Capítulo 19: Deber ser

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En la tarde, horas posteriores de que las afueras de Dunster sea testigo de la fluctuación entre las jovencitas Hamilton's y que su moralidad hubiera sido lapidada por un deseo casi ahogado para con sus secuestradores y algunos que otros sentimientos indecorosos, se encontraban reuniéndose por primera vez en muchas horas las hermanas Gladys y Esme Hamilton en una habitación antes de partir nuevamente al pueblo. Esme pensó para sus adentros que esta sería la oportunidad perfecta para comentarle a su hermana que su padre estaba vivo, que no había nada más que lamentar, exceptuando el hecho de que éste parecía haberlas abandonado y salió disparado en cuanto la vio. Pero la menor de las Hamilton se debatía en el deber ser; ¿Sería prudente revelar este secreto? Desde que tiene memoria, Gladys era mucho más apegada a su padre que ella. El solo hecho de comentarle a Gladys que su padre estaba vivo, tal y como lo predijeron sus secuestradores, y que éste las había abandonado por razones que desconocían y que jamás intentó explicar, fingiendo su muerte y dejando la buena fortuna de su esposa e hijas a merced del pueblo londinense, le rompería el corazón a su hermana de solo saberlo. ¿Cual podría ser la explicación detrás de esto? Su mente divagaba en respuestas lógicas pero ninguna podía eclipsar la dolorosa idea de que después del secuestro de Gladys, su padre probablemente sabía de lo ocurrido y jamás se acercó a consolarla a su madre y a ella. ¿Podría ser que el hombre que las había criado se habría vuelto loco? El desquicie y la discapacidad mental era la única razón por la que se podría justificar su ausencia y abandono.  

—Esta noche volveremos a Dunster, la berlina partirá en unos momentos —explicó Heather a las señoritas antes de cerrar la puerta con llave tras de sí. 

La habitación nuevamente no tenía ventanas ni tampoco algún solo orificio por donde pudiesen pedir ayuda. Aunque profundamente luego de todo lo ocurrido, ninguna de las hermanas lo intentaría. Ambas se miraron en silencio la una a la otra, quizás con muchas ganas de contar lo que sentían sus corazones por sus secuestradores, pero ambas sabían que antes de pronunciarlo en palabras debían saber que sentían, lo cual era confuso sabiendo que los hombres con quienes habían tenido acercamientos imprudentes eran unos delincuentes. 

—¿Te ha hecho algo? —inquirió Gladys terminando con el incómodo silencio, quizá porque ella se encontraba llena de culpas por la noche anterior, pero el silencio de su inocente hermana debiera ser por otro motivo distinto al suyo. O eso al menos pensó. 

Esme negó con la cabeza lentamente en respuesta. 

—Heather no es como crees —consiguió decir Esme. 

Gladys boquiabierta por los dichos de su hermana prosigue a interrogarla;

—¿Es que te has enamorado de él y por ende dices eso ahora? 

—Para nada hermana, solo que no es como pensábamos. No es tan cruel... 

—¿Cómo puedes decir eso luego de que ha matado a hombres frente a nuestras narices? —espetó Gladys con desenfado—.No puedo creer que avales a esos desalmados. 

—¡No los avalo! No avalo a ningún asesino, solo pienso que si los conocieras y supieras su historia, lo entenderías —agregó Esme con epifanía. 

—¿Su historia? ¿Que fueron huérfanos? Esa no es excusa, Esme. La venganza nunca lo es —intentó disuadir Gladys. 

—Es que tú no atiendes a razones, Gladys. Siempre ha sido así contigo, siempre has creído en un mundo idílico. Siempre has apoyado sin replicar todo a lo que nos han obligado —replicó Esme. 

—¡Es que para eso nos han criado! No puedes ir en contra de nuestras obligaciones. 

—Estás equivocada, Gladys. Los verdaderos desalmados no son nuestros secuestradores, al contrario, ellos nos han salvado al traernos aquí. 

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