Capítulo 32

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—¡Oh William!— se dirigió a él con una sonrisa—que grata sorpre

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—¡Oh William!— se dirigió a él con una sonrisa—que grata sorpre...

Súbitamente el zar fue silenciado, vi su cuerpo tambalearse debido a un golpe sobre el rostro, quien que le habia proporcionado tal impacto habia sido William.

—Aquel que tiene las agallas de llamar a mi reina una ramera, merece algo peor que la muerte— bramo William enfurecido apuntándole a la garganta con el filo de su espada. El zar lo miro desde el suelo y luego se llevó la mano a la boca, su labio superior estaba herido y al ver la sangre que habia brotado de esa pequeña herida le hizo mostrar una expresión fría y calculadora.

—¿Te das cuenta de lo que estás haciendo?—refuto el zar indignado.

—Lárgate antes de que decida arrancar tu lengua por insultar a mi reina—ordeno William enérgicamente, el tono de su voz resonó de forma implacable y amenazadora.

—Nunca en toda mi vida me habían tratado de esta forma—declaro el zar levantándose de su humillante, aunque merecida posición. Camino lentamente rodeando a William, mirando su arma, desconfiado, él no llevaba una. Repentinamente algunos guardias aparecieron apuntando hacia el zar con sus armas para defender a su soberano—lamentaras este día el resto de tu vida ¿Me escuchaste?

Los guardias siguieron al zar mientras él caminaba a zancadas para alejarse de nosotros y en tan solo unos instantes desapareció de mi vista, no obstante, cuando él se fue, mis manos y piernas comenzaron a temblar. Habían ocurrido muchas cosas en cuestión de segundos, varias situaciones que mi cabeza no lograba procesar, lo único que podía pensar era que tal vez por mi causa estábamos al borde de una guerra.

—¿Te encuentras bien? ¿Te hizo daño?—escuche la voz de William cerca de mí, parecía estar genuinamente preocupado y al ver su expresión, me recordó el día en que tuvo que tomarme entre sus brazos por aquel absurdo accidente, sin embargo, aquello habia sido mucho peor que caerse en el lodo por causa de un mal clima, pero lo que no alcanza a comprender era por qué parecía estar más preocupado por mí que por la amenaza del zar.

En respuesta a su pregunta negué con la cabeza y luego cubrí mi rostro con mis manos avergonzada de mí misma, de mi poca prudencia ante la situación, el zar me habia engañado y no me di cuenta a tiempo hasta que ya fue demasiado tarde.

—Ven conmigo.

Me tomo por lo hombros guiándome, ni siquiera tenía cabeza para recordar el camino correcto por lo que permití que él me orientara hasta que pude ver las figuras de la condesa y mis damas, ellas tomaron los pliegues de sus vestidos y corrieron hacia nosotros, la expresión de lo que se podía ver de mi rostro debía ser fatal al punto de alterar a esas mujeres.

—¡Dios santo!—manifestó la condesa—por favor déjeme atenderla, la llevaremos a un lugar seguro.

—No—emitió la voz de William—lo hare yo, por favor de la orden de que se vigile al zar en todo momento hasta su salida del palacio y que la consorte sea confinada en su habitación.

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