18

1.4K 214 36
                                    

Avistaron el Soberano en medio del mar apenas sobrepasaron el extremo septentrional de Tortuga. Su borda estaba contra la del León, proa al oeste el barco corsario, proa al este el español, ambas embarcaciones inmóviles. Los piratas habían ganado la iniciativa para el abordaje y se combatía a bordo del guerrero. Laventry ordenó sofrenar la marcha para que los barcos más pequeños alcanzaran al Águila Real y les dio indicaciones a sus capitanes, luego ordenó desplegar todo el paño.

Las dos embarcaciones estaban a unos diez kilómetros de la costa, y el Águila Real bordeó hacia el sudeste con el velamen orientado para aprovechar todo el viento de flanco. Apenas estuvieron a tiro, Laventry ordenó abrir fuego con la batería de proa, que destrozó el espejo del León, inutilizando sus cañones de popa. Mientras los artilleros recargaban sus piezas, la tripulación del Águila Real se repartió a lo largo de la borda de babor.

Laventry mantenía los ojos fijos en el guerrero español, el ceño fruncido. El Águila Real se acercaba a toda velocidad en un curso sesgado, que lo llevaría a pasar a pocos metros del bauprés del Soberano y la popa del León. Marina vio que los otros barcos se adelantaban por estribor hacia el sud, desplegándose para interponerse entre ellos y el segundo guerrero español, que se acercaba a toda vela.

—Sujétate, perla —advirtió el corsario, aferrando la barandilla del puente con ambas manos—. ¡Preparados! —ordenó con voz tonante. Aguardó a que buena parte de sus hombres se agruparan en la amura de babor y gritó a todo pulmón: —¡Ahora!

Los pilotos hicieron girar la rueda hacia babor a toda velocidad. Los hombres en las amuras lanzaron dos jarcias de amarre con garfios enormes en sus extremos, que se fijaron en la borda de estribor del León. Una veintena de piratas aferró cada cabo y jalaron todos juntos hacia atrás, acentuando el escarpado viraje del Águila Real.

La arriesgada maniobra los colocó paralelos al guerrero español. Los piratas a cargo del velamen dejaron el Águila Real al pairo y el piloto hizo que el bauprés tocara al León, haciendo que el barco corsario se detuviera casi por completo, borda con borda contra el guerrero. A estribor, hacia el sud, las otras embarcaciones piratas abrieron fuego contra el segundo guerrero. Pero Marina no les prestó atención.

La tripulación del Águila Real descargó sus mosquetes contra los españoles que se asomaban desde su barco.

—Tú aquí, perla —dijo Laventry—. Yo iré por Wan Claup. —El corsario bajó del puente en dos saltos para ponerse al frente de sus hombres, espada y pistola en mano—. ¡TORTUGA! —gritó, lanzándose con ellos al abordaje.

La tripulación del Soberano, acorralada al otro lado del León, respondió al grito de Laventry, luchando con brío renovado. El corsario guió a los suyos como una cuña imparable, que se introdujo entre los españoles hacia los hombres de Wan Claup.

Marina comprendió que se proponían forzar un corredor entre las filas enemigas para permitir que Wan Claup y los suyos alcanzaran el Águila Real. Advirtió el cosquilleo de excitación que la recorría, siguiendo el desarrollo del combate. La sangre bullía en sus venas, el olor a pólvora llenaba el aire. En sus oídos reverberaban los gritos, los disparos ocasionales, el entrechocar de los aceros.

Entonces distinguió a su tío. Luchaba flanqueado por Maxó y De Neill, a la cabeza de su tripulación, peleando a brazo partido por reunirse con Laventry al pie del trinquete. Lo observó fascinada y orgullosa. Se batía con bravura, certero, irreductible. Hasta que lo vio detenerse bruscamente y el horror la paralizó. En la camisa de su tío apareció una mancha de sangre que se expandió con rapidez por su pecho. Wan Claup se volvió hacia su derecha y hacia atrás, el rostro desencajado, y se tambaleó.

¡No! —gritó Marina desesperada.

Maxó sostuvo a Wan Claup para que no cayera, clamando a voz en cuello por ayuda mientras De Neill los cubría como podía.

Marina se abalanzó hacia la borda y miró en la dirección que mirara su tío al ser herido por la espalda. En el caos de la lucha cuerpo a cuerpo, vio a un oficial rubio. Arrojaba una pistola humeante para empuñar su puñal de misericordia.

La furia se sobrepuso al horror. Mientras Maxó y De Neill cargaban a Wan Claup hacia el Águila Real, rodeados por hombres de Laventry, Marina empuñó su espada y trepó desde el barco corsario al puente del León.

Su mente se vació cuando pisó el barco enemigo. Aferró la barandilla y saltó por encima para caer frente a la entrada de la cabina. Entonces sacó también el puñal y se abrió paso hacia la borda de babor, a la altura del palo mayor, donde combatía el oficial rubio. Las largas horas de práctica con Monsieur Etienne dieron el resultado esperado. Enfrentó y abatió sin dificultad a dos soldados que le salieron al paso, sin distraerse para no perder de vista al oficial.

El español pareció sentir que lo buscaban. Remató a un artillero del Soberano y giró hacia ella. La melena rubia escapaba del lazo negro y los ojos azules brillaban en el rostro salpicado de sangre. Marina estaba a sólo cinco pasos. Él sonrió al enfrentarla y salió a su encuentro, apartando de un empellón a otro español que intentó atacarla.

—Mal día para dejar la bodega, niño —se mofó, abatiendo su acero contra ella.

Marina afirmó los pies y cruzó espada y puñal por encima de su cabeza, conteniendo el golpe. No se preocupó por contestar la burla del español. Como le había dicho Laventry: la hora de los aceros llegaba cuando se agotaba el tiempo de pláticas. De modo que dejó que su acero respondiera, aprovechando la fuerza que le prestaba su furia.

Empujó al oficial y cargó contra él. El español había confiado en su superioridad física, y ciertamente no esperaba encontrarse con un grumete que supiera esgrima. Marina aprovechó ese momento de sorpresa para enloquecerlo con lances y fintas hasta que halló un hueco en su defensa. Intentó abrirle la garganta. Mas el oficial se repuso a tiempo para salvar la vida. Hirió a Marina en la cara interna del brazo derecho, un corte que desvió su lance. La punta de la hoja de Marina le rozó la mejilla, dejándole un trazo sanguinolento. El español maldijo de viva voz y la atacó con ímpetu. Marina cedió terreno, dejándolo adelantarse y bloqueando sus estocadas. Hasta que volvió a trabar su hoja con espada y puñal.

—¡Te mataré, pequeño bastardo! —masculló el español, sus caras muy cerca tras sus aceros cruzados.

Marina encontró sus ojos y forzó una sonrisa para distraerlo. Al mismo tiempo, lo apartó de un puntapié y le arrancó el acero de la mano. El español se tambaleó, luchando por conservar el equilibrio, al tiempo que cambiaba su puñal de mano. Marina fue sobre él, la espada en alto para matarlo, pero de la nada apareció un puñado de piratas a interponerse entre ellos. Un brazo rodeó su cintura desde atrás y se sintió levantar en vilo. Un pirata golpeó al español en la cabeza con la culata de su pistola, derribándolo atontado.

—¡Con un demonio, Marina! —exclamó Laventry, sujetándola con fuerza—. ¡Vamos, niña, hora de irnos!

El oficial caído alzó la vista, agarrándose la cabeza golpeada. Y antes de que Laventry la obligara a volverle la espalda, la muchacha vio su expresión de sorpresa. Los labios del español se agitaron, repitiendo su nombre, como preguntándose si había oído bien.

Laventry y sus hombres la arrastraron en una carrera precipitada y peligrosa a través de las filas enemigas que volvían a cerrarse sobre ellos. No se detuvieron hasta saltar ambas bordas y hallarse en el Águila Real.

Marina retrocedió aturdida, su mirada aún en la base del palo mayor del León, donde quedara el oficial español. Junto a ella, los últimos piratas saltaban abordo y Laventry gritaba órdenes.

—¡Cortad los cabos! ¡Arriba los mosquetes! ¡A todo paño! ¡Batería de babor lista! ¡Preparaos para pescar a los del Soberano!

El corsario aferró el brazo sano de la muchacha y la arrastró hacia popa. Una descarga de mosquetes de los españoles los obligó a refugiarse tras la escalera del puente.

—¡Sacre Dieu, niña! ¿Has perdido la razón? ¿Qué hacías en medio de la batalla cuando yo ya había ordenado la retirada? ¡Ea! ¡Lávate y ve a ver a tu tío, que está grave! ¡Yo aún debo sacarnos de aquí con vida!

La Herencia I - Leones del MarWhere stories live. Discover now