Capítulo 21: La aparición del conde

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Camino al centro del pueblo de Dunster, se encontraban los jóvenes secuestradores junto a sus bellas rehenes, pero esta vez no se sentía como si lo fueran. Howard decidió no cubrirles la vista y ambas disfrutaban silenciosamente, aunque no lo admitieran, el andar en berlina en las afueras de Londres. Pero ésta vez el destino no era incierto ni tampoco tenebroso, o puede que sí lo era en parte, el destino era nada más y nada menos que la morada del conde Hamilton. ¿Podría ser que después de tres años de muerto el mismísimo hombre podría resurgir? Era una realidad que nunca se había visto su cuerpo en cuanto fue dado por muerto, tal grado de putrefacción adjunto con la peste que lo llevó a la muerte podría incluso ser nocivo para quien se le acercara. El hombre enfermó y se exilió en una de sus propiedades por ordenes del doctor, quien le había comentado que podría estar enfermo de difteria en cuanto mostró los primeros síntomas. El conde Hamilton, o lo que quedaba de el, fue encontrado en un estado de suma putrefacción y cuanto menos, una semana de muerto. Uno de sus caballerizos lo descubrió tras intentar enviarle un mensaje de su esposa Elizabeth, quien después de su muerte, estuvo de luto por dos años.

Si bien era una idea acogedora el pensar que todo se debía a una farsa y que el conde Hamilton se encontraba vivo, después de todo nada le haría mejor a su familia que no haberlo perdido. Pero el solo hecho de haber fingido su muerte debiera ser por una causa tenebrosa que estaba por descubrirse. Era aquello, o vislumbrar la irrevocable verdad de que nadie regresa de la muerte y que a todos nos llegaba la hora, como fue el caso del conde tres años atrás. Mientras que Gladys aún tenía sus dudas sobre si su hermana había visto realmente a su padre o lo confundió con un hombre parecido, Esme se encontraba segura de lo que vio y estaba en la búsqueda de respuestas. De pronto buscar al conde no era solamente labor de los secuestradores, sino también de sus hijas.

La berlina se detuvo frente a lo que podía ser un no tan pintoresco edificio amohecido. El clima que se vivía en esas épocas podía casi cubrir todas las pilastras de un moho que desteñía la pintura mes a mes. Una puerta mediana centraba el lugar, mientras que a ambos costados se encontraban puertas más pequeñas que podrían llevar a habitaciones menos acogedoras y más húmedas que las del resto del edificio.

—Esta es la dirección —indicó Heather a su amo. Mientras que ambas hermanas inspeccionaron al unísono el lugar.

—Que pena para un hombre que ha vivido con tantos lujos terminar en un lugar como este —espetó Howard mientras baja de la berlina y se coloca un sombrero.

—¿Este es el lugar en donde se encuentra supuestamente nuestro padre? —inquirió Gladys inspeccionando el lugar tras ser bajada de la berlina con ayuda de Howard.

—El cantinero ha dado esta dirección. Además habló sobre una pequeña puerta a la derecha de la propiedad, ha de ser esa misma —interpeló Heather mientras indicaba con el dedo índice a la tercera puerta, justo como dijo, a la derecha de la propiedad—¿Entramos, mi lord?

—Adelántese junto con la Srta. Esme —secundó Howard.

El menor de los secuestradores obedeció y llevó a la Srta. Esme a atravesar la puerta mientras que Howard y Gladys lo seguirían con pasos más lentos.

—Srta. Gladys, permitame decirle que pase lo que pase ahí adentro, tenga la seguridad de que no le haré daño a su padre —dijo Howard con candidez.

—Agradezco su compasión. Pero si mi padre es un asesino como usted dice, no podrá mantener su promesa.

—Crea en mi, Srta. Gladys. Soy un hombre de palabra.

Gladys agradeció el gesto para sus adentros, y pensó que quizás Howard no era tan malo. Nuevamente volvía a ver el mejor rostro de su secuestrador, el compasivo, caballeroso y que se preocupaba por ella. O al menos eso quiso pensar.

LazosWhere stories live. Discover now