Capítulo 21

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Debía hacerle entender a mi corazón que él no me amaba, podía vivir con eso, pero no si comenzaba a sentir algo

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Debía hacerle entender a mi corazón que él no me amaba, podía vivir con eso, pero no si comenzaba a sentir algo. Indudablemente él y su fría forma de tratarme me congelaba la sangre, pero esa mirada azul me derretía.

Las campanas repicaron desde lo más alto, incluso ellas celebraron mi boda, pero al mirar al rey, su expresión me desconcertó. No parecía estar feliz como creí que lo estaría, de todos en el reino, supuse que él sería el más dichoso por haber forzado este matrimonio, sin embargo, no fue así. Aunque mantuvo una mirada inflexible, mostro una mueca que demostraba inconformidad, algo le molestaba, pero... ¿Qué?

Intenté encontrar el momento adecuado para poder averiguar si mi conjetura era cierta, pero durante el resto del día nunca estuvimos completamente solos, siempre habia una mirada o un par de oídos cerca y por ello me abstuve de hacer un comentario al respecto.

Para la tarde y después de un banquete inicial que se habia llevado a cabo en los jardines del palacio, entre flores y carpas finamente decoradas con telares blancos, azules y dorados, tuve que volver a la catedral y para mi mala fortuna, debía ir sola. Ni la condesa, ni mí ahora esposo podía ir a mi lado, aunque si estaría cerca observándome.

Mi vestido de novia habia sido reemplazado por un vestido aún más ostentoso y teñido con los colores del reino. El azul regía en la mayor parte de la tela, habia flores doradas que nacían desde la parte inferior e iban creciendo y enredándose hasta llegar a mi corsé, ahí la tela gozaba de un estampado de diamantes que resplandecían con las luz y sobre mis hombros se hallaba cuidadosamente una mata de flores tejidas de las cuales colgaba una tela semitransparente que efectuaba el papel de capa, en esa tela tan delgada y delicada se encontraban pequeños detalles brillantes y en la orilla se le habían bordado pequeños pétalos.

Las joyas que debía portar eran tesoros nacionales que habían pasado de generación en generación desde la primera dinastía. El collar era una gargantilla de plata de la que sobresalía la figura de un pequeño lobo, los pendientes eran dos perlas bañadas en plata y en mis brazos se hallaba dos brazaletes que cubrían mis muñecas y eran visibles gracias a la transparencia de las mangas del vestido.

Una melodía ahora cantada por un coro de voces casi celestiales me indico que debía avanzar nuevamente hacia el altar. Tome entre mis manos la pesada falda del vestido ceremonial para la coronación y camine hacia los clérigos que esperaban por mí en el altar donde ahora se encontraba un trono plateado que había sido colocado ahí para la ocasión.

Al llegar uno de ellos tomo mi mano y me condujo hacia un cojín frente al trono donde me indico debía arrodillarme. Al hacerlo pude sentir cientos de miradas sobre mí, supuse que lo que sentía, en realidad era el peso de un reino cayendo sobre mis hombros. La melodía cambio drásticamente por un canto aún más potente y algo nostálgico, una figura señorial se acercó por un pasillo lateral. El color de su vestimenta era idéntico al mío, pero su vestimenta no dejaba ver rastro de piel, era elegante y conservadora. Se trataba de la reina madre quien se situó frente a mi y me miro desde lo alto.

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