Capítulo 11

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Marco

—Y... ¿Cuánto tiempo dices que lleva así? —Marco miraba por el rabillo del ojo a un claramente preocupado Albert, mientras ascendían las viejas escaleras de la mansión de Grasse, con la madera oscura brillando por el reciente barnizado.

—Pues... Un par de horas por lo menos. Desde que se quedó a solas con la chica...

—¿Y ella qué hace?

—Observar.

—Ajá... —Marco atravesó el pasillo, repleto de cuadros a ambos lados de las paredes, hasta alcanzar la puerta de aquel dormitorio de invitados. No llamó antes de abrir, limitándose a entrar en la estancia para observar la situación con sus propios ojos.

Allí, de pie junto a la enorme cama, en la que permanecía sentada una joven desconocida de cabellos rubios, su hermano se encontraba de pie, quieto e inmóvil. Tenía su fría mirada azul perdida en algo que sostenía en la palma de su mano, y que Marco no podía percibir bien desde su posición. Miró a Albert, que se encogió de hombros señalando a la chica con la mirada como toda explicación. Esta fijó sus ojos verdosos en Marco, en una clara mirada de recelo y desconfianza, pero no dijo nada, volviendo a centrar su atención en el viejo vampiro.

—¿Zeihar? —Llamó a su hermano, tratando captar su atención. No obtuvo respuesta, así que avanzó hacia él, con la intención de observar por encima de su hombro lo que fuera que le mantenía en ese estado...

Y lo que vio logró dejarle desconcertado: en la delicada y pálida palma de su hermano, un pétalo rojo y brillante se movía de manera palpitante.

—Es... la Rosa, Marco —susurró Zeihar, rompiendo por fin su largo silencio— La Rosa de Sangre.

—No... No puede ser... —Marco no podía dar crédito a la confirmación de su hermano ante lo que sus ojos veían. Sencillamente, no podía creerlo.

—Es —sentenció él—. Es real, Marco. Padre tenía razón... Yo tenía razón...

—¿De dónde has sacado eso, Zeihar? —Marco intentó acercar su mano al pétalo, pero Zeihar le apartó con brusquedad, sin dirigirle la mirada.

—Ni se te ocurra —siseó— Podrías estropearlo todo.

—Zeihar... Es solo un pétalo... —vale, era un pétalo que latía. Pero la tecnología humana era capaz de hacer cosas realmente alucinantes— ¿cómo puedes estar tan seguro de que pertenece a la Rosa de Sangre?

—No seas estúpido —espetó su hermano, levantando la mano libre y señalando con uno de sus largos y finos dedos a la muchacha que seguía sentada en la cama—. Ella lo tenía. Ella... —Marco miró hacia la aludida, en busca de una explicación que no llegó a pedir con sus labios, porque Zeihar interrumpió su amago de dirigirse a ella— ¡Shhh, calla! No debemos asustarla... —lo dijo de tal forma que casi pareció que consideraba irrelevante que ella estuviera escuchándoles, allí, ante ellos— Marco... Ella... —Marco frunció el ceño, como si se temiese lo que su hermano iba a añadir a continuación— Ella es la rosa.

Fueron apenas un par de segundos de silencio, suficientes para que Marco asimilase lo último que su hermano le decía. Miró de nuevo hacia la mujer, que había alzado las cejas con la misma incredulidad que él mismo y negaba con la cabeza. Miró a Albert, que seguía en el umbral de la puerta con cara de no entender nada de lo que estaban diciendo, aunque con una clara comprensión de que la cosa era seria. Y miró otra vez a Zeihar, que seguía con los ojos clavados en el palpitante pétalo de sangre, inexpresivo por lo demás.

—Zeihar... A ver... Vale, supongamos que tienes razón: tienes un pétalo de la Rosa de Sangre, sí. Como padre y tú creíais, la flor existe. Vosotros estabais en lo cierto y yo equivocado. Bien, vale —el vampiro arrastraba las palabras despacio, como si midiera cada una de ellas y el tono de su voz al pronunciarlas—. Pero... Padre enloqueció por obsesionarse con esa flor y... Los humanos no son flores, Zeihar.

Crónicas de la Rosa I: Pétalos de SangreWhere stories live. Discover now