Prólogo

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Ewoud

El gong del monasterio resonó con su característico sonido viejo, oxidado y grave. Era la señal de que el astro rey se despedía un día más, desvaneciéndose su cariz rojizo del cielo para dar paso al violáceo y, finalmente, al negro. En aquel lugar solitario y lleno de paz, la visión de ese paulatino cambio siempre era digna de admiración, aun cuando fuese rutinaria y diaria... Pero Ewoud ya nunca podría contemplar el momento del cambio. Únicamente cuando el tercer gong sonaba, el último de los monjes abandonaba su aislada habitación de los subterráneos y, ataviado con su escueto hábito naranja, rompía su encierro.

Aquella noche, como todas las demás, sus pasos lo llevaron al jardín. La luna ya brillaba en el oscuro firmamento y, en aquel lugar lejos de la contaminante urbanidad, las estrellas eran un manto plateado e impresionante. Era, sin duda, una iluminación perfecta para la contemplación de aquellas flores blancas que, al contrario que las demás que crecían en el lugar, se abrían solo cuando el sol ya no estaba presente...

—Hermano Ewoud... —el lama de la congregación carraspeó, anunciando su presencia. Pese a estar encorvado seguía teniendo un aspecto jovial, aun cuando las incontables arrugas de su rostro delatasen su ancianidad. Se situó a un par de metros de distancia del mentado, mirándole la espalda sin estar realmente fijándose en esta— como cada noche, comenzáis aquí vuestra jornada...

—Maestro Thao —Ewoud se dio la vuelta, inclinando la cabeza respetuosamente, y algunos mechones castaños cayeron sobre sus iris verdosos. Los ojos del lama se arrugaron y, achinados y estrechos como eran, se incrementó todavía más esa expresión de jovialidad, como si estuviera sonriendo sin hacerlo—, así es... Hoy y siempre, vendré en busca de las mismas flores antes de dedicarme a la oración.

—No, hermano Ewoud, nunca serán las mismas... —alzó una mano, como si pudiera abarcar con ella la inmensidad— "Nadie se baña dos veces en el mismo río, pues siempre es otro río y otra persona" —recitó aquella frase, ante lo cual Ewoud solo pudo asentir con una sonrisa taimada en el rostro: Thao, al igual que la mayoría de los monjes que él conocía, tenía por costumbre aprovechar cualquier ocasión para recitar alguna paremia.

Después, se hizo el silencio, al son de los grillos nocturnos. No fue incómodo, tampoco molesto. Era, sencillamente, lo normal. Entre los hermanos, solo se usaban las palabras si estas iban a tener más valor que su ausencia... Y tras la aceptación de ese proverbio, no era de momento el caso. Ewoud simplemente se giró dándole la espalda al otro monje, y volvió a admirar a las damas de la noche, acariciándolas con sus fríos y marmóreos dedos. Sus yemas eran tan blancas que casi podían confundirse con sus pétalos, salvo por el hecho de que estos últimos transmitían vida y calor... Y Ewoud sabía que él solo podía expresar ya el frío de la muerte viva.

—"No desesperes: de las nubes más negras cae un agua que es limpia y fecunda..." — el silencio fue roto por el mismo que había hablado la última vez, Thao. Ewoud no pareció sorprenderse esta vez, ni si quiera asintió: esa frase se la repetía el maestro cada noche, y él, sencillamente, nunca contestaba.

Pero, de repente, cuando pretendía volver a su abstracción contemplativa, algo cambió respecto a la rutina habitual. Se escuchó un córvido graznido que quebró el armónico canto de los grillos. Eowud volteó hacia el cerezo que había en el centro del huerto, vislumbrando un aleteo negro que se perdía hacia las estrellas. Frunció el ceño y avanzó hacia el lugar, donde se agachó para recoger una pluma oscura justo a los pies del viejo tronco.

Nada más sostenerla entre sus dedos, se llevó una mano a la frente, en un gesto de dolor que, por supuesto, no pasó desapercibido para el lama. Cuando volvió a incorporarse, Thao ya estaba a su lado. Ambos se miraron de nuevo, pero toda la paz había desaparecido de sus semblantes, sustituida por una seriedad mutua...

Crónicas de la Rosa I: Pétalos de SangreWhere stories live. Discover now