Capítulo 4

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Rose

Rose miró a todos lados una vez más. Pese a que nada indicase que alguien estuviera prestándole la más mínima intención, ella siempre sentía esa alarma incesante. Con la vista fija en la pantalla de su móvil, y la cámara abierta en modo selfie, trató de asegurarse más aún.

Efectivamente, tal y como reflejaba la instantánea, la gente de aquella oficina de correos de Cannes, metrópolis francesa situada a uno veinte minutos de Grasse en coche, no parecían pendientes de ella en absoluto. A ojos de todos, era una cliente cualquiera, que visitaba su apartado de correos. Su apariencia era de lo más normal: falda ejecutiva de raya americana, blusa blanca de manga corta, cabello recogido en un moño, y gafas de montura clásica. Una trabajadora formal más.

Algo más aliviada, la joven introdujo la llave en la taquilla. El paquete, con el envoltorio negro de siempre, aguardaba en su interior. Lo palpó, notando la forma cilíndrica y resistente bajo el papel de burbuja, se lo guardó en el bolso, y cerró el casillero.

Ya en el exterior, Rose suspiró: hacer aquello no le gustaba, pero necesitaba esa sangre vampírica. Siempre la adquiría mediante una transacción de bitcoins, se aseguraba de limpiar sus huellas en la Dark Net y jamás daba la dirección de su domicilio, sino la de un apartado de correos. Y sin embargo, en cada ocasión tenía más miedo que en la anterior. Aunque una vez más, parecía que sus temores eran infundados: estaba a salvo en su coche, y podría continuar con su investigación.

Pese a ello, sus ojos, verdes gracias a las lentillas, recorrieron los alrededores con un último vistazo desde el interior de su Peugot 306 gris, mientras ajustaba los espejos: nada extraño, todo bien. Arrancó el vehículo y el noticiario de la radio la acompañó en su viaje de vuelta a Cannes, rumbo al laboratorio.

Una vez allí, Rose trabajó en la presentación por escrito de su tapadera, una nueva y revolucionaria línea de perfumes y cosmética, hasta la hora del café. Y, cuando iba a hacer una breve pausa, un sonido metálico le indicó que alguien golpeaba con suavidad la puerta del laboratorio.

—Adelante... —dijo, levantando apenas la vista de los informes para ver a una chica que tendría más o menos la misma edad real que ella, de tez oscura y cabello a lo afro. Rondaba una altura y constitución similares a las suyas y vestía unos vaqueros azules y una camiseta blanca básica. Su rostro, de rasgos étnicos y juveniles, reflejaba timidez. Y sus manos, que sostenían un vaso de cartón que olía claramente a Nespresso, algo de nerviosismo— ¿Puedo ayudarte en algo?

—Disculpe, señorita Sheffield... —la muchacha sonrió amablemente, y Rose pudo ver claramente la timidez brillar en esos ojos café que la observaban— Soy Celine Jouvet, su ayudante —se presentó, tendiéndole entonces el café—. Le he traído un Volluto. Me han dicho que es el que suele pedir...

—Muchas gracias, Celine —Rose sonrió. No le hacía gracia tener a alguien pendiente de ella, pero sabía que parte del trabajo consistía en aceptar a un estudiante como su becario. Y la chica parecía agradable—. Puedes llamarme Jane y tutearme. Dime, ¿qué sabes hacer?



El resto de la jornada transcurrió con normalidad. Celine, que tenía un expediente académico magnífico, era una muchacha realmente aplicada y atenta. Seguramente, la línea de belleza que iba a desarrollar en aquel lugar fuese a ser un éxito, y aquella becaria contribuiría realmente a ello.

—Jane... —la voz de Celine seguía sonando tímida al dirigirse a ella

—¿Sí? —Rose miró el reloj de la pared. El horario laboral llegaba a su fin.

—Tengo entendido que eres nueva en la ciudad y... Bueno, esta semana es la Expo Roses, y... Yo suelo ir con algunos amigos, y a veces incluso sola, así que si te apetece y no tienes con quien ir...

Crónicas de la Rosa I: Pétalos de SangreWhere stories live. Discover now