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Cené y me fuí a la cama

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Cené y me fuí a la cama. Esa noche no soñé con nada, mi mente estaba totalmente congelada. No pude evitar dejar volcar mi corazón y mi alegría cuando ví el rostro invadido por la impotencia que llevaba esa muchacha, la de la alegría apagada y la larga trenza color rubio albino, casi blanco. No me podía quitar de la cabeza la imagen de esa moderna y preparada ciudad reduciéndose a... Supongo que se reducieron a la nada.
Otra cosa que no podía dejar pasar, era a esa chica de pelo oscuro y ojos claros, que manejaba con sus propias manos esa gran masa de destrucción.
Al día siguiente, fuí a clase caminando en lugar de en coche, necesitaba andar, estar sola y aclarar mis ideas.
No hacía mucho frío, solo iba y venía un pequeño remolino de aire que alborotaba mi rojiza melena cada vez que me daba de frente.
Cada paso que daba, era más ligero y corto, quería hacer algo de tiempo antes de que sonara la campana del instituto; y cuando pensé en que no podía ir más despacio, decidí parame y sentarme en el bordillo de la acera, con la carretera de frente. Me acoplé los brazos por debajo de los muslos de forma que mi cuerpo quedara recogido, después me encorvé hacia delante todo lo posible. En ese momento intentaba adoptar la misma postura que esa furiosa joven de mi mente tenía en mi última visión. Quería meterme en su piel, sentir su misma ira hacia el mundo, y reflexionar sobre todo lo que había pasado en ese último vistazo a mi queridísima, y ahora despedazada, dimensión alternativa.
Cuando, en ese momento, sin esperarlo, mis ojos se quedaron clavados en un punto, de forma que no podía girar la mirada, y mi cuerpo se paralizó justo al realizar el intento de moverme.
Entonces lo supe: ellos querían que viera algo.


«Esta visión tuvo como escenario el lado sombrío de ese mundo medio en ruinas. Mi vista se basó en dos personas importantes: la pálida señora de la oscuridad, que tantos estragos había causado con solo su mano; y un extraño hombre con su mismo color de piel. El chico no era viejo, aparentaba tener muy poco más de 27 años, también poseía un largo cabello que le llegaba un poco más abajo de sus fuertes hombros, escondidos debajo de una brillante armadura negra. La gran cantidad de melena era de color cobrizo, y estaba medianamente recojida por una coletita que acababa en su nuca, y que estaba formada por los dos mechones laterales del flequillo. Tenía una nariz larga pero muy fina, y unos labios de un rosa muy claro, casi incoloro. Pero, lo que más llamaba la atención, era su calzado. Sus pies iban enfundados en unas botas que terminaban por debajo de sus rodillas, eran negras y de metal; de sus laterales sobresalían, como las alas de un murciélago, unos pequeños picos en forma de pluma, y el que más sobresalía acababa pegado a la parte trasera de la bota por un círculo morado metálico que le daba un aire futurista.
El hombre parecía todo un guerrero, salvo por una cosa: sus ojos grises, no transmitían temor, sino confianza. Mientras tanto, los de sus supuesta jefa, te daban un aviso a que salieras corriendo.
La mujer, en ese momento, le estaba ordenando algo a ese chico que te hacía dudar de su espíritu tan solo por sus ojos. No parecía cabreada, sino implacable y severa.

- Lyle, deberías ir al taller de las máquinas a poner orden, durante el ataque se fundió el motor de dos unidades muy importantes, y los que se ocupan de arreglarlas estarán de los nervios.- dijo seria la muchacha.

- Yo soy guerrero, no mecánico, Lorraine. Llámame cuando necesites una tropa de asalto en tierra.- replicó.

Ella frunció el ceño cuando vió marchar a su súbdito.
Algo me hizo pensar que había algo importante en ese tal Lyle, para que la mujer no se cabreara por su desovediencia. ¿parentesco? ¿noviazgo?  No lo sabía, pero seguramente me mataría mi extrema curiosidad.»

¿Lorraine? ¿Lyle? ¿máquinas? En efecto, el origen del desastre iba atado a ese sombrío clan. La cuestión era que mi mente, por ahora pensaba que la maldad del guerrero no era tan profunda como la de la chica de pelo negro. Su mirada era noble, ¿era posible que Lyle estuviera ahí por algún chantaje o cualquier tipo de obligación? Mi cerebro decía que era lo más probable.
Miré mi reloj para asegurarme de que el tiempo no se había vuelto loco como en mi última visión.

- ¡mierda!- me dije- la sirena ha sonado hace 3 horas.

Me tocaba Ciencias, la clase que más me gustaba.
Corrí todo lo que mis pies me dejaron, y pegé un tropezón al entrar al instituto. Subí rapida pero cuidadosamente las escaleras del centro y entré en clase.
Solté un suspiro de alivio al ver que el profesor de Ciencias no había llegado al aula.
Miré a mi al rededor, y sentada en una esquina de la clase, estaba Giovanna, una amiga mía que vino de Italia hace un par de años. La chica era morena, con unos grandes ojos verdes. Siempre decía que su nombre no le gustaba, (aunque a mí me parecía bonito) entonces, todos la llamábamos Giovy.

- ¡Tía! ¿dónde estabas? - preguntó- Sally Felthon ha estado estas dos últimas horas preguntando por tí.

Yo hice un mohín.

- ah... Sally. Se me olvidaba que... Ella es de montar dramas cuando algo se sale de lo normal.- dije con la voz baja, casi en un susurro.

Y era verdad. La familia de los Felthon tenía fama de seguir cuidadosamente su rutina; siempre que estaban acostumbrados a ver a alguien o a hacer algo todos los días, cuando algo no sucedía como ellos pensaban que ocurriría, su mundo se desmorona.

Me senté muy lentamente en el pupitre que estaba al lado de Giovy. Ella me miraba aún, esperando una respuesta que no incluyera mis típicos mohínes de "quéhacer".

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