Capítulo 19.

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Harry's pov

El domingo al mediodía mi madre decidió organizar una barbacoa al aire libre, por supuesto conjunto a la familia de Kelly. Sin embargo, no creía que aquello fuese una buena idea. Tal vez por el hecho de que me encontraba sin ánimos o porque las cosas entre Kelly y yo se habían puesto un tanto turbias en un abrir y cerrar de ojos. 

Todo por culpa de unos malditos paparazzis. 

Lo supe al momento que estábamos almorzando en el extenso patio trasero, bajo la sombrilla. Mis padres se habían enfrascado en una profunda conversación con los padres de ella. Cheryl, sabiamente, había escogido pasar sutilmente de aquella comida familiar optando por irse de paseo a algún lugar junto a Travis, su reciente novio.

 

Y allí estaba yo, que no había encontrado excusa para decir que no. Y allí estaba Kelly también, sentada frente a mí con su habitual elegancia, abanicándose con la idea de apartar un poco el calor de aquel mediodía, y manteniéndose en absoluto silencio. No obstante, su mirada decía mucho más que mil palabras.

 

No necesitaba preguntarle para saber que estaba enfadada conmigo y con la nota que el diario matutino del sábado había publicado acerca de mí y Samantha. Había hecho de todo para dejarle en claro que no existía tal “relación” que allí se planteaba. Que todo eran palabras e inventos de los periodistas, rumores para generar más capital, y pese a que luego de varias súplicas llegó a ceder, estaba seguro que la rabia aún no se le había pasado.

 

Me observaba con una ceja alzada pasivamente, pero reflejando severidad y frialdad por completo. Tenía los labios fruncidos y su muñeca se movía rítmicamente de atrás hacia adelante con la idea de generar aire con el abanico.

 

Sostuve en mi mano la copa de vino y bebí un sorbo antes de hablar.

 

—¿A dónde fuiste ayer en la tarde? —con tono bajo, evité no llamar la atención de nuestros padres.

 

Cuando se trataba de pequeñas discusiones o enfrentamientos en nuestra relación, mi madre era la primera en parar la oreja para escuchar.

 

—A visitar a una vieja amiga —se encogió de hombros restándole importancia. Sus palabras no eran las habituales, aquellas que contenían cariño y melosidad, sino que más bien eran secas.

 

Asentí.

 

¿Qué iba a decirle más de lo que ya le había dicho? Tampoco iba a arrodillarme a sus pies para suplicar perdón por un error que no había cometido. Lo peor era que desde el viernes a la noche las palabras de Samantha me habían estado atormentando. Dos noches contiguas que me las había pasado en insomnio por recordar su confesión. Aquello me había hecho sentir la persona más mierda sobre la faz de la tierra.

 

Mi confusión y miedo al compromiso me terminaron jugando en contra. Yo solo había formulado un juego del cual más de una persona salió lastimada. Al fin, todo lo que quise hacer bien terminó saliendo al revés. Todo mal. A veces me costaba entender que ya no era un jodido adolescente. Que era hora de pensar con madurez antes de actuar. De tener las cosas en claro. A veces me olvidaba de esas cosas primordiales.

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