Capítulo 26: ¿Dónde está Howard?

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¡Vivan los novios!; esbozaba el titular del Londres Lite. La alta aristocracia se encontraba despidiéndose de los prometidos; Victoria Browning y Allen Nightray. Quienes decidieron una boda privada a las afueras de Londres. Los columnistas del Londres Lite agregaron que, la madre de Allen Nightray, Aniss, daría todos los detalles, incluso los más íntimos, de la modesta ceremonia.
Por otro lado, el pueblo londinense fijaba la mira en las dos jovencitas recién reintegradas a la alta sociedad y las que aún después de haber llegado sanas, salvas y virgenes, tendrían que presentarse a los festivales para poder dar con un pretendiente que pueda desposarlas como demandaba la tradición.
Se comentaba que, desde luego, la situación económica de aquellas no era de la más agradable. Pero era de aducir, como la mayor de las jovencitas Gladys debiera ser la prometida de Carlisle Woodgate, como era la intención desde un principio. Se vaticinaba que para cualquiera que logre desposar a la joven Esme, e ignorase su prontuario con Carlisle, se beneficiaría entonces con la dote de ésta, y de una relación amistosa con Arthur Woodgate y todos sus protegidos.

Mientras tanto, en la mansión de aquellos, se encontraban de invitadas las Hamiltons compartiendo junto con Arthur y su esposa Érica, y desde luego, el mismo Carlisle.
Arthur le comentaba a Elizabeth posibles candidatos para la menor de sus hijas, Esme, que presenciarían los festivales siguientes.

—El lord Artmond Lowtown, desde luego. Dueño de las mayores granjas de todo Londres y ha enviudado recientemente —explicaba Arthur epítome.

—No puedo creer esta propuesta indecorosa y más que venga de usted, Sr. Woodgate. ¿Es que acaso tengo pintas de querer casarme con un granjero? —exclamó quejica Esme.
Pero para sus adentros sabía que no le importaría si Heather lo fuese.

—Pues será entonces Edwin Meester. Es el más joven, tiene su edad y busca una lady para casarse pronto —agregó Arthur. 

Gladys y Esme se miraron la una a la otra con gesto de sorpresa. 

—Si es tan joven, ¿entonces a que se debe el apuro? —replicó Gladys.

—Pues a nada más que el hecho de necesitar una esposa para poder obtener el marquesado —respondió Arthur con gesto adusto. 

—Hasta ahora es de las mejores opciones que tienes, querida —interpeló la joven esposa de Arthur, Érica.

Esme hizo una mueca de disconformidad. Entre un lord campesino y un joven con marquesado, probablemente prefería al joven. Pero su corazón era de una sola persona y no había vuelto a saber de él. Nunca antes había sentido algo parecido, extrañar a una persona con un paradero desconocido inclusive hasta para mandar cartas. Howard y Heather eran una figura de humo. Prometieron volver por ellas pero ahora que estaban las Hamiltons en Londres, la realidad era un atropello emocional. Devueltas a las costumbres, y a intentar fingir que todo marcha como debería marchar.

—También tiene mi beneplácito, por si le interesa, con Tate Wells —espetó Arthur.

Carlisle parece devolverse a la tierra al escuchar el nombre en cuestión.

—¿El hijo menor del conde Wells? —secundó Elizabeth curiosa.

Arthur asiente con la cabeza y agrega;

—El único heredero. Los demás hijos han sido desterrados al título.

Carlisle pensaba para sus adentros; Tate Wells, el mismísimo Wells con quien se fue Leo Lovelace del bar aquella vez que él se dispuso a ir por Victoria a declararse. Pero aunque quisiera decirlo, lo cierto es que la homosexualidad de Tate Wells solo era conflictiva si hubiesen pruebas de ello, y la única prueba de ello era Leo. Y no hay manera de que Carlisle traicionara a Leo. Sería como traicionar a Victoria, otra vez.Carlisle se levantó de la mesa en la que se encontraban reunidos y se dirigió hacía su habitación. 

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