Capítulo 12

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Cuando creí que me llevaría a casa como todos los días, Matthew pasó de largo una calle en la que tenía que doblar. Continuó recto hasta detenerse en un semáforo. Ahí, me atreví a preguntarle a dónde nos dirigíamos en realidad y por qué.

—Vamos a la estación más cercana —me dijo antes de avanzar tras el cambio de luz a verde.

—¿Para qué? —Me sostuve con fuerza de sus hombros.

Siguió pedaleando por los próximos minutos sin haber aclarado mi pregunta. ¿Íbamos a abordar el metro? ¿A dónde? Yo no lo usaba si no tenía que ir a un sitio alejado. Pero él, después de llevarme hasta la puerta de mi casa todos los días, tomaba el metro para llegar a la suya.

Iba más rápido de lo normal, pero sin dejar de ser precavido. Nuestras ropas se agitaron al ritmo del viento, las nubes en el cielo escondieron cada vez más al cálido sol. Las mejillas se nos enrojecieron un poco a causa del enfriamiento de la piel, el cabello se nos alborotó.

Y así, callados, nos tomamos el tiempo para apreciar el nuevo camino por el que transitábamos. Había casas y locales que no conocía, edificios altos por los que muy rara vez pasé en auto, cientos de rostros nuevos.

No era de los que conocieran mucho la ciudad donde vivían pese a llevar ahí una vida entera. Matt parecía conocer más que yo, aunque ya me lo esperaba por la distancia entre el colegio y su hogar, ese que no conocía.

Nos detuvimos en una esquina peatonal y bajamos de la bici. A nuestra espalda se encontraban las escaleras al metro. Descendimos escalón por escalón, lentamente por culpa de cargar con la bicicleta. Ahí le realicé la misma pregunta.

—Matt, ¿a dónde vamos?

No había mucha gente esperando con nosotros, así que no nos enfrentamos a empujones molestos, calor sofocante o a la gente atiborrada a nuestro alrededor.

El metro llegó más rápido de lo que estimábamos. Se paró frente a nosotros con un seco golpe y un ruido ensordecedor. Las puertas se abrieron y permitimos que bajaran primero los que tuviesen la necesidad. De ahí, ambos abordamos y nos sentamos sobre asientos contiguos. Gracias al espacio entre filas, la bicicleta cupo bien frente a los dos.

—Vamos a mi casa —pronunció en cuanto comenzamos a movernos.

Lo miré con sorpresa.

—¿Qué? —No era necesario que me lo repitiera, en realidad—. ¿Y a qué vamos allá?

Sonrió a medias.

—Siempre hemos ensayado en tu casa. —Desvió la vista hacia la ventana—. Me pareció buena idea que esta vez fuéramos a la mía.

Creí que jamás volveríamos a reunirnos en casa de alguno de los dos por todo lo que aconteció desde la mañana, pero nuestros problemas se solucionaron casi tan rápido como se generaron. Llamé a mi madre y le notifiqué que iría a otra parte con él, solo me pidió que regresara a casa temprano.

—¿Cuánto tiempo haremos? —Recargué la cabeza sobre la ventana.

—A este paso, quizás media hora. —Sentí que se acercaba un poco a mí.

Me quedé viendo hacia la calle sin hablar, bastante nervioso por lo que nos esperaría en su casa y sobresaltándome con ligereza cada vez que nos adentrábamos bajo tierra y nos sumíamos en una oscuridad temporal.

Me quedé viendo hacia la calle sin hablar, bastante nervioso por lo que nos esperaría en su casa y sobresaltándome con ligereza cada vez que nos adentrábamos bajo tierra y nos sumíamos en una oscuridad temporal

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El final que deseo [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora