XV.

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Mi madre llegó al día siguiente, después de que Adam se marchara, esta vez por la puerta, a su casa.

—¡Mamá! —exclamé bajando rauda las escaleras al oír el sonido de la cerradura.

Ella sonrió entrando por la puerta, y en cuanto lo hizo, me apretó fuerte y me dio un suave beso en la frente.

—Mi niña... me dijo dulcemente— ¿Cómo has estado? 

—Bien, mamá —susurré sonriendo—. ¿Y a ti?

Mientras me contaba todo lo que había hecho, nos dirigíamos a la cocina; ella extasiada por lo bien que iban las cosas en nuestras vidas y yo preocupada porque, efectivamente, iban demasiado bien.

Aparté los pensamientos negativos. Los escondí en un recóndito lugar de mi mente en el que solo se guardan las cosas que no me sirven; y entonces me centré en la sonrisa de mi madre y en esa belleza que transmitía con la mirada brillante.

Ese día, ambas nos dedicamos a nosotras. Maravillosa y exclusivamente a nosotras. Juntas. Salimos, entramos, salimos, paseamos, compramos y reímos todo el día, dedicándonos la una a la otra como si no existiera nadie más en el mundo.

¿Notáis lo mucho que quiero a mi madre?

—No volveré a ausentarme mucho en las próximas semanas, me hace mal estar tanto tiempo sin ti —me dijo sinceramente—, las cosas van tan bien que...

Suspiró.

Me alegré de que no volviera a marcharse hasta dentro de un tiempo. No del todo, pero me alegré. Si mi madre dormía en casa, Adam no vendría a mi casa, a mi habitación, a mi cama y luego a mi salón, y entonces no podría cuidar de él...

Me estremecí solo de recordar sus lágrimas.

¿Qué me está pasando? Mierda.

Volvimos a casa dando un agradable paseo bajo las estrellas. Aunque no sé quién brillaba más aquel día.

Cuando llegamos, ella se fue directamente a dormir, estaba muy cansada por el viaje de vuelta así que yo hice lo mismo.

—Qué haría yo sin vosotros... —susurré mirando mis auriculares divertida.

La música había sido para mí como un analgésico, un empujoncito en cada paso complicado de mi vida. Desde siempre. La necesidad de tener los auriculares cada día a mano por si algo malo pasaba y los necesitaba, como el drogadicto que necesita su raya de cocaína cuando le entra la ansiedad.

Me metí en la cama después de lavarme los dientes y cerré los ojos mientras la música se introducía en mis oídos dulcemente, sin prisas; como las cosas bonitas suceden si tienen la suerte de suceder...

Sentí mis ojos pesados, y los recuerdos de aquel día se fueron haciendo eco en mi mente, como siempre me pasa antes de caer dormida...

Y de repente noté mi cama hundirse y, a causa del susto, se me quitó todo el sueño de golpe.

—Shhh —chistó Adam tapándome la boca con la mano antes de que pudiera gritar.

Me quité rápidamente los auriculares aún con el susto en el cuerpo y aparté su mano de mi boca con brusquedad.

—Pero ¿qué narices te pasa? ¿¡Tú ves esto normal?! —susurré alto cerrando los ojos para recuperarme del susto.

Él rió bajito y me abrazó, mientras me pedía perdón.

Estaba acostumbrada a sus abrazos y acercamientos tanto como me era posible y, siendo sincera, sentía que sus labios, sus preciosos labios, tenían la forma adecuada para encajar con los míos. Aunque eso no lo diría en alto, por supuesto. De hecho, qué hago pensándolo siquiera.

—Mi madre está en casa, lo sabes le advertí quitándome el pelo de la cara.

Me eché hacia un extremo de la cama para dejar que se tumbara conmigo, y así lo hizo.

—Lo sé, sí. Pero no he podido evitarlo —susurró mirando al techo—. Nunca nadie había conseguido calmarme de la forma en la que tú lo hiciste ayer, y no dejo de pensar en ello. Eres la única que puede conseguir eso... Aunque me cueste admitirlo.

Le miré dulcemente mientras me levantaba levemente y me apoyada sobre mis codos, teniendo mi cara más cerca de la suya.

—No pude soportar ver tu dolor y todas aquellas lágrimas... Sentí que la que lloraba era yo, y que tu dolor traspasaba mi mente también  —me sinceré con él mientras cerraba los ojos apenas unos segundos.

Cuando los abrí, él miraba mis labios como lo hizo el día anterior. Con ansia. Pero no ansia histérica, no ansia insana, no ansia enferma. Era ansia dulce, ansia suave. Un ansia que no había visto en los ojos de nadie hasta esa noche.

—¿Puedo... besarte? preguntó despacio.

—¿Desde cuando Adam Johnson pregunta esas cosas? —pregunté sonriendo.

—Desde que te conoce... contesta riendo nervioso.

Nervioso. Justo como nunca le había visto. Terriblemente nervioso.

Sonrió poniendo su mano en mi mejilla y acercándose a mí; y cerramos los ojos. Suave. Sin prisa. Despacio. Luego noté sus labios sobre los míos, la suave danza de la conexión y un agradable sentimiento que me inundaba por dentro haciéndome sentir viva.

Nos separamos lentamente cuando no pudimos prolongar más aquello, no queriendo romperlo, y me dejé caer en sus brazos.

—Déjame hacerte feliz... —me pidió minutos después, su voz amortiguada sobre mi pelo, su voz pausada, su voz insegura.

Me lo pidió como quien pide permiso para entrar. Supongo que él estaba haciendo justo eso; pedir permiso para entrar. Para entrar por completo en mi vida, en mi mente, en mis sentidos y en mi corazón.

Levanté la cabeza para mirarle a los ojos.

—Solo si tú me dejas alejar tus pesadillas... —contesté.

Sonrió un poco con el alma brillante.

 Es un trato susurró mirándome con cariño.

Dormimos abrazados durante toda la noche, él sonriendo y yo con la sensación de que todo aquello no era del todo real.

Déjame hacerte feliz (ACABADA Y EDITADA)Where stories live. Discover now