Capítulo 40.

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Canción del capítulo: The Hardest Thing de Tyler Ward.

“Estábamos tan enamorados y creímos que duraría para siempre, pero fuimos arrastrados por las tormentas. Si tan solo supiera las palabras para hacerte volver, te las diría más de un millón de veces. Cariño, ¿no lo ves? Que no te olvidaré, no puedo olvidarte, y lo más difícil que he hecho es vivir sin ti. Perdón por lo que hice, lo que dije y las cosas que oculté. Finalmente ya no te importa, ¿acaso esto es muy tarde para ti?”

Harry’s pov.

El día de mi cumpleaños, cuando Samantha abandonó la casa con lágrimas en los ojos—todo por mi culpa—fue el momento en que perdí la noción del tiempo. ¿Cuántas semanas pasaron? ¿Dos, o tres quizá? Se sentía como una eternidad, sin ella.

No retornaba mis mensajes y por supuesto, ninguna de mis llamadas. Acudí a dejar correos en su casilla de voz, pero si quiera eso respondió. No me dio la oportunidad de explicarme, pero bien debía de suponerlo porque:

1) No había nada que pudiera explicar lo que hice.

2) Ella no me daría ninguna jodida oportunidad más, ni en mis más dulces sueños.

Se acabó. Definitivamente se acabó. Y admitirlo, dolía.

Con rabia lancé el teléfono al aire. Este, voló atravesando la habitación y terminó en un choqué catártico contra la pared. Observé el aparato hecho añicos en el suelo, y me encogí de hombros. Qué más daba; ella no devolvía mis llamadas.

Había algo más. Algo mucho más grave.

El lunes de la semana posterior a mi cumpleaños tuve una reunión importante en la empresa. Por eso y únicamente por el día, mi padre accedió a monitorear la empresa mientras me encontraba fuera. Fue entonces—por desgracia—cuando Samantha presentó su renuncia.  Aguardé impaciente por su llegada todo el día. Y me enteré por mi padre, recién a la hora de la cena, que ella se había ido.

En el único lugar donde existía chance alguna de conversar era en Styles Enterprises—y ella no se encontraba más ahí. Samantha renunció—y no hablo únicamente de la empresa.

Todo acabó para mí.

Aun recordaba la expresión  de pánico que pusieron  mis padres, y Cheryl, cuando me enteré de la cosa de la renuncia. Recuerdo que lancé el plato a un lado y golpeé la silla cuando me paré. No solo solté veinte maldiciones al viento sino que a su vez,  deje a mi familia en estado de shock. Como eso no fue suficiente para mí, subí a la habitación y acabe con todo: floreros, cuadros, estanterías, toda la mierda esa que no me importaba.

Lo único que me importaba era Samantha, y se me estaba escapando.

Kelly no estaba. Se había marchado a su casa, y lo único bueno que dejó fue una boda cancelada. Todo cancelado. Mi hijo era lo único que nos unía para entonces. Después de lo que hizo con Samantha no había forma alguna de que pudiera de perdonarla. Y era estúpido; porque la culpa la tenía yo más que nadie.

—Toc, toc—mi madre dijo mientras golpeaba sus nudillos contra la puerta de mi habitación que, entonces, se hallaba abierta—¿Puedo pasar?

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