Capítulo 24: Rosas Rojas

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Mientras que el Londres Lite no había vuelto a recibir noticias sobre la boda entre Nightray y la Srta. Browning, algunos rumores comenzaron a tomar lugar cuando Allen Nightray retiró a sus caballerizos de la mansión Browning. No se había anunciado cancelación de la boda, pero el pueblo londinense estaba a la expectativa. Paralelamente, en la mansión de los Woodgate, Carlisle, recibía en mano por el caballerizo personal de Victoria, Gaderian, un ramillete de rosas con una carta. Nada se supo del contenido de ésta más que sus propios protagonistas, pero una berlina salió de la mansión Woodgate disparada a la mansión de las Browning esa misma mañana.

''Hablé con Allen. Él mantendrá distancia. Cuando leas esta carta, deshazte de ella y ven a verme'' Cuando los ojos de Carlisle Woodgate vislumbraron aquellas palabras, se volvió una figura de humo su presencia en su hogar. No había que esperar nada más, Victoria lo había elegido antes que a Allen y el cielo volvía a tener colores.

En cuanto el joven Woodgate ingresó por la puerta principal y divisó que la mansión estaba libre de los caballerizos de Nightray, que nuevamente podía pisar el lugar, se dio cuenta que la carta de Victoria era real, que todo estaba sucediendo como en un sueño.

—Recibiste mi carta —esbozó Victoria al verlo.

—¿Que ha pasado con Allen? —instó él —.No he oído ningún rumor sobre una cancelación de la boda.

—No lo habrá. Te vincularían fácilmente —explicó —.Gaderian le entregará una carta a Allen explicándole todo cuando estemos lejos de aquí.

—¿Lejos de aquí? —se detuvo a decir Carlisle —.¿Quieres decir que huiremos como dije?

—Nunca podríamos vivir felices en este pueblo. Londres nos ha separado toda la vida.

—¡Nada me complace más que oír eso! —secundó Carlisle y se dirige a tomarla en brazos y llevarla a sus aposentos, que desde luego sabía el camino de memoria.

Victoria y Carlisle se encontraban viviendo un sueño idílico. Desde niños, cuando la madre de Carlisle aún vivía, se habían jurado nunca separarse. Claro que entonces, Carlisle no era una marioneta de Arthur y Victoria aún era bien recibida para los Woodgate. Sus madres solían tomar el té a menudo y sus familias eran tan unidas que la mansión Browning fue asidero de los lamentos de Carlisle cuando estaba de luto por su madre.

Carlisle solía recordar a menudo aquellos días, que aunque profundamente nunca le había atribuido un significado cósmico o una connotación romántica, se había dado cuenta que nunca más se encontraría solo. Lloraba esa mañana en la que se había enterado que su madre se había muerto por escarlatina. Aparentemente la mujer había enfermado sin saberlo, Arthur había comentado algo sobre haber visto enrojecimiento en la piel de su mujer y haberla escuchado quejarse de dolores de garganta, pero Catalina no había hecho comentario al respecto ni a su mejor amiga Emma Browning, que desde luego se habría enterado si su amiga padeciera de alguna enfermedad, o al menos de una que pudo desembocar en su muerte. Ella dijo entonces ''hay algo muy sombrío detrás de todo esto'' pero Emma siempre fue de no meterse en asuntos de otros, después de todo, su presuntuosa e indómita personalidad fue la que la sostuvo tantos años después cuando enviudó y pudo darse el lujo de no volver a casarse. Carlisle, por su parte, había quedado huérfano teniendo un padre vivo. No solía tener una gran relación con Arthur, de hecho solía pasar más tiempo con su madre Catalina y sus amistades que con su mismo padre.

Días posteriores a la muerte de su madre, pocas veces fue visto en público, y apenas hizo algunas que otras apariciones junto a su padre Arthur, en la plaza del Parlamento, vistiendo de negro, pero entonces no importaba demasiado. A Londres no le importa la muerte de las esposas. O eso al menos le comentaba Emma a su hija Victoria, que solía buscarla para poder encontrar consejos para ser el mejor consuelo posible para Carlisle. Victoria solía recordar a Carlisle como un niño indefenso en esos días, en posición fetal, recostado sobre su pecho, y dejando correr algunas lágrimas que Victoria fingía no ver. Arthur desde siempre había mencionado la importancia de no llorar en público, y mucho más la importancia de no llorar siendo un hombre. Fue en 1869 cuando Londres se había teñido de un manto de desgracias como los que habían vivido recientemente, pero con la muerte del conde Hamilton y la Sra. Catalina Bayard De Woodgate. Sus muertes habían sido sospechosamente automáticas, pero el pueblo londinense no se atrevió a inventar rumores, en vista a que Arthur era un hombre muy poderoso, y además, muy amigo también del conde Hamilton. Londres solo se permitió solidarizarse con los Woodgate que habían sufrido la pérdida de su esposa y madre, y de un gran amigo de la familia. Claro que a Carlisle le podía importar menos la muerte del conde Hamilton, no se imaginó que años después tendría que verse obligado a casarse con una de sus hijas.

LazosWhere stories live. Discover now