Recuerdo I. La puerta del muro

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En la oscuridad, donde unos ven tinieblas y monstruos malos, otros se sienten seguros y aliviados.



Julio, 315 después de la Catástrofe

Mi taller estaba situado en mitad del Páramo, y la única casa que se veía, a lo lejos, era la grande y vieja vivienda de dos plantas de los van Duviel, abandona por entonces. La habían clausurado después del incidente y nadie volvió a vivir allí.

El techo de tejas grises se había recubierto de musgo, las plantas del jardín eran esqueletos que se arrastraban por las paredes y penetraban entre los barrotes de las ventanas de cristales rotos. La puerta de madera y el porche estaban hechos trizas, destrozados tanto por las inclemencias del tiempo como por los asaltantes, y toda ella pretendía ser engullida por la tierra, que con sus dedos en forma de matojos yermos la hundían cada vez más y más hacia dentro del suelo.

De vez en cuando podía ver a niños por el día acercándose a curiosear porque, según algunos mitos que se habían creado a su alrededor, estaba encantada. Por la noche los adolescentes se atrevían a asaltarla, olvidando los cuentos urbanos, y hacían sus reuniones que consistían en terminarse botellas de alcohol y fumar artemisa.

En mi niñez yo también me acercaba a aquella casa, cuando era una estructura sólida y resplandeciente. Las paredes de piedra estaban graciosamente cubiertas de matas de jazmín y por los alrededores, en verano, salpicaban la hierba los colores de las flores silvestres. El porche  pintado de blanco y los rosales aromáticos que se enroscaban en los pilares de madera hacían que uno se sintiese a gusto sentado en los escalones de la entrada. Era un oasis de color en mitad de un campo desangelado.

Me pasaba los días enteros haciendo viajes entre su casa y la mía. Nada más terminar el desayuno, dejaba mi granja destartalada y me aventuraba por el campo encharcado hacia la casa de mi amigo. Nunca llegué a entrar. Él me veía llegar desde la ventana de la cocina y entonces salíamos a jugar, normalmente cerca del muro.

El muro de piedra era tan alto que desaparecía entre la niebla y tan extenso que rodeaba todo Engelsdorf. Cuando éramos pequeños no nos preguntábamos el por qué de su existencia, simplemente estaba ahí, lo había estado siempre. Antes de entrar en la escuela ni siquiera sabía hasta dónde llegaba: mis padres eran muy estrictos con lo de no salir del Páramo y yo solía obedecer, porque si no, debía atenerme a las consecuencias.

En el muro había la niebla más densa de todo el Páramo, estaba tan concentrada que no podíamos ver más allá de un metro de nuestras narices, y cuando salíamos siempre nos encontrábamos con la ropa húmeda. Tampoco había árboles, solo troncos podridos en los que se encontraba toda clase de hongos y gusanos. De haber tenido más carácter ni se me habría ocurrido jugar por allí, pero a Darek, por algún motivo, le gustaba pasar el tiempo escondido en ese sitio, y yo siempre iba detrás sin rechistar. Cuando volvía a casa con la ropa mojada, mis hermanos sabían que había estado jugando cerca del muro, e intentaban persuadirme en vano para que no me acercara asegurándome que por allí vivía un tal Hombre del Saco, que se llevaba a los niños que encontraba jugando por ahí y se los comía crudos.

—Sí, sí, es verdad —decía mi hermana Tina—. Había un niño que se llamaba... ¿Cómo se llamaba?

—Arnulf —respondió Jael.

—Ah, sí, Arnulf. Pues ese niño una vez estaba jugando cerca del muro y nadie lo volvió a ver.

—Lo único que encontraron de él fue esto —añadió mi hermano mostrando el dedo corazón.

Eran muy crueles conmigo, me contaban historias terribles y me enfadaba con ellos porque no paraban hasta que me hacían llorar. Pero no se esforzaban mucho más por mantenerme alejado del muro, y a mí sus historias no me daban miedo —solo un poco— porque estaba con Darek. Decía que él no temía a los monstruos. Para mí, era la persona más valiente del mundo. Pero apenas me relacionaba con mis doce hermanos mayores y no tenía más amigos, por lo que no podía compararle con nadie más sino conmigo.

HumoWhere stories live. Discover now