8. David y Aaron - "Ciudades"

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DAVID

Un pitido.

Dos pitidos.

Al tercer pitido, mis párpados se abren con pesadez. Aunque no puedo ver nada, sé que estoy recostado sobre una cama blanda y cómoda. Mi temperatura corporal es más caliente de lo normal, pero no tan elevada como recordaba. La fiebre ha de haber disminuido. Tengo objetos médicos conectados al cuerpo, o eso deduzco por la molestia en mis brazos y los pitidos característicos de máquinas de hospital...

Debo estar, en efecto, en un hospital o sección médica.

Entro en pánico. Lo último que recuerdo, es que estaba encerrado junto a unos cuantos rebeldes en una habitación pestilente a humedad. Me sentía mal entonces; apenas podía mantener los ojos abiertos. De un momento a otro, mi cuerpo temblaba y todo se iba a negro.

Ya no estoy en dicha habitación maloliente. El olor del cuarto en el que me hallo es agradable, diferente al de la celda de los encapuchados. ¿Y si mi grupo fue rescatado por rebeldes? ¿Acaso estoy de vuelta en el refugio de Amanecer?

Intento levantarme. La fiebre apenas me permite moverme. Las luces de la habitación están apagadas, lo que no es inusual. En la sección médica de Amanecer, la iluminación de las habitaciones es desactivada por las noches para ahorrar y racionar la energía de los generadores del refugio, alimentados con electricidad robada en las zonas industriales de Andrómeda.

La idea de que pueda estar de vuelta con los rebeldes me entrega fuerza para quitarme los cables del cuerpo, bajar las piernas de la cama y ponerme lentamente de pie. Emito en voz alta el comando de voz que activa las luces nocturnas de emergencia en las habitaciones médicas del refugio, pero nada se enciende. Repito el comando una y otra vez, esperanzado de que los focos se prendan y me comprueben que estoy de vuelta.

Lamentablemente, las luces no se encienden.

Antes de darme por vencido, me dispongo a explorar el cuarto. Me muevo con cuidado, arrastrando mis pies descalzos en el suelo. No visto más que lo que aparenta ser una bata de hospital.

Tanteo con los brazos en el aire en busca de algo. Doy con una pared cercana, y al seguirla, alcanzo el contorno de una puerta. No tiene manijas; es tal como una puerta del refugio. Debe abrirse también con comando de voz.

Al emitir el comando correspondiente, la puerta no se abre. Los sistemas inteligentes de la habitación no tienen mi voz registrada.

A mi pánico se le suma la decepción. Todo indica que no estoy en el refugio.

¿Dónde estoy en realidad?

Cuando mis ojos se acostumbran a la oscuridad, descubro un casi indetectable cuadro de luz en una de las paredes de la habitación. Debe tratarse de una ventana cubierta. Camino con dificultad hasta ella, cada segundo más asustado. En mis condiciones, no podría atacar para defenderme. Estoy indefenso, afiebrado y vulnerable. Cualquier cosa podría pasarme en lo que reste de noche.

Ahora siento lo que debió sentir Aaron aquel día que lo llevé a la fuerza a mi casa del G. Me arrepiento más que nunca por haber iniciado nuestra relación de ese modo. Debí haber reaccionado de mejor manera; no dejar que la desesperación venciera sobre mi racionalidad. De no ser por los recuerdos exhibidos por la noche, él se habría llevado la peor de las impresiones sobre mí. Nunca me cansaré de repetirle lo arrepentido que estoy por haberle hecho pasar tal susto.

Al dar con la ventana, descubro que una tela gruesa la cubre. Intento apartarla, pero no puedo. Debe tener algún mecanismo que mueva la cortina como las ventanas de Arkos.

Llevo una mano a los costados de la ventana, buscando cerca del marco por el mecanismo en cuestión. Hallo un pequeño panel táctil a un lado, que se enciende cuando paso mis dedos por el centro. De inmediato, la cortina se mueve y enrolla en lo alto. Es una suerte que el mecanismo no necesitara huellas dactilares registradas para funcionar.

Progresivos [Prohibidos #2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora