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El instituto acabó, y yo me dirijí al aparcamiento con las llaves del coche en la mano, colgando de mi dedo índice

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El instituto acabó, y yo me dirijí al aparcamiento con las llaves del coche en la mano, colgando de mi dedo índice. Me subí al auto y encendí la radio; sonaba una de mis canciones favoritas, Feeling sorry de Paramore. Acomodé mis manos en el volante y me quedé pensativa durante un par de segundos. Entonces, arranqué.
Tarareé el ritmo de esa canción que me sabía tan bien mientras doblaba las curvas de la carretera hasta llegar a casa.
Cuando llegué, saqué mis llaves de la guantera, agarré mi mochila y bajé para entrar a mi pequeña morada.
Desde el primer momento en el que entré por la puerta, pude percibir ese delicado y delicioso olor a vainilla que desprendía el ambientador que compró mi padre hace unos días.
Mi padre se llama Bill Pugh, trabaja como conserje en un edificio alto y lujoso. Siempre que llega a casa, oigo como habla con mi madre sobre lo clasistas que son algunos ricos. También dice que hay otra gente que es muy educada y que siempre le saludan, por ejemplo, una niña muy bien educada llamada Casidy. Papá siempre me dice que le recuerda mucho a mí cuando era pequeña, ya que es una niña muy pecosa, y yo de pequeña tenía incontables pequitas en mi rostro.
Bill era un hombre optimista y bien conservado, al contrario que mi madre, Lina, ella siempre te apoya en todo lo que haces, pero te muestra un lado demasiado realista. Y, bueno, a veces es mejor vivir en la ignorancia... Creo.

- ¿papá?- pregunté a la vez que dejaba las llaves sobre la mesita de la entrada.

- ¡aquí, pequeña!- dijo desde el salón.

Lo que más me gusta de mi padre, es que siempre seré su niña, pero sabe en qué momentos quiero que me traten como a una adulta.
Entré en el salón y me senté a su lado, en ese sofá verde oscuro que eligió mi tía Anette, y del cual todavía intentamos deshacernos.

- ¿qué estás viendo?- pregunté señalando al televisor.

Él se rió.

- un programa de reventas en tiendas de antigüedades... ¡jamás he visto a personas regatear tan mal!

Yo le toqué el hombro, acariciando la camiseta tejana color marrón que remarcaba su adorable barriga. ¡Bill era tan ocurrente! Siempre me hacían gracia sus comentarios. ¿qué clase de persona mayor se indignaba con un programa de reventas? Mi padre era un señor entrañable y sabio, siempre sabía arreglarlo todo.

- ¿qué tal el día, renacuaja?- dijo posando su enorme mano sobre mi cabeza.

- bien. La clase de Tecnología, ha sido... Ha sido genial.

- ¿esa es la clase que dá esa tal Emma Adams de la que tanto hablas?

Yo asentí con una sonrisa entusiasta.

- Hoy no hemos utilizado el ordenador. Nos ha dado una charla muy interesante sobre los códigos de la memoria interna de las máquinas, y de cómo los descifran los hackers.

Él hizo un mohín.

- ¿qué me has dicho que son los hackers esos?

Yo me reí a la vez que le acariciaba el brazo.

- son personas que saben manejar los aparatos electrónicos de manera que la gente corriente no sabe hacer.

Le hubiera dado una explicación mil veces más técnica y compleja, pero, no lo hubiera entendido.

- ah.- dijo.- ¿me haces un favor?

Yo me encojí de hombros.

- ¿me traes un flan de la nevera?

Yo suspiré.

- papá, si mamá se entera de que te estás saltando la dieta, te mata. ¡y después me mata a mí!

Él hizo un gesto de vagueza.

- ¡bah! Lina no sabe ni la mitad de lo que como.

Yo solté una carcajada.

- voooy...- dije cariñosamente.

Fuí a la nevera y agarré un flan en un embase dorado.

- toma- le dije tendiéndole el embase.

Hecho esto, subí las escaleras que daban a mi cuarto.

- ¿a dónde vas?- preguntó mi padre con la boca llena de flan.

- a hecharme la siesta.

Cuando entré a mi habitación, me tumbé boca arriba en mi cama y me quedé encandilada mirando a mi techo color violeta, hasta que me dormí.

*La profunda oscuridad que reinaba entre mis párpados cerrados, comenzó a ser invadida por una abrasadora luz en la que se empezó a dibujar ese precioso y moderno mundo que tanto me gustaba visualizar. Pero, esta vez se le veía distinto. Hoy se veía a los habitantes asustados, tristes. Decidí visualizar la parte oscura del lugar, donde se habitaban esas personas marginales que vestían de color negro. ¿serían ellos el motivo de tanta agonía? Volví a la parte luminosa, y pude divisar con detalle a una muchacha que aparentaba tener mi edad, con largos cabellos albinos recojidos en una enorme trenza de espiga. A ella no se la veía triste, sino furiosa. Estaba sentada sobre el bordillo de la acera, observando como esos coches tan alucinantemente futuristas cruzaban por delante suya. Intenté poder ver más, pero justo en ese instante, una nube negra se situó sobre el lugar y pude comprobar con mis propios ojos, como una especie de máquinas voladoras comenzaban a explosionar edificios. ¡Dios mío, si estubiera ahí haría lo que fuera por destrozar esos cachivaches! Se sembró un terrible caos en apenas segundos. En la zona de "Los oscuros" una mujer contemplaba, insensible, la destrucción del otro lado. La chica tenía unos ojos puramente azules y gélidos, y su melena lisa y negra estaba acumulada en una coleta alta que acababa en su cintura, enfundada en un cinturón plateado con gemas negras. Parecía ser un personaje autoriatario, ya que se veía como manejaba algo invisible con su pálida mano. Entonces fue cuando me dí cuenta de que esas máquinas destructivas y el enorme nubarrón, se movían al son de sus dedos. ¿¡Los Oscuros querían destruír la dimensión?!*

Me desperté de golpe, con unos sudores infernales, y la respiración acelerada. Ese lugar era la única visión hermosa que se cruzaba por mi mente, ¿y si la próxima vez que lo viese era simplemente un vertedero de ruinas?
Decidí apartar el tema por el momento, y reanudarlo cuando estubiera menos alterada. Bajé las escaleras, y me topé con una mirada de asombro perteneciente a mi padre.

- ¡menuda siesta! ¡por un momento he pensado que ibas a morir ahí!

Yo me encojí de hombros.

- solo he dormido una hora.

- ¡ja!- rió sarcástico.- has subido a dormir a las 16:30.

Me dirijí a la mesa del centro del salón y cojí mi movil. ¡eran las 21:00 p.m!

- ¿por qué no me has despertado?

Él suspiró.

- Brianda, estás cansada, el instituto te está agobiando, y lo entiendo.

Yo tragé saliba con fuerza, y entrelacé mis dedos, a la vez que relajaba mis pequeños hombros.

MENTAL: THE WORLD ©    #2doPuestocienciaficciónUpAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora