esfuerzo me arrinconé en él y lloré por toda la noche. Sollocé en silencio mientras me tragaba el nudo que se formaba en mi garganta. Cuando pensé que mi llanto nunca pararía, lo hizo.

Pensé en las oportunidades, en los sueños, en las esperanzas y en los sentimientos que ahora podría ofrecerle a Ed. Sentimientos que no podría, pues mi corazón estaba tan golpeado y herido que era difícil poder entregárselo a alguien más que no fuera mi familia, y ellos, solo tenían una pequeña parte de lo que antes era.

De loque yo era.

Destrozos del alma© [ IL#1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora