Capítulo 40

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Keira visitaba a Matthew durante las mañanas, antes de atender cualquier otra de sus responsabilidades. Sabía que en las tardes tomaba cursos de preparación académica porque su madre se lo dijo a la mía, por eso no nos habíamos cruzado pese a vivir muy cerca.

No habíamos tocado el tema de Matt en todo este tiempo, ni siquiera por mensaje o llamada. La última vez que hablamos sobre él fue justo el día que intentó suicidarse. Para ser honesto, no pensaba mucho en ella ni cómo estaba llevando la situación, si también tenía problemas para dormir o sensaciones de culpa.

Pero cierto viernes en la mañana, cuando yo recién me levantaba, Keira llamó a la puerta. Y ahí supe que hablaríamos sobre Matthew, por fin.

Mis padres no estaban por trabajo y Briana continuaba dormida, así que la dejé pasar. Volvimos a instalarnos en la sala como aquella última vez, solo que en esta ocasión le ofrecí un café. Sentados uno frente a otro, en silencio y mirando en direcciones opuestas, pensé en cómo iniciar la conversación.

—¿Cómo has estado? —pregunté con timidez, casi en un murmullo.

Sostuve la taza caliente con ambas manos y alcé la cabeza para mirarla. Estaba seria, mirando también hacia el interior de su café humeante.

—Bueno, podría ser peor —contestó, sonriendo a medias.

No preguntó por mí. Me encogí de hombros, pensé en qué más decirle para que fuéramos al grano, pero no se me ocurrió nada más que hablar del clima. Eso siempre servía para romper silencios incómodos como este. Cuando me preparé para decirle que el ambiente se sentía más fresco, ella se adelantó a tomar la palabra.

—Matthew terminó conmigo.

Estuve por escupir el café y tirarme la taza encima. Traté de mantener la calma, aunque el impacto fue muy evidente en mi rostro. Todo mi cuerpo se tensó de pies a cabeza, producto de los nervios y la ansiedad. Apenas y alcé los ojos para mirarla, un poco atemorizado.

—¿Qué? ¿Por qué? —fingí incredulidad. Sabía que algún día este momento llegaría, pero no pensé que tan pronto.

Keira, con su impenetrable serenidad, soltó un suspiro. Apoyó la taza sobre la mesita de centro y se pasó unos mechones de cabello por detrás de la oreja, con los movimientos más elegantes que yo hubiera visto en una chica de nuestra edad.

—Tú y yo sabemos por qué, Carven.

Sus palabras me dejaron frío. De repente la mano comenzó a temblarme sin mucho control, provocando que el café caliente se derramara sobre mi piel. Aunque me quejé al instante por las quemaduras, no solté la taza en ningún momento. Esto provocó que Keira dejara de lado su intimidante seriedad, se levantara a prisa y me quitara el café de encima.

Aun así no me moví, mucho menos la miré.

—Ven, vamos a limpiarte —dijo, y empezó a tirar de mi otro brazo.

Mi cuerpo se movió por sí solo, siguiéndola. Me llevó a la cocina, abrió el grifo del lavabo y metió mi mano enrojecida al chorro de agua fría.

—De verdad lo siento, Keira. —Comencé a llorar.

Me recargué sobre el lavabo, me cubrí la boca y me incliné hacia adelante, respirando con mucha dificultad. Ella siguió sosteniendo mi mano y mirándome con los labios un poco apretados. Por un instante vi que sus ojos también se humedecían, pero no derramó ni una lágrima.

—Me dolió mucho, Carven —continuó, con la voz tranquila—. Pero yo ya lloré lo que debía.

Cerró el grifo, tomó un trapo de la cocina y secó mi mano con ligeros toques mientras yo seguía llorando de arrepentimiento. Al final envolvió mi mano y la acercó a mi pecho, pidiendo con aquel gesto que abandonara mi posición y mejor la enfrentara.

El final que deseo [COMPLETA]Where stories live. Discover now