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Marina y Laventry se encontraron temprano por la mañana en el puerto. Saltaba a la vista que el corsario había pasado la noche en una de las casas de placer vecinas a los muelles, y llegó todavía tratando de poner en orden su ropa.

—¿Estarás en el Golfo, entonces? —preguntó, alisándose la camisa.

Marina le indicó que se acercara y se la abotonó como correspondía, conteniendo la risa. —Sí.

—Ni se te ocurra largarte tras un mercante.

—No, Laventry. Te aguardaré allí.

El corsario la observó un momento, muy serio, y asintió. —Bien, bien, me voy. Te veré en dos días.

—Deberías cortarte esa melena, Laventry. Pareces un erizo. Puedes pedírselo a madre. Mira. —Giró un poco, señalándose la breve trenza que bajaba sólo un poco más allá de los hombros—. Ella me lo cortó.

Le pareció que Laventry se sonrojaba levemente, pero lo atribuyó al resplandor cobrizo del amanecer que llenaba la bahía.

El corsario retrocedió frunciendo el ceño. —Tengo mi propio barbero —gruñó.

—Pues visítalo, entonces —dijo Marina.

Estuvo a punto de despedirse de él con un beso, pero la mirada del corsario la detuvo. La tripulación del Águila Real iba y venía por el muelle. Ella rió burlona y lo empujó hacia el bote que lo esperaba.

—¡Dos días! —le gritó Laventry—. ¡Península Tiburón!

Marina lo saludó aún riendo, con la mano en alto.

El Espectro rodeó el Cabo de San Nicolás a medianoche y se adentró unos kilómetros en el Golfo de la Guanaba antes de echar fondeos

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El Espectro rodeó el Cabo de San Nicolás a medianoche y se adentró unos kilómetros en el Golfo de la Guanaba antes de echar fondeos. Morris estaba muy conforme con los nuevos tripulantes, y Marina no podía esperar a ver cuán buenos eran. A pedido suyo, De Neill había confeccionado una lista con los movimientos de velamen que requeriría la maniobra que la muchacha quería probar, y les había asignado dos palabras de una sílaba a cada una. La primera para identificar el palo, la segunda para la vela. Él y los otros dos pilotos ayudaron a Briand a escoger los hombres que se encargarían del velamen y les enseñaron la lista durante la cena.

Maxó, que de ofendido había pasado a suplicante después de que Marina lo ignorara todo el día, lució su ingenio en una ofrenda de paz, componiendo una cancioncilla simple y pegadiza para ayudarlos a memorizar las palabras de la lista y su significado.

Apenas terminaron sus raciones de ron, Marina mandó a todos a dormir porque debían levantarse al alba. Tenían sólo dos días y planeaba aprovecharlos.

A la mañana siguiente, Briand hizo que todos repasaran la lista mientras limpiaban el barco. Entonces Marina dio por iniciadas las prácticas. Mientras los designados para el velamen ocupaban sus posiciones en los palos y sobre cubierta, bajo cubierta, Jean eligió a quienes completarían sus filas de artilleros y apostó a todos sus hombres en los cañones. Marina había embarcado una buena cantidad extra de municiones para que ellos pudieran practicar también, con el objetivo de acortar el tiempo de recarga y de disparo entre borda y borda.

La Herencia I - Leones del MarWo Geschichten leben. Entdecke jetzt