Capítulo 4. Viejas amistades

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Diciembre, 341 después de la Catástrofe


—No te muevas ahora, ya terminamos.

El anciano coronado con hojas de laurel y ataviado con una sábana blanca —que en mi lienzo sería roja— asintió levemente, pero permaneció inmóvil como una estatua. Le había pedido un modelo a Vanda y me había conseguido un vagabundo. Una decisión acertada: llevaba horas posando y no se había quejado. Le había pedido gran cantidad de poses y había cumplido, sin preguntar cuánto faltaba para terminar. Claro que habíamos tomado los descansos necesarios, pero podía haberle pedido permanecer seis horas sin moverse en la tarima y no habría dicho nada.

Lo necesitaba para pintar a Dante Alighieri en su éxtasis en el momento en que se le ocurría escribir La Divina Comedia. La biblioteca local me había encargado el cuadro. Había intentado interpretar al Gran Poeta desde la imaginación, pero no acababa de otorgarle ese aura de magnificencia que le caracterizaba, o que el imaginario público tenía asimilado sobre él. Curiosamente no existía ninguna interpretación de su figura, por lo que este encargo podía considerarse de suma importancia histórica.

Había terminado por fin el Moiséis que Peter me encargó hacía más de un año, así como las figuras anexas —los cuatro arcángeles—, y las tenía en el taller visibles porque esperaba su visita para el último —deseaba— visto bueno.

—Un momento... —Di las últimas pinceladas a las luces en la corona de laurel y firmé con una M en la esquina inferior izquierda. Todavía quedaba definir algunos detalles, pero ya podía prescindir del modelo—. Hale, ya está. Ya puedes vestirte con ropa normal. Muchas gracias por tu colaboración.

Mientras se cambiaba en el almacén, conté las monedas que le debía. Añadí un extra por el buen trabajo realizado. No solo era capaz de quedarse horas sin moverse ni quejarse, mi modelo nunca tenía nada importante que hacer y, con todo, lo había terminado en solo dos semanas.

Estaba orgulloso de aquel trabajo, no solo porque lo había realizado en un tiempo récord —si bien había estado esperando más de cuatro meses en la lista de proyectos pendientes—, sino que su ejecución era magnífica, el nivel de realismo era difícil de superar, la paleta escogida era la ideal, el contraste entre luces y sombras había quedado perfecto, y la composición solo podía provocar placer visual. Sabía que sería una de aquellas obras que uno no puede dejar de contemplar. Una vez finalizado lo mandaría enmarcar y se lo llevaría a la bibliotecaria, que me pagaría una cantidad razonable con el dinero del Ayuntamiento.

Mientras limpiaba los pinceles y esperaba a que mi modelo saliera del almacén, llamaron a la puerta. Aunque había sido inesperado, sabía que se trataba de Peter Schäfer, puesto que siempre venía en el momento menos indicado.

—Buenos días —lo saludé con sequedad. En vez de responderme, pasó al taller y buscó con la mirada hasta que encontró las esculturas. Las observó detenidamente y asintió con la cabeza. Luego me extendió un talón a nombre de la Iglesia con la suma que habíamos acordado, descontada la fianza. Cantidad suficiente para pasar tres meses sin trabajar.

—Esta semana lo quiero montado en el panteón.

—Sí, señor.

Aprovechó la visita para echar una ojeada a mi taller. Reparó en el retrato de Dante y se acercó con interés.

—Dante Alighieri, un gran poeta.

En su mirada se adivinaba un brillo que no le había visto nunca. De pronto, su rostro de amargura se transformó en una expresión de júbilo. No me sorprendió en absoluto que fuese tan fan de aquel personaje, que había escrito sobre los nueve círculos del Infierno y su viaje a través de ellos para encontrar la fe.

HumoWhere stories live. Discover now