Capítulo 25

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Siempre tuve un gran sentido de la orientación, por eso conseguí llegar a casa de Matthew sin saber el nombre de su calle o vecindario.

Apoyé la bici junto a su reja. Me quedé de pie sobre la puerta principal, debatiendo conmigo mismo la forma en la que entraría. Si quería verlo, solo podía hacer dos cosas: tocar el timbre en plena madrugada para ver si alguien abría, o trepar su reja y correr por el jardín.

Estar ahí era de por sí un riesgo enorme. Él y yo tuvimos demasiados problemas luego de nuestro último escape. Sin embargo, Matthew también me pidió que pasara lo que pasara, fuera a verlo. Solo que no tenía ni la más remota idea de cómo contactarlo para decirle que estaba afuera de su casa.

No podía quedarme sin hacer nada, no después de haber pedaleado hasta el agotamiento y terminar otro lado de la ciudad, a varios kilómetros lejos de mi habitación.

Quería demostrarle a Matthew con acciones que era importante para mí, que no lo cambiaría jamás. Venía a remediar las cosas sin necesidad de delatarme, hacer que creyera aún más en nuestro romance para que yo pudiera recuperar la seguridad de mis sentimientos por él.

«Eres un asco de persona, Carven». Me dije a mí mismo después de analizar las razones que me trajeron entre el cansancio y los tormentos.

Matthew no se lo merecía. No merecía una visita mía si era por ese motivo tan vacío. Ni siquiera se sentía como un sacrificio por él, sino una huida a mis recientes errores. Tenía que irme, no debía permanecer frente a su casa si no me sentía plenamente seguro de estar ahí.

Tomé la bici de nuevo, me monté en ella y pedaleé con lentitud hacia la avenida. Miré atrás esperando toparme con él, viéndome desde su ventana; pero las cortinas se hallaban igual de cerradas.

Conduje por una orilla de la calle e intenté concentrarme en el camino, pero no podía dejar de tener la cabeza hundida en pensamientos hirientes.

Hacía frío, se percibían nubes cargadas de agua en el cielo. Las ramas de los árboles chocaban entre sí, creando melodías armónicas y relajantes. La calle estaba húmeda por una ligera llovizna que ocurrió antes de que saliera de casa, los faroles iluminaban lo suficiente como para que no me perdiera en la ciudad.

Alcé la cabeza y tomé una buena bocanada de aire. Sostuve el manubrio con fuerza y agradecí infinitamente que interfiriera entre mis dedos y palmas, pues de tener contacto, me clavaría las uñas hasta sangrar.

Me hallaba tan absorto en mis pensamientos y tan concentrado en mi dolor, que no me percaté de que, mientras transitaba por un cruce de calles, un auto venía perpendicularmente al mismo tiempo.

Pude frenar cuando oí el claxon a toda potencia en medio del silencio. Pero unas milésimas de segundo no fueron suficientes para que las ruedas se detuvieran por completo. Impacté contra el costado izquierdo del vehículo. La fuerza y mi mala suerte bastaron para que me deslizara por el capó y aterrizara del otro lado con cierta violencia.

Mis codos se quemaron con la fricción tanto del metal como del concreto. Mi cuello no pudo sostener todo el peso de mi cabeza y la dejó caer de frente, golpeándose también.

Me encontré muy aturdido y adolorido por la caída, lo suficiente como para no poder ponerme de pie al instante. Solo logré escuchar un silbido en mis oídos y ver cómo mi entorno pasaba distorsionado por delante de mis ojos.

Respiré con agitación, igual que un pez fuera del agua. Tal vez por el susto del incidente, tal vez porque me estaba muriendo.

La calle volvió a su antigua oscuridad, ¿o era la vista fallándome?

El final que deseo [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora