Capítulo 1

46.7K 4.1K 1.1K
                                    


—Feliz navidad, Charlotte —dijo el doctor con mucha alegría mientras entraba por la puerta de color blanco.

—Feliz navidad, doctor —contesté sin ningún tipo de emoción.

—Aún estamos depresivos —Mi mirada hacia él fue fulminante.

—No estoy en depresión, usted y el psicólogo me tiene harta con lo mismo —él levanto las manos en son de paz.

Tal vez porque había notado lo rápido que me alteré con su mala elección de palabras.

—Solo venía a traerte ropa para la cena, no vine a discutir como todos los días, hoy es navidad —bufé en respuesta.

Que fuera navidad no lo hacía más llevadero.

—¿Dónde está la ropa? —él sonrió al notar que había prestado atención al menos al hecho de que había llevado ropa y salió de la habitación para entrar casi de inmediato con una bolsa negra en sus manos.

—¿Puedes vestirte tu sola o llamo a Marta? —negué en respuesta a su pregunta.

—Puedo sola —él asintió y salió por la puerta dejándola cerrada para que tuviera la suficiente privacidad.

Yo me senté en la cama y tomé las dos muletas que estaban al lado de ella para después pararme con su ayuda, dando un paso a la vez llegué a la puerta, la abrí para después adentrarme en el impoluto baño. En cuanto entré me senté en la tapa del retrete y procedí a abrir la bolsa que contenía lo que suponía era mi ropa. Consistía en una falda larga de color blanco, una blusa de lo más fea de color rojo y unos zapatos negros. Miré la ropa con total asco para entrar de nuevo la falda, me quité la remera que tenía y la intercambié por la blusa debido a que estaba sucia, de lo contrario me hubiese quedado igual.

Al final me quedé con mi pantalón de piyama gris y solo me coloqué los zapatos negros.

Volví a tomar las muletas y salí del baño directo a mi silla de ruedas, si bien yo ya podía caminar más o menos, prefería la silla de ruedas, pues las malditas muletas solo me hacían tropezara cada nada. Me senté en ella y dejé las cosas del demonio de lado. Solté un suspiro cansada para luego practicar la rutina que llevaba haciendo hacía más de un mes y medio.

1-Mirar el tatuaje de mi muñeca.
2- Suspirar
3- Cerrar mis ojos.
4- Tratar de recordar algo.
5- Abrir los ojos mientras bufaba enojada al no conseguir nada.

Era tan frustrante no poder recordar las cosas que para ti eran importante, no se quiénes eran mis padres, ni mis abuelos, ni siquiera sentí pena alguna cuando me dijeron que habían fallecido, pues no los conocía... no los recordaba.

Ni siquiera recuerdo lo que me gustaba hacer ¿me gustaba ir de fiesta? no lo sabía ¿me gustaba leer? tampoco lo sabía. No sabía nada de mi vida y aunque había tratado de recordar no podía, eso había hecho que poco a poco fuera perdiendo las ganas de seguir y me rindiera, ¿pero rendirme a qué? ni siquiera tenía un jodido propósito en la vida.

Le di vuelta a las ruedas de la silla hasta que se acercó a la puerta, la abrí y salí de la habitación dejándola totalmente abierta, el pasillo estaba desolado, por lo que supuse que todos estarían en el comedor.

Despacio recorrí la distancia hacia el ascensor que estaba esperando al final del pasillo. Me adentré en el y presioné la planta uno para luego ver como las puertas se cerraban. La caja metálica se abrió minutos después y yo salí rodando hacia el comedor. Antes de entrar podía escuchar el ruido que ahí dentro había. Suspiré armándome de valor para abrir la puerta y como siempre, nadie notaba a la chica en silla de ruedas, miré a mi alrededor y solo veía a personas felices aun estando enfermos en su gran mayoría, pero estaban felices por una razón; tenían a muchos de sus seres queridos a su lado. Sin embargo, yo estaba ahí, sola, con la compañía de una maldita silla que me limitaba más de lo que quería admitir.

Mi Ángel GuardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora