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Era el cumpleaños número siete de Jeongguk, y el primero que le iban a celebrar con sus amigos. Estaba muy emocionado ya que sus cumpleaños anteriores consistían en pasar el día con sus padres, los cuales lo consentían en todo lo que quisiera por ser su día especial.

Porque mas que cumplir años celebraban la llegada de aquel pequeño y precioso niño a su hogar, quien les entregaba una felicidad inmensa con tan solo su presencia.

Desafortunadamente y por cosas de la vida Hyerin era infértil; ella y su esposo intentaron muchas veces tener un hijo propio, pero no sabían el por qué les costaba tanto. Por lo que decidieron recurrir a un especialista, quien les dio la noticia de que ella seria incapaz de tener un bebé. Pero aún así aquella mujer no se rendía, la esperanza de que algún día tendría a un pequeño entre sus brazos jamás desapareció.

Y una noche de primavera tocaron a su puerta, por alguna razón la ansiedad apoderó su cuerpo, sentía que algo estaría por pasar, fuera bueno o malo lo que estaba detrás de aquella puerta cambiaría su vida completamente. Y ella lo sabía.

Gran sorpresa se llevó al encontrar a un pequeño bebé enrollado en una manta de seda; acurrucado, con los ojos cerrados y extrañamente relajado, como si estar en el frió y tosco suelo fuera lo más cómodo del mundo.

Tomó entre sus brazos la pequeña criatura de cabellos blancos. Su pecho se llenó de felicidad, de un amor inexplicable, y sin haberse dado cuenta había comenzado a derramar lagrimas.

Lagrimas que gatillaron alivio.

Él era un regalo, de esos que llegan inesperadamente. Ni siquiera se cuestionó el quien dejaría a un precioso ser humano en la entrada de su casa. Porque sabia exactamente de donde provenía aquel niño.

El pequeño abrió sus parpados dejando ver unos bonitos ojos grises, grandes y rasgados en la esquina, decorados con unas descoloridas y largas pestañitas. Las pecas resaltaban, estaban perfectamente plasmadas en su rostro, como si hubieran sido salpicadas con precisión, hechas por un artista. Los finos belfos coloreados de un rosa pálido, de los cuales salían pequeños balbuceos. Hyerin no podía entender la belleza tan exótica de aquel niño, le impresionaba lo cautivadora que era su aura.

Acarició la suave piel del bebé y se enterneció de sobremanera al ver como unos diminutos deditos rodearon su meñique.

Hola pequeño

susurró meciendo el cuerpo entre sus brazos.

Mi pequeño...

Jeongguk...

Mi hijo.

Contempló el resto de la despejada noche, mientras que a lo lejos percibía un suave cantar. Y sonrió observando las estrellas, y la luna.

Agradecida de que su más grande anhelo se había vuelto realidad.


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moonchild 「taegguk」Where stories live. Discover now