Recuerdo XII. Ciudad de las Sombras

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Julio, 315 después de la Catástrofe

Hacía algunos días que no podía dejar de pensar en la puerta de hierro con aquella extraña inscripción. Su presencia era tan terrible como desconcertante. ¿Qué habría al otro lado? ¿Por qué todo el pueblo estaba rodeado por un muro de piedra, tan alto que desaparecía en la niebla? Estaba acostumbrado a ver el muro. Siempre había estado ahí y en ningún momento me preocupó su existencia. Pero desde que Darek me llevó al interior de la niebla y me mostró aquella puerta, empezaba a preguntarme muchas cosas, a desconfiar de lo que asumía como normal, y a desear de una manera irracional saber lo que había al otro lado.

Aquella tarde, después de que su padre nos prohibiera volver a jugar en la niebla, Darek y yo nos entretuvimos en una charca en el Páramo. Sentado en un tronco podrido, la niebla entró de nuevo en mi campo de visión y recordé la enorme puerta de hierro y su gran cerradura. Y se me ocurrió que, si el señor van Duviel era el vigilante...

—Darek, ¿tu padre no tiene una llave?

—Supongo, ¿por qué?

Me quedé dudando en la respuesta. Aunque tuviera curiosidad, no creía que fuese posible abrir la puerta y salir a ver qué había, por lo que no creí conveniente confesar lo que estaba pensando. Y no me hizo falta.

—¿Quieres...? —insinuó Darek—. ¿Quieres que veamos qué hay al otro lado?

Me ruboricé. ¿Cómo había podido saber lo que me pasaba por la cabeza? Me latió el corazón deprisa; me avergonzaba que pensara aquello de mí.

—Sí.

Me dijo que sabía dónde guardaba la llave su padre, que sería muy fácil cogerla cuando se durmiera. ¿De noche? Si. Pero...

Pero nada. Quedamos en que pasaría a recogerme cuando consiguiera la llave, así que tenía que estar despierto.

El problema era mi hermano. Todavía no había ingresado en la Academia por aquel entonces, por lo que seguíamos durmiendo en la misma habitación. ¿Cómo iba a salir del cuarto sin que se diera cuenta? Mientras Jael se fumaba un cigarro, yo le daba vueltas a la cuestión. Permanecía acostado en mi cama, con los ojos abiertos, echándole miradas de vez en cuando esperando impaciente a que se durmiera.

—¿Tengo algo en la cara?

—No.

—Pues duérmete.

—Vale. —Intimidado, cerré los ojos. Me rasqué el codo, y se me ocurrió una idea. Me levanté y abrí la ventana, porque si la dejaba abierta no tendría que hacer ruido después—. Tengo calor.

—¿Cómo que tienes calor? Cierra la ventana, va, o verás cómo te caliento yo la cara.

Ante sus amenazas, tuve que resignarme y volver a cerrarla.

Esperé un largo rato hasta que por fin lo oí roncar. A veces sus ronquidos eran tan fuertes que me despertaba en mitad del sueño, pero él insistía en que no roncaba, así que tenía que aguantarme. Me levanté e, intentando hacer el mínimo ruido posible, me calcé los zapatos y abrí muy, pero que muy despacio la ventana.

Los malditos goznes chirriaron, pero Jael seguía roncando, y cuando hubo una abertura suficiente, me escaqueé por ella, volviendo a juntar con cuidado.

Ay, si se despertaba. Sería mi trágico final. El corazón me latía a mil por hora y el frío de la noche se calaba a través de la fina tela de mi pijama. Pero ya estaba fuera, y la emoción de mi pequeña aventura apartaba todo lo demás.

Esperé paciente a que llegara Darek, y al cabo de un buen rato vi su figura acercarse a mi casa. Llevaba con él un farolillo. Buena idea.

—¿Vamos? —dijo mostrándome la pesada llave. Era tal y como me la había imaginado: grande, de metal oscuro y sin brillo, magullada por el tiempo.

La niebla era más espesa por la noche. Por suerte, llevábamos una luz que nos impedía perdernos. Aun así, me mantuve pegado a mi compañero porque temía quedarme atrás en un sitio como aquel. Llegamos a la puerta.

—¿Preparado?

Con el corazón en un puño, asentí, y Darek levantó los brazos y metió el extremo de la llave en la cerradura con ambas manos. Giró hacia la derecha con gran esfuerzo y sonó un clack estridente, la señal de que estábamos a punto de cruzar una línea prohibida.

—Creo que ya está.

Darek dejó la llave metida y le ayudé a tirar de los barrotes. La pesada puerta se abrió lentamente, haciendo un ruido lamentoso de bisagras viejas, y dejamos de tirar cuando conseguimos un espacio suficiente para poder pasar por ella.

Ya estaba. Habíamos abierto la entrada a la Ciudad de las Sombras. Podíamos acceder allí donde la niebla parecía más densa, en la oscuridad de lo desconocido. Me sentía eufórico al pensar siquiera en profanar aquella línea. No podía creer que estuviese pasando de verdad.

Darek me miró, como preguntándome si entrábamos, y debió ver mi ojos refulgir de emoción, pues entonces me cogió la mano y dimos un paso. Y ya estábamos dentro. O fuera, según se mire. Dimos otro paso y la puerta quedó a nuestras espaldas. Dimos otro y la niebla nos rodeó por completo. Habíamos traspasado la barrera, y no cabía en mí de la emoción.

¿Y ahora qué? Ya estábamos dentro, ahora ya no había necesidad de seguir adelante. Quisiera haber investigado el entorno, pero la niebla era tan densa que apenas distinguíamos las sombras de los árboles más cercanos. Darek me obligó a dar otro paso, y mi corazón se aceleró. Empecé a entrar en pánico. Y cuando él dio un paso más, yo me eché atrás.

—Venga, ya estamos fuera, ¿no quieres ver qué hay por aquí?

—No... —dije resistiéndome mientras él tiraba de mi mano.

—Vamos, Mik, no seas miedica.

—Darek... por favor... volvamos —La ansiedad me abrumó: tenía un mal presentimiento.

—Que no pasa nada. Venga, un poco más —me pidió, pero yo era incapaz de dar un solo paso más. Entonces me soltó la mano—. Vale, quédate aquí, yo voy a ver qué hay por ahí, ¿vale? No te muevas.

Le supliqué que no se fuera, pero no me hizo caso. Me prometió que no pasaba nada y siguió avanzando. Vi la luz titilante de su farol palidecer a través de la niebla hasta no quedar apenas un rastro de ella. Intenté esperar, con el cuerpo paralizado por el miedo. De pronto me había quedado solo en un lugar desconocido y oscuro y me sentía como en una pesadilla de la que no puedes despertar. El miedo dolía tanto que cerré los ojos con fuerza, comencé a llorar y supliqué en mi fuero interno que se terminara aquello, que Darek regresara y volviéramos juntos a casa.

Entonces escuché un grito ahogado. Y abrí los ojos. La pálida luz que indicaba la distancia de Darek ya no estaba. Me entró el pánico. Empecé a temblar y se me entumeció el cuerpo entero.

—¡Darek! ¿Dónde estás? —grité llorando. Emprendí el camino en la dirección que había tomado, angustiado y agarrotado, pues mi cuerpo parecía pesar diez veces más de lo normal. No tardé en ver la sombra de su figura. No se movía, y el farol yacía a sus pies, apagado—. ¡Darek!

Le cogí del brazo y se sobresaltó. Me miró con los ojos muy abiertos y la expresión del pánico en todas las líneas de su rostro. Al darse cuenta de que era yo se tranquilizó y respiró con urgencia.

—Vámonos —dijo con voz pálida, y cogió con torpeza el farolillo del suelo. Era la primera vez que veía a Darek asustado.

Regresamos a casa, no sin antes volver a cerrar la puerta —temblando, con dificultad— y hacerme prometer que nunca, jamás, contaría nada de esto a nadie y que olvidaría lo que habíamos hecho. Se lo prometí, tan asustado que no podía parar de llorar, y nos despedimos por esa noche. Volví a mi habitación y cerré con cuidado la ventana, aunque los temblores entorpecían mis movimientos. Me sorprendió que Jael no se hubiera despertado, pero lo agradecí infinitamente. Aquella noche no pude dormir.

Era eso lo que mi mente trataba de decirme, y que yo había escondido tan hondo porque no podía soportar la realidad. Con toda seguridad, la entrada del demonio que se había apropiado de van Duviel —el que había hecho sufrir a Darek, que casi lo había matado y que le provocó un trauma incurable que arrastraría hasta que decidiera convertirse en una de esas criaturas—, había sido por nuestra culpa.

HumoWhere stories live. Discover now