Capítulo XII. El Limbo

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Noviembre, 341 después de la Catástrofe

Fui engullido por un pasillo cuesta abajo y la salida se cerró tras de mí.

Avancé a paso rápido con el único sonido del eco de mis pisadas, y con la exclusiva compañía de la luz de una vela. Podía escuchar el viento lamentoso desplazarse a través de los conductos de ventilación, que llegaba hasta mí como finas corrientes de aire triste. El pasillo hacia el Infierno era llano y desolado. Me invadió un escalofrío y de pronto tuve la sensación de estar caminando por entre la niebla que rodeaba el muro, casi con la misma oscuridad y el mismo frío, la misma sensación de soledad y silencio. Durante todo el recorrido no me abandonó la impresión de que estaba atravesando un sendero conocido, como si mis pasos hubiesen pisado el mismo suelo y mi destino fuese igual de incierto.

Al final del caminó encontré una puerta. Habría pensado que detrás de aquella pesada lápida de madera no había nadie solo por el silencio que me rodeaba, que era tan grande que podía escuchar mi corazón palpitando con fuerza, absorbiendo y liberando el fluido hacia las venas. Respiré hondo y solté el aire con una exhalación, cuyo sonido reverberó en aquel infinito silencio.

La puerta no tenía cerradura, de modo que la empujé. Pesaba tanto como si alguien al otro lado estuviese empujando en la dirección contraria. Y lo que encontré dentro fue más oscuridad. Sin embargo, cuando entré, me di cuenta de que había algunas velas encendidas, muy escasas, lo suficiente para iluminar un espacio de inciertas dimensiones. Y lo siguiente que vi fueron varios cuerpos tirados en el suelo.

Al entrar, los seres reaccionaron y dirigieron la mirada hacia mí. Podía ver unos diez o doce demonios en el suelo, pero entonces vi los muebles viejos y colocados sin un orden específico. Criaturas sentadas en desconchados sofás, apoyadas en burós carcomidos con los cajones rotos a sus pies, sillas de madera resquebrajadas vomitando el relleno de fibra, demonios vestidos con harapos y demonios desnudos, cuerpos de ambos sexos. Todos detuvieron lo que estuviesen haciendo para prestarme atención.

Me moví, y apenas hube dado un paso las criaturas se alarmaron. Los que estaban en el suelo se levantaron, y los que ya estaban de pie se colocaron en posición defensiva. Ninguno se acercó a mí, y estaba claro que no me querían allí.

—Estoy buscando a un demonio —dije, y me aclaré la garganta.

Ninguno reaccionó a mi petición; se miraron unos a otros con gesto alarmado. Hasta que uno de ellos se movió, un cuerpo masculino; se fue por una entrada oscura y esperé paciente. Los demás no se movieron mientras tanto, no me quitaron el ojo de encima. Poco después el demonio volvió con otro.

Un varón de cabello rojizo y apariencia mayor. Era el único que se movía como un ser humano, y a pesar del vacío de sus ojos negros, me pareció detectar cierta expresividad.

Y cuando estuvo apenas unos pasos de mí, se paró de pronto, se llevó una mano a la cara y arrugó la nariz. Se echó para atrás como si hubiese detectado un olor repulsivo. No podía entender cómo un demonio que vivía entre basura, en una sala que olía a sangre pútrida, sudor rancio y a algo indescriptible pudiese estremecerse por mi olor corporal. Hasta que recordé que llevaba un collar con una hierba sagrada.

—¡Quítate eso! —rugió, retorciéndose de asco.

Obedecí en el acto, asustado. Me quité el collar y lo tiré cerca de la entrada. Aunque sin él me sentía desprotegido, sabía que no conseguiría nada de ellos si no cedía yo primero. El demonio se tranquilizó, aunque no tejó de mirarme con repulsión.

—Se te ha quedado el olor en el cuerpo —dijo con desagrado—. ¿Qué quieres?

—Estoy buscando a un demonio. —Me ahorré llamarle por su nombre porque creí que ellos no tenían—. Tiene el pelo negro, más o menos de mi altura. La última vez que lo vi llevaba una cruz de plata en el pecho.

HumoWhere stories live. Discover now